capítulo cuarenta | ★

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Aquel no era el lugar idóneo para mantener esa conversación, por lo que Varlam recuperó parte de su entereza para arrastrarnos a ambos hacia el palacio. Le permití que me sacara de la carpa, sin tan siquiera despedirnos de Feodora y Yegor o dar una explicación, y cruzamos los jardines en dirección hacia la puerta que conducía al amplio vestíbulo; luego tomamos la enorme escalera de mármol que llevaba hasta las plantas superiores.

No dijimos una sola palabra durante el trayecto, conscientes del riesgo al que nos exponíamos si alguien nos escuchaba por error... o por curiosidad. Tomé una bocanada de aire al contemplar las puertas de nuestros aposentos y Varlam las empujó con firmeza, mostrando la antesala vacía que unía el resto de habitaciones y la terraza de la que disponíamos.

—Mi habitación —conseguí borbotear, aún aterida por lo sucedido.

El brujo no me cuestionó, gesto que no hizo más que confirmar que nos encontrábamos en una situación delicada, y ambos nos encaminamos hacia ella. Por suerte para nosotros, mis doncellas habían aprovechado nuestra ausencia para poder disfrutar de un merecido descanso; no obstante, vi a Varlam cerrar la puerta a su espalda y recorrer con su mirada dispareja el interior de mi dormitorio, comprobando hasta el último rincón.

El chasquido que emitió el pestillo al bloquear la puerta resonó en el silencio que se había instalado entre nosotros.

—¿Y bien? —tomé la iniciativa, encarándome al brujo y cruzando los brazos en una actitud que pretendía ser resuelta y firme.

Varlam ladeó la cabeza, aún con una expresión sombría.

—¿Y bien, qué? —tuvo el descaro de replicarme.

Un relámpago de rabia atravesó mi cuerpo al escuchar cómo intentaba escabullirse de lo que realmente estaba preguntando. El hecho de que aquel extraño hombre nos hubiera interceptado y el brujo no hubiera sido capaz de reaccionar como las otras veces; por no mencionar su anterior desaparición después de ver a aquel mismo noble.

Di un paso hacia Varlam, apretando los dientes con molestia.

—¿Quién era ese hombre? —exigí saber, agradecida de que aquella actitud por parte del brujo me hubiera dado el impulso suficiente para abandonar esa nube de aturdimiento que me había rodeado desde que hubiera logrado despachar al desconocido de aquel inusual modo... gracias a mi magia.

La mirada de Varlam se volvió afilada y adoptó una postura defensiva.

—No era nadie —respondió demasiado rápido, desviando los ojos de mi rostro un instante—. ¿Por qué no hablamos de lo realmente importante, hermanita?

Esbocé una sonrisa torcida al intuir su torpe intento de alejar mi atención de aquel asunto, empleando aquel tono incisivo para hacerme perder el control, sabiendo lo mucho que solía molestarme que me llamara de esa forma.

Me acerqué con otro paso, cerrando cada vez más la distancia entre los dos.

—Lo realmente importante es que ese noble te conocía —la máscara que cubría sus facciones pareció fragmentarse un segundo, mostrando un gesto de temor. ¿Quién era? Nunca antes Varlam había reaccionado de ese modo hasta el punto de huir sin dar explicaciones— y tú también lo conoces. Lo realmente importante es que puedes echarlo todo a perder si no hablas ahora, Varlam.

Mis palabras parecieron calar en el brujo, ya que me dio la espalda para poder mirar a través de uno de los ventanales del dormitorio y la línea de sus hombros pareció hundirse bajo un peso invisible. Me debatí entre eliminar la distancia y colocar mi mano sobre su brazo o quedarme ahí quieta, respetando su espacio; estaba preocupada por él, por el hecho de que aquel encuentro con ese noble hubiera tenido aquel impacto... haciendo que la seguridad que siempre le había rodeado se desvaneciera. Las preguntas que me había hecho sobre el brujo, sobre quién era en realidad, volvieron a emerger dentro de mi cabeza: aquel tipo estaba vinculado de algún modo con el misterioso pasado del chico. Pero ¿cómo?

Daughter of ruinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora