Deseos De Hierro

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Hasta que al fin salió uno de sus hombres y con gestos extraños le indicó  que me entraran. Como sospeché, el cretino no estaba solo. Los principales siete miembros del concejo judicial estaban ahí, y lo peor, lo que no imaginaba, de lo que hace rato me reía, cayó sobre mi cabeza.

—Señorita Elenya, se le acusa de hechicería. Según testigos, están muriendo los animales de consumo, las personas desaparecen y mueren también, de forma muy misteriosa; se le ha visto merodeando en las noches por el pueblo, cerca de la escena de los sucesos; Varios pueblerinos han tenido pesadillas, y la han visto en las habitaciones. Dicen que usted ha hecho un pacto con el diablo ¿Cómo se declara? —dijo uno de ellos, parecía un papel arrugado, amarillento, y viejo.

—¿Qué? ¿De qué habla? —le grité— ¿Quién es usted?

—Debe acordarse de mí, pero de todos modos, soy Randal, supremo juez del consejo de gobierno ¿Va a responder o quiere que le repita una vez más todas sus acusaciones?

—No tengo que responder a eso, son solamente mentiras. Falacias, que este señor a quien ustedes llaman rey, inventó contra mí. Yo no veo los testigos, ¿en dónde los escondió?

—No tiene ningún derecho de hablar así de su señor, el cual, sólo ha tenido misericordia de usted y no la ha enviado a ejecutar. No merece derecho si no castigo, porque es una criminal.

—No he hecho nada, pero pronto lo haré. El único crimen que cometeré, será cuando le arranque los ojos, con toda y la cabeza incluida ahí... cuando logre ponerle las manos encima, juro seré peor que el demonio.

—Lo han escuchado ustedes con sus propios oídos —dijo Larkin, parándose de su trono—. Ayer vino su hermano, Ethelfred. Un torpe, y raro muchacho. Prometió traer pruebas de que ella es culpable; tiene mucho miedo de ella, teme por la vida de él mismo y por la de el resto de la familia. No necesitan nada más para ejecutar mi orden.

—Mi señor, está usted en lo correcto —dijo aquel Randal, muy sonriente.

—Le pedí a su hermano, que viniera lo antes posible con las pruebas, pero ya veo que no serán necesarias ¿Cuándo quieren empezar?

—Mientras más rápido mejor será para todos, esta mujer es una amenaza para nuestro pueblo, su majestad.

—De acuerdo, cuando lo deseen, procedan.

—Aunque acaba de confesar, dudo mucho que sea capaz de arrepentirse. Sin embargo, le ofreceré un día más para que lo piense. Si para mañana a esta misma hora no ha entrado en razón, entonces, irá a a la hoguera.

—Soldados, llévensela. Devuélvanla al calabozo de inmediato.

—¡Sí, su majestad!

Y me sacaron de allí, quitándome la oportunidad de deshacerme por fin de él. Regresar al desagradable agujero, para pasar otro pesado día y otra larga noche, entre los quebrados silencios de mi imaginación. Yo quería terminar de una vez por todas con esta barbarie, y mientras más lo necesité, más débil me hacía.

Sin fuerzas para luchar, cada vez más me quedé, y entre los escombros de mi valentía, murió la esperanza. Aquel día como último contaba, pero era un desafío soberbio, engañoso y gélido, como su propio rostro lo advertía. Después de tanto amenazarme para que me uniera a su lado, parecía que iba de verdad a matarme, muy astuto; más bien, yo diría ingenuo. Trataba de presionarme, y yo no caería, deseaba poner su coartada en su contra, mañana; tarde o temprano.

No podía esperar a que el sol saliera, ansiaba ponerlo en su lugar, aunque me costara la vida, y no pudiera disfrutar de la preciada gloria, y la corona y ver a los súbditos postrarse ante mí. Muy temprano me acosté, en el suelo hueco, y el sueño pronto llegó, era el único modo en que caía rendida.

 Como Anillo Al DedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora