Capítulo 1

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El Reino de Invernovale era alegre. Las mujeres y niños jugaban fuera de sus hogares, sin ninguna preocupación en sus mentes. Era el único Reino en la Tierra Elemental dónde había paz. Sencilla y hermosa paz. Sin soldados, sin bandidos y sin piratas.

Invernovale era una tierra fría desde el inicio, envuelta por capas y capas de nieve que se extendían tan lejos como la mirada podía ver. Nunca había sol en esa tierra, solo un ligero resplandor que no hacía nada por ahuyentar el hielo.

A diferencia de otros Reinos, en Invernovale no se celebraba el final del invierno sino el inicio. Ellos adoraban la nieve y el frío, tanto que ya formaba parte de sus vidas y era imposible de abandonar. Vivían en una tierra congelado, imperturbable ante los guerras del mundo exterior. Mientras afuera la gente moría bajo el liderazgo de un Rey tiránico, en Invernovale la gente cantaba y bailaba con alegría frente a las puertas del castillo. Se amaban unos a los otros, incluso si la sangre no los unía. Eran una familia, adorando el invierno eterno que nunca se iba.

Las festividades invernales empezaban cuando las primeras tormentas de nieve azotaban el norte del Reino, inundando los poblados en esa zona. Los nacidos en invierno eran fanáticos del frío. Hasta la más fuerte tormenta los hacía felices, pues la nieve era una buena señal para ellos.

Muchos niños jugaban, vestidos con abrigos de lana mientras eran perseguidos por sus madres. Era tradición que los niños jugaran al inicio del invierno, ya que sus inocentes almas eran apreciadas aún más en la nieve. La nieve, el sustento de Invernovale, alegraba a los pequeños y al mismo tiempo brindaba un cómodo hogar a sus padres.

La familia Real de Invernovale era pequeña, aunque poderosa. El Rey vivía en el castillo junto a sus cuatro hijos, todos príncipes de impecable aspecto. Tres de los príncipes eran guerreros como su padre. El último, sin embargo, poseía una delicadeza digna de poemas.

Winter era el más joven. Su cabello era blanco como la nieve que rodeaba Invernovale y sus ojos plateados. Era pequeño, tanto en mente cómo en cuerpo. Había heredado la figura delicada de su madre, no la de su padre como el resto de los príncipes. Winter era puro, tan suave y gentil como los copos de nieve que caían cada mañana por las ventanas del castillo. También era frágil, y se le prohibía salir del castillo. Cuando era un niño pequeño contrajo un resfriado tan grave que muchos temieron por la vida del joven principe, así que su padre y hermanos prohibieron a todos los sirvientes del castillo dejar salir a Winter. Él era el príncipe cuyo aspecto era similar a la nieve, y aún así era el único que no podía tolerar el frío en las calles de Invernovale.

Winter corría por el castillo, huyendo de su sirvienta mientras ella intentaba ponerle la ropa ceremonial. Era su cumpleaños número diecisiete, día en que los Ancianos realizaban la ceremonia dónde pasaría de ser un niño a un adulto. La ceremonia debió realizarse cuando cumplió dieciséis inviernos, pero todos se negaron a hacerlo debido a que su cuerpo aún tenía rasgos de la infancia. Un año después, se vieron forzados a realizar la ceremonia a pesar de que la anatomía de Winter parecía reacia a desprenderse de su belleza infantil.

El príncipe se rehusaba a utilizar la túnica ceremonial porque era demasiado corta e incluso estaba hecho de un material transparente que haría poco por cubrir su delicada piel pálida. Su sirvienta, Kaed, tenía la obligación de ponerle al principio la túnica ceremonial por órdenes del Rey. Si no vestía la ropa de ceremonia, Winter no pasaría de la niñez a la adultez.

Winter sonrió cuando vio la figura de sus dos hermanos acercarse. Corrió hasta esconderse detrás de ellos, soltando risitas ante la mueca de Kaed.

-Altezas- Kaed se arrodilló frente a los príncipes. Sabía que ahora no podría hacer que Winter se vistiera en contra de su voluntad.

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