Capítulo 8.

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Winter tenía miedo.

Después de todo lo que le hizo el capitán, Winter no podía mirar al hombre sin ponerse a llorar ante los recuerdos de aquella horrible noche. Sus labios se habían desgarrado durante el momento en el que su boca fue forzada a tragarse el miembro del capitán, y todavía le dolían a pesar de que habían pasado varios días. Las esquinas de su boca estaban agrietadas, al igual que la tierna carne de sus labios. Hablar dolía, comer le lastimaba la garganta y ahora no podía borrarse el sabor de aquel líquido blanco de la boca. Seguía sintiéndolo, como si estuviera bebiendolo.

El peliblanco sentía náuseas cada vez que a sus labios entraba comida, pero el capitán le obligó a comer debido a que estaba adelgazando rápidamente. Lo que Adrián no entendía era que la comida haría poco por mejorar su situación. Winter perdía peso y parecía enfermo porque había pasado demasiado tiempo lejos de su tierra natal y del frío que le vio crecer. La gente de Invernovale no estaba hecha para prosperar en un lugar ajeno a su tierra natal; sus cuerpos estaban hechos para el frío, no para el calor o la brisa marina a la que ahora estaba sometido en contra de su voluntad. Mientras más pasara, más difícil sería que mantuviera una condición estable y saludable.

Winter no tenía intenciones de decirle. Sin embargo sabía que era cuestión de tiempo antes de que fuera necesario hablarle si no quería morir. Por el momento, su cuerpo consumiría todos los nutrientes que tenía la comida y lo dejaría adelgazando cada vez más. Podría comer tanto como una ballena, mas no subiría de peso e incluso podría vomitarse si es que no sentía algo de frío invernal. Poco a poco se iría descomponiendo.

El capitán le ordenó a un joven ayudante que le cuidara mientras él y la tripulación iban a negociar por provisiones en un puerto pirata. El incidente anterior hizo que Adrián le prohibiera bajar del barco, y a Winter en realidad no le importaba. Prefería encerrarse antes que convivir con los terroríficos piratas. Con Adrián no tenía opción, pero aprovecharía cualquier oportunidad de estar aislado del capitán. Y el ayudante que dejaron a vigilarlo era tan dócil como el mismo Winter, así que no habría ningún problema entre ellos.

Para el príncipe…bueno, el príncipe ya no sabía si considerarse a sí mismo un príncipe luego de todo lo que le había ocurrido en el barco de los piratas. Le dolía pensar en lo que dirían su padre y sus hermanos si supieran todo lo que se había visto obligado a hacer mientras vivía allí, en medio de piratas. Winter no sabía si alguno de sus hermanos todavía estaba vivo, pero lo había pensado en una de sus muchas noches sin sueño. Su padre siempre solía decirle que los príncipes eran personas honorables, de voluntad inquebrantable que se mantenían a sí mismos puros e intactos a la suciedad del mundo exterior. Sus almas debían ser impecables, y Winter ya no se sentía así.

A su parecer, estaba sucio por todas las cosas que el capitán le había hecho durante su estadía en el barco. No era digno de gobernar su Reino invernal y tampoco podría casarse con alguien de manera honorable. Ahora le parecía que no era diferente de las personas que su padre tanto criticó al hablarle del mundo exterior. Personas que vendían su cuerpo (antes Winter no lo entendía, pero ahora sí) para tener comida y un refugio. Ahora no tenía un refugio como tal, pero sabía que permitirle al capitán todo lo que hacía era igual a utilizar su cuerpo como un objeto.

Winter pensó mucho sobre ésto durante la pequeña ausencia del pirata. Por algún motivo lo que sucedió había despertado cierto instinto de supervivencia en él, uno que le obligó a tomar acciones para hacer lo que jamás imaginó en hacer desde que llegó al barco pirata. Escapar.

Nunca lo pensó antes, pero él podría hacerlo. Solo tenía que pensarlo. Sus hermanos siempre decían que era inteligente.

—Príncipe, venga a comer— ordenó el muchacho que lo vigilaba. —El capitán ordenó que comiera.

Dulce Principe. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora