Muy a mi pesar me vi buscándola con la mirada. Nada más poner un pie en los jardines, seguido por mi madre, mis hermanas menores y un contingente de guardias que velaban por nuestra —mi— seguridad, me había enfundado en mi papel —aquél que llevaba representando desde que apenas era un niño que no entendía cómo funcionaba el mundo— y me había entregado de buena gana al primer acto de aquel teatro en el que mi vida se había transformado desde que mi padre me hiciera el anuncio en privado de lo que esperaba de mí.
Pronto estuve rodeado de rostros desconocidos y otros vagamente reconocibles. Me vi en la obligación de sonreír y estrechar miles de manos, de aguantar las miradas que rozaban la adoración mientras muchas de las jóvenes que se afanaban por presentarse, por llamar mi atención y dar los primeros pasos hacia la victoria; muchas de ellas casi imaginándose a sí mismas convertidas ya en Emperatriz.
Tras la primera ronda de saludos, cuando la euforia inicial disminuyó levemente, traté de buscar un lugar mucho menos congestionado y relativamente tranquilo donde empezar a conocer a algunas de ellas. Un pequeño séquito de jóvenes entusiastas no tardó en seguir mi estela, emocionadas; sus expresiones, no obstante, pronto mudaron cuando sentí la presencia de alguien a mi lado y su brazo rodeó al mío con familiaridad. Un intenso perfume inundó mis fosas nasales al mismo tiempo que, por el rabillo del ojo, distinguí la silueta de una joven de piel oscura. Alguien a quien conocía del pasado y que siempre solía ser la comidilla de la corte.
Viktoriya Pavlovna.
La única hija de Nicanor Pavlovich había sido una presencia intermitente en mi vida, al menos al principio. Al menos hasta que la amenaza de los brujos, propiciada por el genocidio del Zakat Krovi, se hizo un hecho imposible de obviar y el miedo de mi padre a que llegaran hasta nosotros —hasta mí, su futuro. El futuro de todo Zakovek— le obligó a tomar medidas drásticas.
Igual que yo.
—Mi príncipe —dijo la sedosa voz de Viktoriya cerca de mi oído, devolviéndome al presente.
Noté sus dedos acariciando mi brazo por encima de la tela del uniforme que llevaba. Cuando la miré, vi en sus labios una comedida sonrisa, perfectamente ensayada para la ocasión; el resto de jóvenes que aún continuaban congregadas a nuestro alrededor, ahora que Viktoriya estaba a mi lado, parecían más apagadas que antes. Aquello no hizo más que aumentar la confianza de la hija de Nicanor Pavlovich, que pegó su cuerpo al mío en un gesto visiblemente amenazador.
Después, sin mediar palabra, tiró de mí para llevarme hacia una de las mesas que había en la otra orilla de la carpa. Durante el corto trayecto no pude evitar pasear mi mirada por la multitud, quizá buscando a alguien en concreto...
La chica del bosque estaba al otro lado, junto a las otras mesas. Mis ojos recorrieron el vestido, de un color naranja intenso y un ajustado corpiño con perlas y cuentas cosidas en forma de flores; su apariencia nada tenía que ver con la joven que había resbalado de una de las ramas y había caído sobre mi primo. Y no podía negar lo atrayente que resultaba con aquella prenda, como un enorme foco que no paraba de clamar por mi atención. Pero ella permanecía en un segundo lugar, sin aparentes intenciones de querer acercarse a nosotros... a mí.