VIII. Dubia

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Visitar ese lugar otra vez era curioso

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Visitar ese lugar otra vez era curioso. Ithuriel fue recibido de la misma forma, por grandes arcos blancos y una preciosa sala impoluta, un hogar tan nuevo como vacío, pero tan capacitado para que cualquier familia se mudase de inmediato. No había ninguna, tampoco el rastro de que alguna viviese ahí o tuviese la intención de hacerlo; a Ithuriel le resultaba curioso el esfuerzo que su hombre, Nikolai, hacía para mantener su vida hermética y bien escondida, aunque las cosas se dejasen ver por cosas del destino, como la marca del anillo...o que rentaba una casa para tenerlo ahí.

Aunque claro, Ithuriel era igual. No podía apuntar y acusar a nadie cuando él hacía lo mismo, solo que sin el dinero para rentar casas o parecido.

Aun así, la calma del sitio cada vez que entraba —aunque hasta ahora fuesen solo dos veces, contando esa— era indescriptible. No había destrozos, nada de lo que encargarse, no había ruidos indeseables, ni gritos, ni habitaciones a las que me temiese por la incertidumbre de no saber que encontraría al otro lado. Era solo un sitio tan impoluto y precioso que no había forma en la que Ithuriel no encontrase calma en ello. Mucho menos cuando entraba con Nikolai a sus espaldas, quien siempre llevaba una mano en su cintura como guía; se sentía pesada, pero cálida y segura.

Casi como si así estuviese escrito, Ithuriel se giró hacia Nikolai en cuanto las puertas se cerraron y los abrigos se colgaron en el perchero detrás de la puerta; el ángel, servicial y con una sonrisa embobada que podía compararse a creaciones de Miguel Ángel deslizó sus manos sobre el pecho del hombre al que, una vez estaban solos, veneraba como a un Dios, aunque fuese un demonio...balanceándose sobre sí mismo en una delicada danza, paseó a su placer las manos y jugó a tentar a la suerte cuando comenzó a desabrochar los botones de esa camisa oscura que apretaba contra sus músculos. Nikolai solo sonrió, admirando los dedos de su niño haciendo el trabajo.

Con todos los botones abiertos, Ithuriel coló las manos dentro de la camisa para tocar la piel caliente y dura de su hombre, su cliente que no merecía ser llamado cliente, se deleitó con la textura del vello en su pecho y la invitación al pecado que sus abdominales marcados gritaban hacia él. Se preguntaba en qué momento se mantenía en forma, cómo lo hacía, cuál era su rutina o si ésta se trataba sólo de comerse niños bonitos en una cama especial como la que les esperaba arriba. Le quitó la camisa con un suave y lento gesto, dejándola caer al suelo y se inclinó sobre él para besar su pecho, nada más que adorándolo, deslizando los labios en una caricia que arrancó suspiros y algún que otro "buen niño" que le derritió el corazón mientras sus dedos bajaban hasta los pantalones.

—Te siento impaciente, ángel...

—Te deseo, papi —gimoteó, bien entrenado al pegarse contra su cuerpo y molerse en busca de fricción. Quería hacerle saber que una erección ya le esperaba desde mucho antes de bajar del auto, y quería sentir la contraria aunque sus manos bien que podrían estar tocándola. Pero el juego previo era importante.

Como viven los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora