Capítulo 1

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En sueños, sintió que le movían el brazo insistentemente. Medio dormido y medio consciente, Dimitri se dio vuelta en la cama y se tapó con las sábanas. "Tengo sueño" escupió de mala gana y rogó por que Mathias lo dejara en paz una noche. Siempre era lo mismo cuando se quedaba a dormir. Lo molestaba por cualquier cosa, o directamente no pegaban ni una hora de sueño de todo lo que hablaban. De vez en cuando, los maratones de películas que solían hacer los mantenían despiertos hasta que amanecía. Ya a esa altura no tenía idea de por qué lo invitaba a su casa... ¿porque eran mejores amigos, quizá?

En fin. Mathias siguió susurrándole algo que no logró captar bien. ¿Que hay ruidos? ¿Que son las tres? ¿Y qué tiene que sean las tres? Dimitri se dio por vencido y volteó nuevamente, esta vez hacia el lado de Mathias. Apoyó un codo en el colchón, recargando su peso en el mismo, y lo miró como pidiéndole explicaciones claras.

"Escuché ruidos" soltó por enésima vez. Abrió la boca para continuar su relato, pero un chirrido lo interrumpió. Parecía que el sillón o alguno de los muebles se desplazaba en el living. Mathias soltó un grito al volumen más bajo que pudo y se aferró a su brazo. Dimitri quiso sacudirlo, pero tenía que dar la impresión de que todo estaba bien. Ahora lograba entender de qué se trataba todo el asunto. Igual, tenía muchas ganas de decirle que se joda, porque él había aceptado quedarse en su casa aún sabiendo que cosas raras sucedían.

—Está todo bien, zapallo —le dijo con la voz ronca—. Volvé a dormir que en un rato para.

—¿Y cómo sabés? —Ahora, un cajón de la cocina se cerró—. ¿Ya te pasó?

Sí, le pasaba muy seguido. Tanto que, llegados a ese punto, ya ni siquiera lo distinguía. La primera vez que escuchó lo mismo que Mathias oía en ese momento, se escondió debajo de la sábanas y rezó varias veces, aún sin ser creyente. Haber ido a una escuela católica toda su vida le había servido, al final. Se había quedado despierto hasta que se hicieron las 4:33 —había consultado el reloj de su celular—. El sueño le había bajado como una bomba y se durmió segundos después de dejar el teléfono en la mesita de luz.

—¿Querés ir a ver? —Dimitri cambió de tema rápidamente, volviendo a la realidad—. Para que te quedes tranquilo y veas que no hay nada.

—No, de acá no me muevo. —Mathias se cruzó de brazos luego de soltar el de su amigo—. En las películas de terror siempre van a investigar y todo male sal.

—Daaa, que cagón que sos.

Dimitri ya se había despojado de las sábanas, totalmente dispuesto a dirigirse hacia la cocina. Luego de una breve discusión acerca del peligro que eso suponía, la conclusión de Mathias fue acompañar a Dimitri porque no quería quedarse solo en la pieza. Si iba a morir, que no fuera en soledad.

Atravesar el pasillo había sido una tortura para los dos. Dimitri tenía intenciones de sacarse a Mathias de encima, y Mathias no parecía querer despegarse de Dimitri. Ahora se hallaban en la cocina. Al rubio le había dado un escalofrío al apenas pisar la primera baldosa del ambiente. Dimitri movió su mano como si quisiera espantar una mosca —que por supuesto era su amigo—. Él había tenido razón: la cocina estaba vacía. Nada fuera de lo común le llamaba la atención.

—¿Ves? —Dimitri le pegó en el hombro con el dorso de la mano—. No hay nada, estúpido.

Mathias largó el aire que había contenido todo el trayecto desde la pieza hasta la cocina. Se relajó un poco al presenciar en carne propia que los muebles no se movían ni nada por el estilo. Okay, lo había comprobado: fenómenos paranormales no ocurrían en la casa de Dimitri mientras él estuviera ahí. Se dio vuelta, aliviado, pensando que al final no había salido tan mal la investigación. Quizás habían roto la lógica de la mala suerte en los thrillers. Dimitri lo volvió a cargar por miedoso y Mathias chasqueó la lengua. Después le dijo que volvieran a la habitación, y que no era su culpa que su casa estuviera embrujada. Pero apenas perfiló para volver por el mismo pasillo, una fragancia extraña invadió sus fosas nasales. Era un olor agradable, casi como si se tratara de una colonia para hombre. Lo raro era que nunca lo había percibido en Dimitri.

Se lo preguntó. El chico ladeó la cabeza, indicando que no sabía de lo que estaba hablando. Mathias le restó importancia; a esas horas de la madrugada, lo único que quería era un poco de paz. Igualmente, no la tuvo por mucho tiempo. Se había dado cuenta de algo al final de ese pasillo, en la entrada de la pieza de Dimitri. La realidad es que había algo. Algo raro. Algo que flotaba y lloraba, y que le daba escalofríos.

Mathias se quedó de pie, inmóvil. Su mirada estaba clavada en esa mancha blanca que parecía volar en el ambiente. ¿Era una persona? No podía distinguirlo a esa distancia, pero ni loco se iba a acercar para comprobarlo. Dimitri se asomó por encima de su hombro para ver a qué mierda le estaba prestando atención ahora. Abrió grande los ojos al comprobar que se trataba de una figura blanca. Estaba muy seguro de que se encontraba rodeada de un halo de luz, que contrastaba con la oscuridad del pasillo.

Ninguno de los dos se movió. Bueno, de los tres. La cosa blanca también se había quedado estática y los miraba. En especial a Dimitri. Y lloraba. ¿Por qué lloraba? ¿No se suponía que debía ir a atacarlos? Los sollozos retumbaban en sus oídos con un eco fantasmagórico y tétrico. De repente, Dimitri sintió un latido exorbitante en su corazón. Esa voz le resultaba demasiado familiar, pero no podía recordar haberla escuchado nunca. Al estirar la mano en dirección a la figura, ésta se desvaneció en el aire. Unos segundos más pasaron hasta que Mathias pudo reaccionar y declaró, muerto de miedo, que dormiría en el comedor si fuera necesario. Haría cualquier cosa por no transitar de nuevo aquel pasillo maldito.

Cómo ser amigo de un espíritu (y cómo expulsarlos de tu hogar) (Bulrom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora