Abaläk

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Pude leer su último pensamiento:
"En el dulce campo duerme una espada, tan filosa y pura como el alba envenenada. Es la reina de los que se ocultan tras la sombra mortífera de la más tierra helada y poderosa, como siempre soñó que fuera su amada esposa."

Después de que realizaran el sacrificio de Larkin, Ethelfred se dispuso a ir a Ürubel, y yo, quise volver a Thèrsha.

-Según las historias que se escuchan por aquí, son cinco los cuervos que custodian la frontera de hielo, cuatro blancos y uno negro -dijo Ethelfred, tratanto de calmar a mi hijo que lloraba.

-Dame al niño.

-Entonces... Elenya, ¿qué piensas hacer ahora?

-Voy a volver a Thèrsha.

-¿A Thèrsha? Es una locura, esa ciudad ya no existe, la han borrado del mapa, o mejor dicho, ahora es parte de Öddar. Pensé que volveríamos juntos a Ürubel, Larkin me dejó a cargo del reino, creí que ahora tu serías mi reina y yo tu rey, tenemos que... piensa en que no vas a querer un bastardo como hijo.

-Ni siquiera lo pienses. Seguro que crees que todo esto me ha hecho cambiar. No niego que, me ha hecho pensar diferente de algunas cosas, pero sigo siendo la misma Elenya que lucha por lo que quiere, cruel y muy terca. Además, tú sigues siendo raro, estabas muerto. "El cuervo..."
-murmuré.

-Supongo que no podré cambiar lo que eres, lo llevas en la sangre. Pero, El propósito de Larkin era que ambas ciudades fueran aliadas, Ürubel y Öddar, y, abolir a los Yaleddos. ¿por qué no cumples su última voluntad?

-Sí, claro... incluso las tierras del norte sintieron su autoridad. Larkin está muerto, no va a seguir dándome ordenes.

-Pero sus compatriotas no, y ahora creo que vienen hacia acá.

Los cuatro reyes venían hacia mi, caminando entre las cenizas frescas, que flotaban soportando el peso de sus capas. El viento parecía enmudecer sus gemidos, al escucharse crugir sus pasos sobre el hielo.

Si me lo preguntan, si parecían dioses, aunque eran grises sus atuendos, y sus cabellos como el carbón que se consumía en la alta montaña de fuego.

Sabía lo que querían proponerme, pero tenían algo oculto en sus mentes que no podía conocer, y que no podía sentir.

Cuando se acercaron a mí, me hablaron como si nunca me ubieran visto antes, ya sabían que yo me había casado con Larkin, lo que me convertía en reina de aquella nación.

Ermogk, el más joven, con sus ojos de oliva, se quedó observando el anillo en mi dedo. Él fue que me dijo que para poder gobernar Thérsha, que ya solo era un motón de nada, yo tenía la obligación de ser, quien ellos querían que fuera, quien yo dije que sería, pero a medias.

Un gobierno compartido no es poder, aunque yo llevara puesta la corona, pero no tuve opción, ya no me quedaba otra cosas más que eso, y "la ciudad de oro", ahí si que no quería volver.

Con mi descendiente en brazos comencé caminar sobre aquel pueblo incierto, esperando que algún día retornara su verdadero rey, cosa imposible, lo sé, no se puede regresar de donde él a ido.

Ahora su nombre es Abaläk, un imperio que sigue escondido en el frío, abrigando hombres valientes, y guerreros fuertes, a quienes todos les temen.

 Como Anillo Al DedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora