Sangre De Reyes

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Todo lo que escuchaba desde niña, acerca de los más poderosos guerreros, fue un vil engaño. La ciudad de Thèrsha no es más que estiércol esparcido sobre un montón de gusanos.

Los Yaleddos habían hecho creer a todos que eran descendientes de los dioses, se iban a conquistar otras ciudades, usando como escudo su supuesta semejanza con ellos.

Quizás ningún extranjero había podido traspasar antes la frontera de Oddär y comprobar la realidad.

Es una ironía, que esos seres que se ocultaban detrás de una fría sombra, hayan resultado ser los más fuertes y nobles de todo nuestro mundo. Jamás, hasta entonces, había escuchado nada en lo absoluto, por lo que desconocía lo que me esperaba.

Oddär, una tierra fértil, y hermosa. Inundada por un gélido aire, que perfumaba sus tierras sagradas con un cálido y glorioso cielo.

Ese era el habitad de los guerreros más fuertes que he visto jamás. Descendientes de los dioses; creyentes de que la solución a los problemas de naciones vecinas, se resuelvían con un sacrificio.

Sus dioses exigían sangre, pero nuestras creencias no eran las mismas, y siguen sin serlo.

Entonces, me encontré encerrada, otra vez en una celda lo suficientemente grande como para encerrar mil esclavos, sin embargo ellos creían en la libertad; porque a quienes vi allí, solo merecían castigo.

Mi lujoso atuendo, se había rasgado, estaba lleno de sangre y lodo. Me dejaron tirada en el suelo, con grilletes en los pies y en las manos.

Aquel calabozo, estaba ubicado en el nivel más bajo del castillo en el que se suponía debía haber alguien sobre el trono para gobernar aquella región; pero no supe quién era, hasta cuatro días después, cuando metieron en una celda contigua, a mis padres, mis padres adoptivos.

Ellos no pudieron verme, porque una enorme pared gris nos dividía. Me arrastré por el suelo, tratando de que mis cadenas no hicieran ruido y miré por un agujero que tenía aquel detestable muro. No me atrevía a llamarlos, quizás por mi culpa estaban en aquel lugar.

Fue durante el día, el lugar estaba húmedo de claridad, se veía apagado y silencioso, a pesar de los gritos que pude oír, cuando los empujaban al interior de la prisión. Eran simples mortales, que en ese momento me hicieron comprender lo tonta que estaba siendo, ahí sentí mis fuerzas quebrarse por completo. Supe lo débil que era por fuera, aunque por dentro era una fiera indomable. Entendí con certeza que nunca debí desafiar a alguien más poderoso que yo, en el sentido de popularidad. Fue un error inevitable, que cobró muchas vidas, y que al final no dio recompensa.

Estaba decidida a dejarme arrastrar hasta el final, sin importar ya que me sucediera.

Yacía tirada, mirando la oscuridad debajo de mí, hasta que entre aquellas huecas paredes empecé a escuchar un eco infantil.

El llanto de un niño pequeño. Sin pensarlo me puse de pie, y haciendo lo que podía, me acerqué a los barrotes. Vi un hombre por el ancho pasillo, llevaba un recién nacido, lo agarraba por los pies, dejando su cabeza colgada hacia el suelo.

Empecé a gritarle que me devolviera a mi hijo, le grité con todas mis fuerzas, pero no me hizo caso alguno. ¿Cómo sabía que era mío? No lo se, solo lo sentí... supongo que es parte de ser madre. ¿Y si lo era de verdad? En ese instante no lo supe, porque aquel mequetrefe solo siguió su camino.

Me dejé caer, como una piedra lanzada a un río, y me hundí. Lloré, fueron las primeras lágrimas de mi vida.

Así estuve un largo día, cuando se oscureció, mis ojos estaban hinchados, pero aun podía ver. Parecía que nadie vigilaba y pensé en escapar de alguna forma, aunque me fuera imposible.

 Como Anillo Al DedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora