capítulo once | ★

2.6K 375 94
                                    

Debido a que madame Ludovica se encontraba demasiado atareada con la confección de nuestros nuevos guardarropas, Feodora tuvo que escoger otra modista que pudiera hacerse cargo de nuestros vestidos para la exclusiva fiesta de los Pavlovna. Eso se tradujo a otra excursión familiar por las lujosas calles del barrio de la capital; en aquella ocasión con la presencia de Yegor en su papel de barón.

Un nuevo carruaje nos esperaba en la calzada aquella misma mañana, después de que Feodora hubiera dado las órdenes pertinentes al servicio. Me apretujé en uno de los bancos acolchados, procurando poner la máxima distancia física posible entre el cuerpo de Varlam y el mío; Yegor y Feodora ocuparon el banco que había frente al nuestro sin mostrar las mismas cautelas que yo con mi compañero de asiento, quien no dijo ni una sola palabra al respecto sobre el visible y marcado espacio que mantenía entre los dos.

Pese a la ayuda que estaba brindándome para que aprendiera a controlar mi magia, dejando que vagara con libertad por mis venas, una parte de mí recelaba de sus intenciones. Posiblemente por el mero hecho de que colaboraba sin subterfugios de por medio con aquellos brujos que habían secuestrado a mis padres para obligarme a espiar para ellos al propio Dragmar.

—Los rumores sobre las elegidas han empezado a correr como la espuma —estaba diciendo Feodora, ajustando los guantes a sus muñecas—. Incluso se han hecho las primeras apuestas...

Enarqué una ceja, llena de escepticismo.

—Pensaba que todo este asunto se trataba de algo confidencial —comenté en tono apático.

Sin embargo, la experiencia había acabado demostrándome que la futura selección de prometida del Dragmar no estaba manteniéndose en privado: la propia Viktoriya había sido la primera en demostrar que estaba al tanto de los detalles de lo que sucedería... y luego empezaron los rumores sobre su ya sentenciada victoria sobre el resto de las escogidas por el Otkaja.

Era evidente que las filtraciones que estaban teniendo lugar sobre el acontecimiento eran un movimiento perfectamente calculado.

Feodora me dedicó una media sonrisa.

—En apariencia se trata de un asunto confidencial —corroboró—, pero resulta mucho más atractivo para las masas que se cuelen algunos detalles.

Yegor se echó a reír entre dientes.

—El Otkaja sabe que todo este tema puede resultarle muy beneficioso —añadió—. ¿Quién crees que es el que permite que se corran los rumores sobre las escogidas...?

Tenía sentido: nuestro monarca podía acceder con facilidad a toda la información sobre las chicas a las que había elegido para que su hijo escogiera entre nosotras.

Aunque no era el único, me di cuenta un instante después.

—¿Es posible que el conde pueda estar detrás? —pregunté.

No en vano el padre de Viktoriya estaba demasiado cerca del Otkaja, pudiendo obtener datos que luego hacer correr de boca en boca por la ciudad, haciendo que se convirtieran en rumores que rápidamente se propagarían.

—El conde guardaría la información para sí mismo —habló entonces Varlam desde su parte del asiento—. No en vano puede darle ventaja para que su hija no tenga una posible rival en el camino para convertirse en prometida del Dragmar.

Me pregunté qué tipo de información estaba circulando sobre nosotras, además de las apuestas que habían empezado a hacerse. Decidí abandonar ese tema y apoyé la mejilla sobre el cristal del carruaje, distrayéndome con el paisaje que había al otro lado de la ventanilla.

Apenas quedaban unos días para la dichosa fiesta —y la prueba que se escondía detrás de aquella elaborada excusa—. Después abandonaríamos la casa de la ciudad para instalarnos en el castillo, junto a las otras chicas; por el momento había logrado desenvolverme con cierta facilidad en aquel mundo del que solamente había sido una muda testigo, pero el miedo a fallar se agazapaba en el fondo de mi estómago al pensar en la multitud de errores que podía cometer.

Daughter of ruinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora