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Aria.

Cuando se marchó, seguí llorando, con tanta intensidad, que sólo recuerdo un momento de mi vida en el que me sentí igual de fragmentada, y fue cuando a mi mamá le diagnosticaron una enfermedad que puso su vida en estado de jaque, fueron meses duros, donde tuve tanto miedo de perderla al ver cómo su condición apagaba la luz que ella irradiaba, gracias a Dios, que tiempo después, todo mejoró.

Y ahora me estoy regañando, porque no debería estar llorando así por un hombre, pero lo hago, no lo puedo evitar, no era cualquier persona, yo lo consideraba el amor de mi vida, y duele, duele que lo que un día fuimos ya no esté, que se me haya escurrido como agua entre las manos.
Si pudiera ponerle un nombre a lo que siento, es "desolación", me siento perdida y sola, en ésta gran ciudad. Mis padres viven al otro lado del país, al igual que mi familia, no tengo donde o a quién acudir.

Sin estar pensando nada en absoluto, tomo la comida que preparé y la guardo en unos recipientes, preparo chocolate caliente para mantenerme ocupada, luego me coloco un abrigo y una bufanda, tomo mí mochila y me encamino a la zona de seguridad del complejo departamental. Carl está tomando café con Pete el chico de la taquilla y ambos se percatan de mi presencia. A decir verdad, debo lucir horrible, porque la expresión de desconcierto en sus rostros dicen muchas cosas, intenté quitarme los restos del maquillaje oscuro, pero mi rostro seguía hinchado, no pude hacer mucho con eso.
Trato de fingir una sonrisa, pero creo que solo llego a un gesto desfigurado, aclaro mi garganta.

—Carl, te traje la cena, hay para ti si quieres Pete—Enuncio metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo.

Los mencionados intercambian una mirada y asienten.

—Carl—Me acerco al vigilante—Gracias por ayudarme allá arriba.

Porque sí, siento que Carl fue más útil que Nathan.

El señor Carl sonríe con tristeza, sé que lo sabe, quizás vió a Nathan entrar varias veces a casa con esa, o sabrá Dios qué otras chicas. Pero su política de trabajo no le permite intervenir en esa clase de asuntos.
Debe tener la edad de mí papá, tiene canas que oculta bajo su gorra y un bigote.

Asiente—Por nada Srta. Hawthorne—Contesta y procedo a retirarme, pero él se acerca un poco más, intentando llamar mi atención con la educación que lo caracteriza—Señorita, disculpe que me entrometa—Suspira— Pero algún día, ese hombre se arrepentirá de haberla hecho sufrir, usted es muy buena, no deje que le haga pensar lo contrario.

Mis ojos se cristalizan y le doy un leve asentimiento.

—Gracias Carl—Sorbo mi nariz usando la manga de mi abrigo—Buenas noches.

* * *

Estoy andando sin rumbo fijo por las calles de mi ciudad, llevo cerca de dos horas caminando, con la intencionalidad de no pensar, al menos agradezco que el sonido ensordecedor de los autos transitando en las avenidas, me hagan ignorar el creciente ruido que reina en mi mente.

No hay nadie a quien pueda acudir aquí, Nate y yo compartimos el mismo grupo de amigos. No me apetece ir a contarles a Maya o a Dania y que me miren con lástima.

Me entretengo pateando una lata soda que encontré tan abandonada como yo en la carretera, sintiéndome miserable ¿Por qué diablos tenemos amigos en común? Sus amigos son mis amigos y viceversa. ¿Donde rayos ha quedado el sentido de nuestra individualidad?

Ni siquiera tengo la confianza suficiente como para hablarles de lo que siento.
Nathan, tú eras mi amigo ¿Por qué me hiciste ésto?

Tropiezo con una persona, y murmuro "Lo siento".

Empezar otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora