Capítulo 2

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Winter se retiró a su habitación cuando la ceremonia terminó. Su padre y hermanos se quedaron junto a la hoguera, bailando y bebiendo con la gente de sus frías tierras. Había también extranjeros entre la multitud, hombres de piel oscura que parecían entretenerse con las costumbres de los nacidos en invierno. Winter fue tan inocente que se perdió las miradas lujuriosas provenientes de aquellos hombres extraños.

Mientras regresaba a su habitación, Winter no pudo evitar pensar en su difunta madre y en lo mucho que ella habría disfrutado de su ceremonia de madurez. Ella siempre le decía que cuando fuera un adulto, el mundo sería diez veces más intenso de lo que era antes. Ella creía por completo en que la adultez no era sino una meta u a su vez el inicio verdadero de toda vida. Winter pensaba en ella, cada vez que se veía al espejo y cada vez que se iba a dormir. Podía recordar las bellas canciones que cantaba su madre antes de ponerlo a dormir, melodías tan suaves como infantiles.

La madre de Winter no era la Reina. Era un sirvienta cuya belleza logró capturar el corazón de un Rey que se rumoraba era tan frío como el Reino que gobernaba. Se enamoraron, y de ese amor nació un niño tan hermoso que las flores se ocultaban avergonzadas ante su belleza. Ella murió cuando Winter tenía seis, en un terrible accidente que se llevó la vida de muchos. Fue cuando un incendio se esparció por Invernovale hasta llegar al castillo. Su madre murió para protegerlo. Por eso la recordaría.

Una lágrima solitaria se deslizó por la mejilla blanca y delicada de Winter. Se limpió el rostro con la mano y empezó a desvestirse. Como era de noche entró en su ropa de dormir, una ligera bata que dejaba una minúscula parte de sus clavículas a la vista. Nunca le preocupó porque las visitas en el castillo eran, y en su caso, ninguna.

Winter cayó sobre el mullido colchón y terminó dormido en unos minutos. Su cabello estaba esparcido por las almohadas y su rostro parecía una estatua de marfil cuando estaba inconsciente. Sus largas pestañas rozaban sus mejillas. La tela que cubría sus hombros se movió un poco cuando dió varias vueltas, mostrando más de sus clavícula. Dormía en calma, sin ninguna preocupación en su cabeza. La palidez de su piel era hermosa, como una mancha de nieve oculta bajo capas de ropa.

En la oscuridad de la noche, una figura se adentró en la habitación de Winter a través del balcón. Estaba cubierto de pies a cabeza por ropa de cuero negro, tan oscuro que parecía fundirse con las sombras de la noche.

La figura sombría observó al joven principe con interés. Luego se sentó a su lado y admiró el rostro de aquel pequeño muchacho pálido, cuyo cabello era blanco al igual que su piel. Pasó unos diez minutos en esa posición, hasta que la picazón en la punta de sus dedos lo obligó a estirar la mano. Tan pronto como su piel entró en contacto con el pequeño príncipe, sintió que su cuerpo palpitaba con fuerza. 

El hombre pasó a tomar un mechón de cabello blanco, dándole vueltas entre sus dedos. Sonrió antes de acercar su mano libre al pecho de Winter. Deslizó la túnica un poco, lo suficiente para exponer el pálido hombro del peliblanco. Observó con tranquilidad mientras veía a Winter quejarse en un tono lamentable. Siguió bajando la túnica hasta ver los pequeños pezones del principe, dónde se detuvo.

Apoyándose en un codo, el hombre se acercó tanto que su respiración golpeó directamente el hombro de Winter. A esa distancia, el aroma natural de Winter invadía su nariz. No se atrevió a tocarlo, consciente de que no podría detenerse si iniciara.

El hombre dejó un breve roce de sus labios sobre la clavícula del principe, disfrutando el pequeño gemido que oyó. Después de hacer eso se fue, la imagen de Winter grabada en su memoria.

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Winter estaba ayudando en la cocina. Era muy torpe, pero nadie quería decirle que estaba agregando demasiada sal o muy poca azúcar a todo lo que cocinaba. Si lo hacían, el dulce príncipe estaría triste por el resto del día.

El día después del inicio de invierno todas las familias cenaban. Incluso si todos vivían en casas diferentes, debían reunirse el hogar del miembro más antiguo de la familia para comer e intercambiar opiniones sobre el invierno anterior. También se cantaba y bailaba, aunque ésto generalmente era hecho por los miembros más jóvenes de la familia como manera de que se entretengan.

Para Winter la cena familiar consistía en apaciguar a sus hermanos mientras intentaban defenderlo de los comentarios de su padre. El Rey no era un hombre malo en realidad, solo que a veces tenía problemas para reconocer que Winter no era su madre. A veces miraba a su pequeño hijo de un modo erróneo, y los príncipes sentían la necesidad de proteger al más joven cuando ésto sucedía. En el fondo, sabían que el Rey sería incapaz de lastimar a su habitación o responder a las fantasías que temporalmente cruzaban sus pensamientos.

Winter terminó de hornear pan y se sacudió el cabello. Se olvidó de que tenía harina en las manos, así que tuvo el rostro lleno de harina por un rato. Estaba riendo cuando se topó con Kain.

—¡Hermano!— chilló Winter lanzándose para abrazar a Kain.

—Pequeño copito— Kain esbozó un sonrisa gentil, acariciando la cabeza de su hermano menor.

—¡Hice pan! ¡¿Quieres probarlo?!

Winter se emocionaba demasiado fácilmente. Su voz se alzaba y empezaba a dar saltos en su lugar sin notarlo.

—Sí, pequeño.

Kain probó el pan que le ofrecía su hermano. Esbozó una sonrisa poco después, sacudiendo el cabello de su hermanito.

—¡¿Sabe bien?!— preguntó el príncipe.

—Sí— dijo Kain luchando por tragar el agrio sabor del pan. Mentir era aceptable si lo hacía para proteger a Winter.

Winter estuvo con su hermano el resto del día. Hasta que cayó la noche y se encontraron a toda la familia reunida en la mesa.

Por las festividades, Winter usaba un vestido muy elaborado con encaje en los hombros. En Invernovale no había reglas sobre cómo vestir o con quién compartir el lecho. Eran liberales en comparación con otros Reinos. Algunos los llamaban degenerados, pero los nacidos en invierno eran gente pura.

Winter gemía cada vez que tomaba un bocado de la deliciosa comida. Sus hermanos lo veían con atención, y al mismo vigilaban a su padre para asegurarse de que no le prestaba atención a los sonidos del pequeño príncipe. Le encantaba comer, cosa que uno no creería debido a la delgadez de su figura. Estaba tranquilo, alegre por poder tomar una copa de vino ese año. Ya era una adulto y el alcohol se le permitía.

La familia cenó en paz. Había risas.

Hasta que empezaron a sonar los gritos en el exterior y las súplicas.

Dulce Principe. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora