Parte dos: Capítulo 19

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¿Cuándo mi vida dio un cambio tan drástico? Me encantaría poder decir que no me di cuenta, pero claro que lo hice, estuve de acuerdo con ello.

Es de madrugada, exactamente las cinco de la mañana con diez minutos. Es macabro pensar que estoy parada y apoyada en el lugar donde mi madre, cinco semanas atrás, no pudo contra su propia mente y decidió acabar con todo. Intentarlo, en todo caso. Por suerte no lo logró.

Está viva, sana dentro de lo que cabe y estable en el hospital. Despertó un par de veces luego de lo sucedido, hasta que anteayer lo hizo de forma definitiva. Según mi hermano, recobra poco a poco su vitalidad y, por más que han intentado preguntarle qué sucedió, responde nada.

No sabe que he vuelto.

He vuelto, una frase agridulce, donde lo agrio gana por mucho.

Pensé que sería cuestión de unos cuantos días hasta que ella despertara, pero el tiempo se alargó más de lo esperado y terminé subiendo al paramo para buscar ropa extra, conversar con mi familia para explicarles la enredada situación —a la que reaccionaron con incredulidad y aceptaron al final— y, finalmente, confesarle a mi abuelo que no podía regresar a la residencia todavía.

Lo reflexioné mucho, y Mike me ayudó a decidirlo. No podía hacerme la indiferente; si ella no cumplió su rol de madre, aún era temprano para que yo cumpliera mi rol de hija. Él, con un dolor que escondió detrás de un chiste desganado, asintió y me ayudo a empacar mis cosas.

En contraste a la charla con mi abuelo, la que tuve con Ian fue sencilla. Ni él ni yo sufrimos por estar lejos del otro. Existe el teléfono, y prometió bajar a la ciudad de vez en cuando para verme, cosa que ha cumplido dos veces desde entonces.

Dejé el constante frío, el bosque, las comidas ruidosas y las conversaciones chistosas para sumergirme a un mundo lujoso del que nunca quise ser parte. Todo lo que mis ojos alcanzar a ver es mansiones más allá del ya enorme terreno que cubre la propiedad de mis padres. No me gusta, no veo los árboles, la niebla, las montañas... hasta el olor es diferente. Lo detesto.

Enciendo la pantalla de mi teléfono solo para suspirar y volverlo a guardar con cierta frustración. ¿Cómo se me ocurre llamar a Ian a esta hora? En dos horas debe estar yéndose a la escuela, donde ya comenzaron a hacer pruebas y, según lo que me comentó, no cree que le vaya muy bien, dado que nunca ha sido buen estudiante. Eso hace que me desanime más, porque de estar con él podría ayudarlo.

Britt y Emily, a quienes tuve que contarles la verdad parcialmente, me dijeron que se encargarían de que a Ian le vaya bien en la escuela. Les estresa su forma de ser, sentimiento que el chico comparte hacia ellas; sin embargo, de vez en cuando se juntan en el patio de receso para estudiar, solo porque yo se los pedí: a ellas que le ayudaran y a él que se dejara ayudar.

En momentos como estos, me siento muy sola.

No hago mucho desde que llegué, y la situación tampoco ha cambiado a mi favor. Madison decidió degradarme al mismo trato que le daría a un bicho, mi padre ni siquiera me dirige la mirada y mi única compañía real es Mike, que tampoco puede estar en la mansión todo el día por sus entrenamientos. De hecho, nadie aparte de la ocasional mujer de aseo, mi profesora y mi padre —a veces— están dentro de este lugar de forma constante. Aun así, mi profesora no está nada mal, es agradable.

Nuestro reencuentro se debió a Mike, quien no iba a permitir que me perdiera un año de escuela por todo este desastre familiar que se está viviendo. Ella fue la misma que años atrás se encargó de mi educación, teniendo la potestad de certificar mis años de estudio. Es una mujer de unos cuarenta años, se llama Mónica y no suele hablar de cosas fuera de las clases, pero es paciente y dulce. De seguro el contrato con mi familia le impide formar una relación demasiado cercana con nosotros, ya que a todos nos dio clases desde niños mas no llegó a ser un tipo de nana para ninguno. Solo viene, da su clase y se va, eso es todo.

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