Fin

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Abrí mis ojos lentamente acostumbrándome a la escasa luz del lugar, mi cuerpo estaba rojo, con pequeños y grandes moretones, todo me dolía y yo solo quería llorar. Después de lo que parecía una eternidad, aquella mujer entró a la habitación junto al hombre desconocido, yo los miré con una mirada de odio y dolor ¿Por qué me estaban haciendo esto? No tenían motivos para haberme hecho pasar por aquella situación.

—Te merecías eso y mucho más Sailas. —comentó la chica quitándose la máscara— ojalá hayas aprendido la lección.

—¿Silas? —murmuré sin creer lo que veía—, pero tú estabas muerta.

—No. —aseguró el chico quitándose la máscara.

—¿Sairo? —pregunté sin entender— ¿Pero qué demonios significa esto?

—Sairo nos siguió aquella noche que tú me llevaste al puente, él estaba fuera de la casa esperando el momento adecuado para pedirle perdón a mis padres, pero sus pensamientos fueron interrumpidos con el motor del auto en el que íbamos tú y yo. —sus lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, en ese momento mi corazón se partió en dos— él fue testigo de todo lo que me dijiste en el punto y cuando tú me dejaste caer, él inmediatamente se lanzó para salvarme, a Sairo le debo mi vida, vida que mi propia hermana me quería quitar.

Después de esa pequeña conversación, ambos me quitaron las cuerdas y me taparon con una sabana sucia, seguido a esto, me sacaron de la habitación y me subieron a un auto. Todo el viaje estuvo en silencio, ni mi hermana, ni Sairo, dijeron palabra alguna, solo miraban por las ventanas distraídos en sus propios pensamientos. Después de un rato, llegamos al mismo puente de aquella noche, el puente donde creía que estaba el cuerpo de mi hermana, pero todo me había salido mal, el idiota de Sairo había visto todo y había estropeado mi matanza.

Los tres nos bajamos del auto y caminamos por el puente en ruinas, decidí mirar hacia abajo observando la altitud de éste, en lo más profundo había un río con una corriente increíble, cualquiera que cayera allí de mal manera, perdería la vida sin dudarlo. Los tres nos paramos en la mitad del puente, Silas y Sairo me miraron fijamente con aquella mirada que me hacía temblar.

—Cuando eras muy pequeña, tus padres sufrieron un accidente automovilístico —empezó a contar con su mirada perdida, como si estuviera recordando aquella catástrofe—. Mis padres pasaban por allí y escucharon un llanto de un bebé, rápidamente se bajaron de su auto y siguieron el sonido, ahí estabas tú, al lado de tus padres muertos.

—La noticia del accidente recorrió hasta los rincones más alejados de Francia, incluso la noticia llegó hasta aquí, Estados Unidos. —continuó Sairo.

—No tenías más familia y mi madre se ofreció a cuidarte, pero mi padre no quería —sollozó—, al final mi madre lo convenció y te adoptaron, quién iba a creer que les ibas a pagar así.

—Era por eso que te querían más a ti. —susurré— y aún así, me trataron como una hija.

—Hay que hacer las cosas bien Sailas. —dijo Sairo— entregate a la policía.

En un movimiento rápido, me subí al viejo barandal, mi hermana trató de correr hacia mí, pero Sairo la detuvo, muy dentro de mí sabía que esto era lo correcto, esto era lo que me merecías por haber sido tan egoísta, por haberle tenido envidia a una hermana que solo me daba amor.

—Perdón. —murmuré para luego dejarme caer.

—¡Sailas! —escuché a mi hermana gritar a lo lejos. Después de eso, caí a la fría agua hundiendome por completo.

—La envidia pudo más que la hermandad.

Fin.

Envidia. (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora