Episodio III

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Obi-Wan se encontraba recostado en su cama con sus brazos cruzados detrás de su cabeza, la habitación era iluminada por el reflejo de las luces artificiales de la ciudad. Saber que la senadora Amidala estaba en el templo, en el mismo lugar que Anakin, le hacía sentir ansiedad. Él conocía muy bien a su padawan; Skywalker era un joven rebelde, intenso pero sobre todo apasionado. Kenobi sabía del rechazo que su aprendiz sentía hacia el código Jedi. Y si era sincero consigo mismo, había ocasiones en que también él se cuestionaba si este era correcto. ¿Porqué, cómo podías estar en paz sin experimentar emociones? ¿No es la felicidad un camino hacia la paz? ¿No es la felicidad una emoción?

Había días, cuando los problemas de la República parecían no dar tregua, en que sentir la energía radiante, no sólo de su aprendiz, sino también de los más pequeños del Templo, le daba esperanza. Esperanza de que mejores tiempos vendrían. Por eso, Obi-Wan estaba seguro que amar era necesario. Amar la vida, amar la calma, amar la paz. Pero sin olvidar, que se debe amar con conciencia, con libertad, con pasión...

Los Jedi prohíben el apego, no el amor. Apegarse a algo, ya sea material o espiritual, era peligroso porque temes perder lo que te mantiene anclado a la vida. Pero amar, amar es saber disfrutar cada momento de la vida como si no hubiera un mañana, pero al mismo tiempo, ser consciente, que nada dura cien años. Y cuando el tiempo se acaba, cuando la muerte está cerca, saber dejar ir y sentirte feliz de haber aprovechado el tiempo compartido. No hay vida, sin muerte. Porque a fin de cuentas, la muerte es lo que le da sentido a la vida.

Y ese sentimiento de amor, no de apego, era lo que Obi-Wan necesitaba para poder seguir corriendo, sonriendo, peleando.

Seguro de que esa noche no podría conciliar el sueño, se levantó de su cama. Únicamente tenía puesto sus pantalones así que tomó una túnica de su armario y tras colocarse sus botas, salió a caminar por los jardines del Templo. Una ráfaga de aire azotó en su cuerpo, apretó su túnica con sus manos y se detuvo frente a la fuente que estaba al centro del lugar lleno de flora característica del planeta. Amaba su hogar; amaba a sus compañeros y amaba todo lo que poseía. Sonrió con nostalgia al recordar a su maestro, y al mirar el cielo estrellado de Coruscant, no pudo evitar pensar en como sería su vida si Qui-Gon no hubiera muerto en Naboo. Quizá él tendría a alguien más como padawan, quizá nunca se hubiera acercado a Anakin, quizá ahora, en este momento, no estaría celoso de Padmé. Se rió de si mismo; ni siquiera tenía oportunidad. Padmé era bella y si Anakin quería dejar la orden y ser feliz con la dama, él lo apoyaría sin dudarlo.

Sintió una firma en la fuerza acercarse a él, los pasos que se aproximaban eran lentos; Obi-Wan esperó a que el joven hablara primero.

_ ¿No puede dormir, maestro Kenobi?

Se giró para enfrentarlo y tuvo que tragar saliva; los rubios cabellos brillaban con la luz artificial de los pasillos, los ojos azules cuales dos finas turquesas lo miraban con un sentimiento inexplicable y la sonrisa que el muchacho le estaba ofreciendo, erizó su piel. Si Obi-Wan no supiera que Anakin era hijo único, él podría apostar que Luke era su hermano gemelo. No es que fueran exactamente iguales; el cabello de Luke era un poco más claro que los de su padawan y el tono de azul de los orbes de Anakin era más intenso, más bien, los ojos de Luke eran una mezcla entre los ojos de Anakin y... No, inmediatamente negó para sus adentros.

_ Asuntos de la orden, joven Luke. Una guerra se aproxima y nuestro deber es proteger a toda la galaxia. Se aproximaban tiempos difíciles. Con el atentado que sufrió la senadora, está más que claro, que es una declaración de guerra.

_ Bueno maestro, no debe preocuparse por el futuro. "No hay caos, hay armonía". ¿Ya lo olvidó?

_ Me temo que nunca podría olvidar el código. ¿Y usted tampoco puede dormir?

Una visita inesperada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora