Capítulo 15

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La primera vez que lo vio en el café, supo que ese chico era especial. Había entrado a la reunión que tomaba lugar en el establecimiento, alquilado por unos amigos para la celebración de un cumpleaños, y a partir del momento en el que cruzó la puerta, Vlad se vio totalmente atraído a él. No como un romance, sino como interés personal. Los dos habían coincidido como invitados, y parecía ser una casualidad muy grande.

Se acercó a él intentando intercambiar unas palabras y esperando explicar su familiaridad repentina. Quizás lo había visto en algún otro lugar, eso era lo más probable. Y sin embargo hablar con él le había dejado muchas más preguntas que respuestas, porque el joven —llamado Dimitri— también había admitido pensar que lo conocía de alguna vez anterior. La conversación fue cada vez más entretenida, una cosa llevó a la otra e intercambiaron números. Así se mantuvieron en contacto.

Después del primer encuentro, solían frecuentar bastante aquel café. A veces, Dimitri pasaba a buscar a Andrei, su hermano menor, a la salida del colegio, y los tres se reunían ahí. Sus salidas fueron pareciéndose cada vez más a citas; se veían con más frecuencia, por medio de cualquier excusa y con cualquier tipo de interacciones. Roces accidentales, manos entrelazadas y caricias en las mejillas. Iban al cine, al café, a la casa de Vlad, al departamento modesto que Dimitri alquilaba mientras trabajaba en una oficina común y corriente de Bucarest. Disfrutaban de las cosas cotidianas sin poder explicar de dónde salía la conexión tan cercana que tenían.

La relación avanzó bastante rápido, a decir verdad. Los prejuicios de una pareja del mismo sexo que había en esa época no le molestaron a ninguno de los dos, porque sentían un amor tan grande que las barreras no podían separarlos. Estuvieron de acuerdo en apoyarse, mantener la relación en secreto y amarse. Si eso hacía falta para ser felices, lo harían con todo sacrificio.


Ahora Vlad sabía que los avances en la investigación de Dimitri también estaban teniendo su efecto en él. Aunque ya no se manifestara tan seguido ante el humano encarnado —porque sabía que estaba estresado con lo de la sombra y no quería tensarlo más—, sí era cierto que lo observaba todas las noches cuando dormía. Estaba consciente de que podría parecer algo más bien turbio, pero su necesidad de cuidarlo era muy grande. A veces ahuyentaba a las malas vibras que intentaban colarse por la puerta cerrada.

La noche después de que los chicos se hubieran quedado a dormir, una de las tantas en las que se encontraba sentado en el escritorio de Dimitri, el recuerdo le llegó de la nada. El motivo de su muerte en el tren y el recuerdo de su amor. Fueron muchas experiencias que se introdujeron en su mente como si nada. Eran suyas, podía decirlo con certeza. Recordó estar vagando por un espacio blanco por mucho tiempo; no había podido reencarnar. También se acordó de haberle pedido a Dios con todas sus fuerzas el poder volver a ver a Dimitri. Y luego de eso, había un vacío existencial, una de esas tantas lagunas que conformaban su memoria actual.

Había llegado a la tierra sin saber nada, ni siquiera los datos más básicos de su existencia. Por eso, cuando Dimitri preguntó por su nombre, no supo qué responderle. La primera vez que lo vio, se emocionó, pero no supo por qué. Esa era una de las tantas razones por las que, al principio, lloraba. Estaba triste porque no podía estar con él. Luego, a medida que Dimitri soñaba con él y descubría más información, algunas de sus lagunas mentales se fueron completando con esos datos.

Esa noche también lloró. Intentó no ser muy ruidoso para no despertar a Dimitri y darle una sensación desagradable. Lloró porque su interior era un desastre de emociones: estaba feliz por haber recordado su pasado, pero triste por haberse convertido en un alma errante. Quizás su misión era alertar a su alma gemela de aquella situación: no podrían estar juntos por mucho tiempo.

Sintió que Dimitri se despertaba. Agarró ese aparato que llamaba celular, como era costumbre, y golpeó la pantalla con sus dedos pulgares —suponía que estaba escribiendo y que llevaba un registro de sus sueños porque todo suceso onírico era importante—. De repente, el silencio de la habitación fue interrumpido por la voz de Dimitri. Lo había llamado. Quizás ya sabía que estaba ahí; parecía ser que él también había soñado acerca de su relación.

Vlad se acercó con un poco de cautela. Dimitri le mostró la pantalla, mucho más sofisticada de las computadoras que él solía conocer, que mostraba el perfil de un tal Andrei Lupei. Había fijado un recuerdo de Facebook en el que una foto de Andrei junto a él se adjuntaba a una carita feliz; Vlad lo tenía en sus brazos y en sus rostros se mostraban sonrisas amplias.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Significaba que Andrei estaba vivo en ese momento? Sí, y esa era la mera prueba de que seguía pensando en él aún después de haber muerto.

—Pensé que lo extrañabas —dijo Dimitri. Todavía sentía algo raro dentro suyo cuando Vlad lloraba, no le gustaba que se pusiera triste—. Yo también lo extraño.

—¿Cómo sabés mi apellido?

—Me lo dijiste en el sueño, cuando nos conocimos en el café.

Tenía razón, se lo había dicho. Parecía que sus consciencias estaban en simultáneo.

El olor a podrido se hizo presente otra vez. Dimitri y Vlad se tensaron instantáneamente, mirando a la figura que comenzaba a aparecer en la puerta. Por suerte, se trataba de Arthur. No dio muchas explicaciones más que Dimitri tenía que salir de la casa. Y esta vez, tendría que buscar ayuda. Dudaba que dos espíritus pudieran hacerle frente a la sombra.

Cómo ser amigo de un espíritu (y cómo expulsarlos de tu hogar) (Bulrom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora