Capítulo 45

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El ambiente hoy está más frío que de costumbre, cosa que no es sorpresa si consideramos que estamos a una semana del inicio oficial del invierno, el cual se siente con fuerza acá arriba. Mi padre camina a mi lado, cubierto por una chaqueta que Chris le prestó, dado que no tenía una más abrigada. No tenía ganas de salir al bosque para hablar, más le convencí porque hablar dentro del edificio no era algo que me acomodara mucho.

Es la mañana siguiente a su llegada, una extraña, pero que no fue brusca en lo absoluto.

Erick fue quien me dio los detalles. Estaban todos cenando y mi abuelo escuchó el timbre, hablaron desde el intercomunicador del portón y, tan pronto como escucho la voz de mi padre, subió al apartamento, donde se ha quedado desde entonces. Eso fue unos quince minutos antes de que llegáramos. Todos estaban confundidos y sorprendidos, mas les dejaron pasar sin el permiso de mi abuelo porque, a fin de cuentas, sabían que ya todo entre ellos y yo estaba bien. Cuando Mike, Ian y yo llegamos, mi padre estaba solo comentando sobre venir a visitarme sin más, pero luego de reunirnos todos en la habitación de Mike, salió a la luz la verdad, al menos de manera parcial.

—¿De verdad lo dejaron todo? —pregunto, observando a Ringo olfatear los troncos de algunos arboles unos metros frente a nosotros.

—Lo dejaremos, es un proceso un poco largo, pero en eso estamos —me corrige, con las manos en los bolsillos—. Los últimos dos meses hemos pasado día y noche pensando en qué decir, en qué hacer, en cómo afrontar esta situación... De pronto, Dayana y yo nos dimos cuentas de que estábamos hartos.

—¿Hartos de qué?

—De ser nosotros —suspira.

El sendero de tierra se volverá uno de nieve en un mes, si es que no en algunas semanas. Siempre es una capa bastante delgada, aunque hace unos tres años hubo una helada que te permitía hasta hacer muñecos de nieve, pero eso no es lo usual. Por ahora, aun podemos ver las hojas secas en el suelo, ya no como una cubierta, sino mimetizadas con la tierra, creando un mosaico que guía nuestro camino hacia el lugar favorito de mi abuela.

—Pensé que tu sueño era ser un famoso director de cine —suelto.

—Y lo cumplí —se encoje de hombros—. Al principio es emocionante. Huyes de casa para perseguir tu sueño, empiezas desde lo más bajo, fallas mil veces, la gente no confía en que vayas a lograrlo, alguien te da un chance, ese chance sirve un poco, y así vas ganando y perdiendo hasta que de pronto estás frente a un escenario recibiendo el premio más prestigioso para un director de cine —cuenta—. Y es ahí, mirando al publico que te ovaciona, donde cumpliste tu sueño y debes mantenerte en él. Eso he hecho los últimos veinte años, y lo he hecho muy bien. No soy el mejor, tampoco diría que estoy entre los más reconocidos y aclamados, pero la gente conoce mi nombre aunque no conozca mi rostro —deja su discurso en el aire unos segundos—. Desde que volviste a casa, desde lo de tu madre, ya simplemente no puedo seguir con ello. Es agotante, es un fastidio, y pensé que era la vida soñada por tanto tiempo que ahora que le he quitado el buen sabor que tenía, solo me causa repudio.

—¿Entonces escaparás?

—Sí —asiente—. Consideré hacer entrevistas, ruedas de prensa, algún artículo, algún post en mis redes sociales... Caí en cuenta que justificar o explicar mi vida privada a completos desconocidos era la idiotez más grande del mundo, y llevaba dos décadas haciéndolo —se ríe—. Despedí a todos, terminé con todos mis negocios, corté todos mis lazos; entre ahorros, regalías y el dinero que saque de la mansión, mi vida esta cubierta, y la tuya, y la de tu abuelo, si me deja.

Sí... eso será difícil.

Cuando pasamos por la zona de fogatas, empiezo a fantasear con una vida normal a toda regla, con padres medianamente normales, con una familia normal, con situaciones normales; ¿existe esa posibilidad en este punto?

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