Invasores

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Después  de unos días, aquel recuerdo se quemaba en el interior de mi vientre.

La frívola sensación que sentí recorrer mi cuerpo con ganas y momentos después se esfumó como humo en viento fuerte.

Larkin, estaba frente a mí, y yo pensaba tantas cosas, que sentía que mi cabeza se llenaba de agujeros. Tanto temor, porque poco antes de ese momento, le había dado el sí.

Eso no significaba que me rendiría, sino, que no olvidé lo que Ethelfred, cuando aun vivía me dijo. Aunque dudaba un poco del resultado de mi atrevimiento, trataría de sacar ventaja de nuestro matrimonio.

Esta ciudad ha sido gobernada por los hombres durante más de mil años. Tiempos de guerras perdidas, de hambre y miserias. Siempre estuvo así desde que los Yaleddos partieron, nunca fue culpa de mi padre. Sólo que los humanos no son dignos de poblar esta ciudad sagrada.

Mi deseo tenía que cumplirse, él iba a creer que obtuvo la victoria, y en su primer descuido, pensaba aniquilarlo.

Me dio una última oportunidad, y pensaba aprovecharla. Aun que me fue imposible evitar insultarlo.

—¿Por qué lo haces? Dime,  porque no tiene sentido. Nada valioso hay en este reino, para que te casaras con mi hermana solo por una corona oxidada, que si no lo haces tú, pronto será corrompida por gusanos traidores y enterrada en el olvido.  No entiendo por qué quieres casarte y "unir familias", si ya tienes todo cuanto quieres, mientras te dure... y ni me digas que por amor o aprecio porque estoy tan segura de que alguien como tú es incapaz de sentir algo  parecido. Quiero la verdad.

—He permitido que sigas con vida, confórmate con saber eso. La ceremonia ha de ser cuando amanezca, porque en dos días...  la gloria y la fama han de surgir detrás de los muros de piedras que han estado adormeciendo esta ciudad. Iremos a Ervön por la sangre de sus valiosos guerreros, obtendremos la victoria, y tendrán que ofrecernos todas sus riquezas a cambio de dejarlos vivir. Tanto tiempo viviendo en la oscuridad, yo le devolveré la grandeza a este imperio sumergido en la desgracia. No me agradezcas, solo cumplo con mi deber.

—¿Al sur? Ellos no han hecho nada. ¿Quién te informó que vencerás?

—Limítate a tus deberes de esposa —dijo, tomándome fuerte por el cabello, y mordiendo un poco fuerte mis rosados labios. Lo dejé hacer lo que quiso conmigo en ese instante —. No seas entrometida, Elenya. Personalmente, me encargaré de persuadir al ejercito de Ürubel para que ataquen. No quedará en el mundo otro reino más poderoso que nosotros. Tienen que caer, me voy a asegurar de que así sea.

Entonces me soltó, y con una mugrienta y burlona sonrisa llamó a sus sirvientas y les ordenó que me ayudaran a prepararme para la ceremonia.

En cuanto se fue, yo... hice florecer mi furia, y lancé todo lo que estuvo a mi alcance al suelo.

Los caros perfumes, hermosas joyas, vestimentas, sabanas, muebles, y adornos. Ellas me miraban, llenas de miedo y asombro.

—¿Qué están esperando? ¿Una invitación?  ¡Cumplan con su trabajo! ¡Búsquenme un vestuario digno!

Corrieron como gallinas asustadas por toda la recámara. 
Las pertenencias de Leyma seguían allí, quise usar el mismo vestido, por fortuna mía, me ajustaba mucho mejor que a ella. De alguna forma resaltaba mi fuerza. Recogieron hacia atrás mi cabello y me maquillaron. Ya estaba lista para cumplir mi única misión en aquel lugar.

La mañana era  próxima, se podían percibir los rayos del sol que nacían en el oeste. El palacio se veía más grande de lo normal,  y más quieto.

Por la ventana de la alcoba, pude ver la servidumbre, como se levantaban tan temprano para servirle. Eran mis hombres y mujeres y ahora habían pasado a ser sus esclavos. No podía contenerme, y comencé a sollozar de rabia.

 Como Anillo Al DedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora