Mis padres se encontraban reunidos en la cocina cuando bajé, después de una noche en la que apenas había podido dormir unas horas seguidas; las miradas de ambos se desviaron hacia mí nada más escucharme. Era evidente que mi madre había puesto al corriente a mi padre de lo que había sucedido a mi llegada, el hecho de que hubiera visto por primera vez una ejecución de brujos; la mirada de ambos estaba llena de comprensión mientras que un gesto sombrío oscurecía el rostro de mi padre.
—Malya...
Levanté una mano para frenar lo que fuera que quisiera decir mi madre. Las horribles imágenes de aquellos brujos continuaban fijadas en mi mente, sin querer desvanecerse; bajo el aroma del desayuno casi creí apreciar el olor a carne quemada. A cuerpos humanos siendo quemados hasta los huesos mientras una masa de hombres y mujeres contemplaban el espectáculo sin sentir el más mínimo remordimiento.
Mi padre se hizo a un lado para dejarme hueco en la mesa, todavía sin decir una sola palabra. Me arrastré hacia ese espacio, intentando respirar por la boca... alejando aquellos olores que sólo existían en mi mente.
Vi a mi madre morderse el labio inferior e intercambiar una preocupada mirada con mi padre.
—Quizá deberías volver arriba —me aconsejó mi madre—. E intentar descansar.
Negué con la cabeza, incapaz de pronunciar una palabra.
La imagen del Qehrîn con aquella barra de hierro entre las manos parpadeó en mi cabeza. Luego el símbolo grabado en el pecho de aquellas personas, como ganado marcado y listo para ser sacrificado.
La bilis se revolvió en mi estómago y yo cerré los puños con fuerza, intentando relajarme. La magia despertó en mis venas ante aquel instante de vulnerabilidad, presionando contra las paredes de mi cuerpo para ser liberada... sabiendo que estaba débil, que no podía detenerla.
—Lazar —borboteó mi madre, con un tono de advertencia.
Jadeé de dolor a causa de la batalla que estaba librando en mi interior contra la magia. Ella pugnaba por salir mientras que yo presionaba para que se mantuviera encerrada, con las emociones todavía a flor de piel; mi padre se puso en pie, provocando que la silla cayera al suelo estrepitosamente, y alzó ambas manos en mi dirección, del mismo modo que le había visto hacer cuando quería acercarse a algún animal que estaba asustado.
—Malyenka —me llamó con suavidad, dedicándome una pequeña sonrisa.
Los temblores se habían hecho los dueños de mi cuerpo. Bajé la mirada hacia mis manos, que se sacudían de manera incontrolable, y vi que estaban cubriéndose de un delator brillo rojizo; el pánico se sumó a la mezcla que estaba gestándose dentro de mí, empeorando la situación.
—Papá —susurré con esfuerzo.
Dio un paso hacia mí, cerrando la distancia que nos separaba. Por el rabillo del ojo intuía a mi madre controlando todo con una expresión cercana al pánico; me sentí de nuevo como aquella niña pequeña cuyos poderes acababan de despertar y tomaban el control sin que pudiera hacer nada.
La boca se me llenó con el inconfundible sabor a cenizas que ya tenía casi olvidado, provocando que los recuerdos de aquellos años de aprendizaje salieran de su cajón para atormentarme de nuevo.
—No puedo respirar...
Los dedos de mi padre se cerraron con suavidad alrededor de mis muñecas y pude notar cómo su magia se introducía dentro de mí a través de la piel, creando una sensación de calma que ayudaba a apagar el descontrol que reinaba en mi interior; ni siquiera fui consciente de que me había mordido la lengua hasta que el sabor de la sangre hizo retroceder a de las cenizas.