CAPÍTULO 8

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                          Capítulo 8
                    Mi enfermedad:

Toda clase de dolor, de aflicción,  todo lo que podría relacionarse con  una tribulación, con la angustia, con la cierta amargura, todo eso y más, mi visita ésta noche. Son mis nuevos compañeros de vida, los que me acompañarán en mis noches de pánico o en el abatimiento de mi alma. El lamento, los gritos de algunos niños a mí alrededor, la incertidumbre del hospital, absolutamente todo se encuentra en constante asecho.
Sola en la habitación, escuchando los murmullos de mi madre con el Doctor, me encuentro impaciente para saber a dónde me llevarán, quizás una casa para locos, un centro psiquiátrico, cualquier cosa no puede ser más grave que la noticia de tener esquizofrenia.
Me dejó perpleja, siento cómo en mis venas a través de mi sangre la euforia me consume, los gritos de mis adentros desean salir. Prefiero que me hayan dicho que tengo cáncer, la enfermedad con el tiempo me desgasta, pero la esquizofrenia me consumirá el resto de mi vida, tendré eso hasta que me muera, y si les soy sincera, prefiero morirme a qué tener que ser mortificada cada abatido día. Quizás con algunos medicamentos se mantendría equilibrado, pero no es algo que se sana y tampoco es algo que se acaba. Se mantiene ahí, en una completa persistencia, jugando con mi salud mental, jugando con mi credibilidad.

Deseo gritar, deseo salir huyendo, pero nada de lo que haga hará que no enfrente mi realidad.

—Te traje galletas de maní — Dice Leonard mientras va empujando la puerta para poder entrar. — Se que te gustan — me asegura con una radiante sonrisa.

Carga puesto una sudadera color azabache con un Tulipán violeta y del tallo sale su nombre. En la parte de abajo un Joggers negro con líneas blancas, y su tierno pasamontaña rosa.
—¿Te las quieres comer o te las pongo sobre la mesa?— me pregunta, y en sus lindos ojos se reluce su interés.

Solo le sonrió, y sus mejillas se sonrojan.
—¿Co… cómo te sientes?— y el pavor de merecer malas noticias le quema su pura alma.
—Tengo esquizofrenia— le digo, y una sonrisa escalofriante se escapó de mis labios.
Lo observo callado, observándome y probablemente maldiciendo para sus adentros. No quiero decirle que toda estará bien, no quiero engañarlo, no quiero engañarme.

—¿Es muy grave cierto? — Le digo con una sonrisa dolida.
—N..no, podría ser peor!— dice en forma de consuelo.
—¿En serio? ¿Que podría ser peor que estar maldita? ¿Qué podría ser peor que no dormir por las noches porqué me susurran secretos malditos? ¿Qué podría ser peor qué llorar, sufrir, ser observada? ¡Dime! ¡Tus lágrimas no me van a sanar!— le grito y por primera vez un silencio incómodo habita entre nosotros.

Leonard permanece inmóvil, llorando, incapaz de mirarme a la cara, incapaz de consolarme, incapaz de… ayudarme.
Leonard se acerca a la mesa, coloca las galletas sobre ella, para a continuación sentarse en la orilla de la cama y sostener mi mano.
—¡Te amo! — y un mar de lágrimas se unen con el mío — sea grave o no, estaré para ti.

Le lloro y él se acerca a darme un abrazo; esos abrazos que te desarman y llegan a tu alma, esos abrazos que te hacen sentir viva, propia, te hacen sentir vulnerable pero protegida. ¡El me hace sentir cuidada!

—¡Joven, le agradezco que salga de la habitación! — dice el Doctor Albert con un tono de voz lo suficientemente fuerte para asustarnos.— Necesitamos hablar con la paciente — nos confiesa y los nervios me consume.
—Ok Doctor, esperaré afuera— Dice Leonard en un susurro por lo quebrantado de su voz.

Leonard se pone en pie, me ofrece una mirada, me sonríe. Le pasa por un lado a mí madre y nos deja, sonando la puerta detrás de él.

—Ahora que estamos solo, necesitamos hacerte un par de preguntas para tachar cualquier otra posibilidad de traumas — me informa el doctor. ¿¡Ahora soy traumada!?
—Termina con esto— le digo grosera y la mirada de exhortación de mi madre cae sobre mí.
—Mmm… mm ok. ¿Cómo se siente cuando le habló de los amigos?— me pregunta. ¿Es en serio? ¿Qué clase de pesadilla es ésta?
—No tengo amigos, solo el joven que usted acaba de correr— y mi altanería se muestra en ésta tarde.
—¡Lorens! ¿¡Podrías dejar de ser grosera!? Solo queremos ayudarte— dice mi madre sin expresión alguna.
—Ajá… — le respondo — disculpen, ¿Desea continuar Doctor Gardelliano?— y la ironía se hace evidente.
—¿Ya había escuchado voces antes o visto a personas que no están? — nuevamente me pregunta.
Y la verdad, ahora que me pongo a analizar; sí, si he escuchado voces antes, y cosas que no ocurrieron. Por ejemplo, mi supuesto accidente, el niño en el hospital, las llaves.

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