3x03: ʙɪʟʟ ᴄɪᴘʜᴇʀ.

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El haber robado aquel libro había sido la mejor de mis decisiones. No me malentiendan, robar era malo, era un pecado o un acto deshonesto, según la perspectiva de cada quién. O bueno, en mi caso, robar era algo que nunca debía ni debí de hacer o haber hecho en mi vida, pues bien, mis padres me habían inculcado que eso era incorrecto. Por ello, yo nunca había robado, o, bueno, sólo dos veces. Hace años inocentemente me robé unos chicles de una tienda, y ahora, un libro, pero ambas razones fueron justificadas ─o eso quería creer─, pues el tener este diario me hacía ver que, en efecto, Bill era más de lo que te representaba en los diarios.

El libro de Bill era como hablar con él. Mostraba su historia y sus secretos. Mostró lo que él pensaba de Ford y hablaba sobre su cuerpo y cómo esperaba que alguien tomará de su mano para resurgir. Además, había una pequeña piedra entre las páginas de forma triangular, que, según esa piedra era parte de la estructura que se había convertido Bill hace años.

Aquí en este diario, no hablaba sobre hadas que sólo vomitan, ni de vacas llenas de círculos o garabatos alienígenas, ni tampoco del sitio de impacto omega, ni de bebés dinosaurios, ni de dados con caras infinitas o de un campo de golf con hombrecillos de cabeza de golf. No. Aquí no venía nada de esas tonterías, sino, hablaba de un demonio incomprendido que se encontraba castigado en lo más profundo del bosque de Gravity Falls. De un demonio que, después de destruir su hogar, busco inconscientemente otros, con el fin de divertirse con ellos.

Además, dentro de las páginas, en las siluetas de fondo, no solamente se nos mostraba a Bill dibujado, sino también a un ajolote dibujado, lo cual me pareció algo curioso. Sin embargo, ignoré aquello y seguí apreciando aquella piedra; esa piedra que acaricié y que me animó a realizar un muro como en las series policíacas, colocando fotografías, dibujos y líneas que enlazaban todo para entender mejor lo que se me presentaba y comprender más del pueblo. Poco a poco, entendía mejor todo, y más, gracias a ese libro. A cada página que me enseñaba algo, incluso, me tomaba el tiempo de analizar las páginas en las que los sobrinos de Ford decidieron dejar su huella.

Las de la mujer, Mabel, eran un poco tontas y sin sentido, muy aniñadas que podía jurar que una niña de 5 años había escrito aquello, sin embargo, las del hombre, las de Dipper, eran oro puro. Tenía inclusive una mentalidad más madura que la del señor Stanford, podía jurar que hasta ambos tenían la misma edad, pero yo no conocía a ningún Pines para asegurarme de aquello.

Dipper se había tomado el tiempo de escribir una aventura ─en una hoja no incluida en el diario, sino una hoja extra entre el libro─ que había tenido cuando era un poco joven, en aquella fue cuando Mabel y él tuvieron un encuentro con un tal Axolotl, esta criatura, era un enorme ajolote gigante que hablaba, y este, les daba la oportunidad de que les hicieran la pregunta que gustaran, y él la contestaría. Y gracias a ello, él aprendió más sobre Bill Cipher. Por desgracia, no habla más de aquel Axolotl, pero lo que tenía era suficiente para descifrar a mi primera criatura: el demonio de un solo ojo.

Dipper Pines dejo un poema, que hablaba sobre aquella criatura:

"Sesenta grados que vienen de a tres.

Observa desde el interior de los abedules.

Vio arder su propia dimensión.

Extraña su casa y no puede regresar.

Dice que está feliz. Él es un mentiroso.

Culpa al incendio provocado.

Si quiere eludir la culpa,

ɢʀᴀᴠɪᴛʏ ꜰᴀʟʟꜱ: ꜱᴛʀᴀɴɢᴇ ᴛᴏᴡɴ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora