La preocupación por Varlam se negó a desvanecerse mientras trataba de mantener la fachada que se esperaba de mí. ¿Qué había motivado al muchacho a hacerlo...? ¿Tendría algo que ver aquel noble desconocido? Ni Feodora ni Yegor habían parecido preocupados —juraría que ninguno de los dos parecía ser consciente de la repentina desaparición del brujo—, tan ocupados como se encontraban intentando mimetizarse en el entorno, moviéndose de grupo en grupo, intercalando conversaciones banales sobre asuntos tan absurdos como cuál sería el color predominante para la próxima temporada.
Mordí mi labio inferior mientras mi mirada no dejaba de vagar de una esquina a otra de la carpa. El Otkaja se encontraba a unos metros del círculo de nobles donde los dos brujos reían ante una anécdota que una de las mujeres; todo mi cuerpo cosquilleaba ante la proximidad con el padre de Vova.
Di un sobresalto involuntario cuando sentí que alguien me pellizcaba con suavidad la parte interior del codo. Lo primero que recibí al girarme para descubrir la identidad de mi asaltante fue una sonrisa torcida y un brillo forzosamente pícaro en sus ojos de distinto color; la preocupación que había estado carcomiéndome desde que el brujo hubiera decidido marcharse de ese modo, sin dar explicación alguna, se evaporó, llevándose consigo el peso que se había instalado en mi estómago.
Nadie, a excepción de mí, se percató de su sigiloso regreso. Y yo tuve que hacer un gran esfuerzo para no golpearle con saña por su huida; de nuevo me vi asaltada por las dudas... por las preguntas que ardían en la punta de mi lengua.
Preguntas de las que no obtendría ni una sola respuesta debido a la coraza que siempre rodeaba a Varlam cuando intentaba descubrir algo de su misterioso pasado.
—Idiota —le gruñí en voz baja, deseando poder añadir algo más.
El brujo se limitó a soltar una risa casi apagada, moviéndose lo suficiente para situarse a mi lado, como si siempre hubiera estado ahí. Como si nada hubiera pasado y su momento de vulnerabilidad nunca hubiera existido; cubierto de nuevo por la máscara que le había visto emplear allí, en el palacio, Varlam parecía uno de ellos, uno de esos nobles que se encontraban a nuestro alrededor, disfrutando de su posición.
—Es el momento.
La repentina interrupción por parte de Feodora hizo que mi corazón diera un vuelco inesperado. Miré a la bruja, creyendo no haber entendido bien sus palabras, pero ella se limitó a hacer un gesto en dirección a donde estaba el Otkaja rodeado por, supuse, sus hombres de mayor confianza dentro de la corte.
—No quiero errores —continuó Feodora, ignorando mi expresión confusa—. Nos jugamos permanecer en palacio, Malysheva, con este breve encuentro.
Un escalofrío de temor me sacudió de pies a cabeza, comprendiendo: casi todas las jóvenes, junto a sus respectivas familias, se habían ido acercando poco a poco al Otkaja para intentar impresionarlo. Recordé el pellizco de envidia que sentí al ver cómo Viktoriya no había tenido problemas para capear la situación, incluso después de haber osado retrasarse junto a su familia, sabiendo que aquello podría ser tomado como una ofensa.
Por los Santos, deseé tener una mínima parte de su seguridad. De su confianza.
Feodora me lanzó una mirada de advertencia mientras escuchaba la voz ahogada de Yegor disculpándose frente a los otros invitados. Un extraño pitido se instaló en mis oídos cuando Varlam tuvo que empujarme con cuidado, ayudándome a reaccionar: no podía echarlo a perder, no cuando Nicephorus había sido lo suficientemente claro con sus veladas amenazas.
Procuré que las faldas de mi vestido no entorpecieran mis pasos y erguí mi espalda, rogando que mi torpeza no decidiera jugarme una mala pasada... otra vez. A través de los cuerpos que rodeaban al Otkaja no divisé a Vova, como tampoco a ningún otro miembro de la familia real. La Emperatriz y sus dos hijas se encontraban junto a un pequeño grupo de mujeres, escoltadas por un discreto número de guardias; del Dragmar no parecía haber rastro alguno tras aparecer junto a su padre.