capítulo treinta y cinco | ★

1.5K 272 91
                                    

Retorcí mis manos con nerviosismo mientras mis errantes pasos me llevaban desde un punto a otro de mi dormitorio, reflejando mi agitado estado de ánimo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Retorcí mis manos con nerviosismo mientras mis errantes pasos me llevaban desde un punto a otro de mi dormitorio, reflejando mi agitado estado de ánimo. Había creído que Malysheva Vavilova había tenido su momento con Vova días atrás, intercalada entre los otros encuentros con otras de las jóvenes. Pero no, mi primo parecía haberse reservado esa cita para que fuera la última.

No sabía cómo tomarme esa revelación.

Recordaba el primer encuentro entre ambos, el modo en que Vova se mostró tan frío con ella después de que yo impidiera que se rompiera el cuello tras resbalar de aquella rama. Durante el breve evento que organizó mi tía para dar la bienvenida a nuestros cuantiosos invitados Malysheva se mantuvo apartada y mi primo estuvo más que entretenido con la camarilla de admiradoras, en especial con Viktoriya Pavlovna, quien se aseguró de permanecer junto a Vova hasta que éste se retiró.

Di media vuelta y mis pies me condujeron de nuevo hacia la ventana, notando una molesta pulsación en las sienes. El gesto asombrado —casi asustado— de Malysheva Vavilova se formó en mi mente, justo en el instante en que aquel servicial sirviente le tendió el mensaje lacrado de Vova; no lo comprendí en aquel entonces, errado en mis deducciones, pero ahora lo sabía: Malysheva estaba abrumada por saber que era el último encuentro con el Dragmar. No había sabido qué esperarse de él.

Mi rostro se contrajo en una mueca inconsciente cuando pensé en mi desafortunado comentario posterior. Los nervios me habían jugado una mala pasada, haciendo que no escogiera bien mis palabras; mis hermanos, de haber sido testigos de aquel bochornoso momento, se habrían encargado de hacérmelo pasar mucho peor.

La enorme habitación de Vova pareció hundirse hacia mí, empequeñeciendo. Aquel lugar no era de libre acceso y solamente unos pocos teníamos el permiso para poder entrar en ella; por eso mismo había venido directo hacia aquí después de intentar distraerme en mis propios aposentos.

En mi trayecto hacia aquí me había cruzado con Ruslain, uno de los secretarios con los que contaba Vova desde que alcanzó la edad suficiente para empezar su propia agenda como heredero. El amable hombrecillo me informó que mi primo continuaba ausente, disfrutando de su encuentro con Malysheva Vavilova. Eso me había empujado a mentir diciendo que Vova quería verme a su regreso, espoleando mis pasos y haciendo que aumentara ligeramente la velocidad.

Sabía que mi comportamiento estaba siendo irracional, que el nudo que estaba estrechándome la garganta era producto de un sentimiento casi infantil. Pero no podía olvidar aquel extraño cosquilleo que me recorría de pies a cabeza en presencia de Malysheva Vavilova; el brillo que apreciaba en el fondo de sus ojos azules, un reflejo que parecía despertar algo en mi interior...

«Basta.»

Corté el hilo de mis pensamientos y obligué a mis pies a que me condujeran hacia uno de los divanes, desplomándome sobre él. No podía permitirme seguir por ese camino, debía controlar mi creciente interés por Malysheva Vavilova: ella era una de las jóvenes que mi tío había seleccionado para que Vova pudiera encontrar a su futura Emperatriz.

Daughter of ruinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora