capítulo treinta y uno | ★

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Tragué saliva y me obligué a controlar mi expresión, a esconder el temor que despertaba ese maldito trozo de papel en mí. Consciente de que era el centro de atención, el joven de la bandeja procuró no desviar la mirada y echó a andar hacia una de las chicas que se encontraban situadas en las zonas más alejadas de la mesa que ocupábamos; el rostro de la susodicha empalideció al caer en la cuenta de que ella era la destinataria del mensaje. Vi cómo sus dedos se enroscaban con nerviosismo en uno de sus rizos de color chocolate, intentando mantener un gesto neutro mientras todas las presentes no éramos capaces de esconder nuestra intriga... y alivio.

—Báryshnya —murmuró con tono servicial—. Un mensaje del Dragmar para vos.

La elegida titubeó unos instantes antes de aferrar con dedos temblorosos el pulcro trozo de papel sellado. La habitación contuvo el aliento, expectantes por conocer el contenido. ¿Se disculparía? ¿O sería otro mensaje impersonal donde se le informaba que su tiempo en palacio había finalizado, deseándole un buen viaje de regreso?

Mis dedos se curvaron de manera inconsciente. Me sentía aliviada por no haber resultado ser la destinataria de ese mensaje, pero los nervios aún seguían retorciéndose como serpientes furiosas en la boca de mi estómago al recordar que, si quería continuar allí, tendría que hacer uso de unos encantos que no poseía para intentar encandilar al Dragmar.

El chillido que dejó escapar la joven hizo que el corazón se me detuviera unos segundos; sus mejillas estaban arreboladas mientras sostenía el mensaje con fuerza. ¿Tan ofensivo era...?

—¡El Dragmar ha solicitado mi presencia... a solas! —graznó como un pato, con el rostro empezando a coloreársele.

La segunda cita del heredero del Otkaja y tampoco había resultado ser Viktoriya. Escuché ese nombre siendo susurrado cuando las presentes empezaron a cotorrear sobre lo sucedido después de haberse deshecho en halagos y felicitaciones hacia la afortunada, cuyos ojos castaños relucían y parecían encontrarse perdidos en el horizonte, seguramente imaginándose a sí misma ya convertida en Emperatriz.

No fue consciente de algunas miradas de mal disimulada envidia y rabia que le lanzaron algunas jóvenes.


Varlam y Yegor ya se encontraban en nuestro dormitorio, cómodamente sentados en los divanes del saloncito común. Ambos estaban riendo de algo cuando cruzamos las puertas; Feodora no había pronunciado palabra desde que nos retiráramos del encuentro. No sabía si su silencio se debía a que no había encontrado nada que criticar en mi comportamiento o si se debía a que estaba ofuscada por el hecho de que no hubiera sido yo la destinataria de esa nota.

Los dos brujos guardaron silencio al vernos aparecer. Yegor fue el primero en abandonar el diván que ocupaba, intentando mantener una expresión afable, como si el gesto deliberadamente neutro de Feodora no fuera señal suficiente de que no estaba de humor.

—Ah, ahí están mis chicas —canturreó con jovialidad.

Los ojos de distinto color de Varlam se clavaron en mi rostro, con una pregunta flotando en ellos. Sacudí la cabeza con discreción, advirtiéndole que no era el momento oportuno para hablar; tras mi desencuentro con Feodora, el brujo quiso acercar posiciones conmigo, ayudándome a encajar en mi personaje.

Mis recelos hacia él habían ido desvaneciéndose poco a poco al ver que, en apariencia, no parecía guardar ninguna mala intención. La desconfianza que antes había sentido hacia Varlam había dejado paso a la curiosidad; el brujo jamás hablaba de su pasado, pero el hecho de que pudiera moverse en aquel mundo con tanta facilidad me había hecho preguntarme en más de una ocasión quién había sido antes de que el Zakat Krovi nos golpeara, mermándonos hasta casi la extinción.

Daughter of ruinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora