XIX. Proditor

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A diferencia de muchos ricos en Rivershire, Noah Wentworth no tenía su hogar en Irons Hills

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A diferencia de muchos ricos en Rivershire, Noah Wentworth no tenía su hogar en Irons Hills.

En su lugar, su casa estaba muy cerca de The Irons Streeth, la calle de los famosos, entre los altos edificios que adornaban la parte más moderna y movida de toda Rivershire. Ithuriel observó con miedo cada paso que dieron una vez salieron del auto, el hombre caminó frente a él como si no temiese ni un segundo que el ángel fuese a escapar. No estaba tan loco.

Pero eso quería.

Deseaba escapar y jamás volver, pero algo le decía que como diese un paso en falso, Wentworth, pese a su cojera, lograría alcanzarlo y hasta ahí llegaría todo.

Entraron a uno de los edificios, imponente y que hacia doler el cuello al intentar mirar su final. El recepcionista les saludó y Wentworth se lo devolvió con una media sonrisa y tomaron el ascensor privado hasta el último piso. Fue un silencio asesino, y el ángel intentó esconderse en una esquina al fondo, esperando no ser visto ahí aunque eran las dos únicas personas dentro y demasiados pisos de espera.

No tenía idea alguna de lo que pasaría. Nunca sabía que esperar de Noah Wentworth, Dios era alguien misterioso y curioso. Comenzaba a pensar que él era quien debía ser un demonio, y su verdadero demonio quien debía llamarse Dios. Así las cosas serían más fáciles, quizás...

Miró hacia Wentworth de reojo, pasó saliva y le fue inevitable no imaginarse mil escenarios en dónde aquella era su última tarde. ¿Qué haría?

¿Sería castigado?

¿Sería encerrado como decía el versículo de la biblia?

¿O el destino era más cruel y siniestro?

Porque todos le habían dicho lo mismo, Jules, Uriel, incluso Katya y su propio sentido común:

Dios no era benevolente y cerrar un trato con él era venderle el alma.

Sintió el peligro en su nuca.

Llegaron al último piso luego de minutos tortuosos que parecieron eternos dónde el mundo se le arremolinó en desastrosas ideas. Las puertas del ascensor se abrieron para mostrar el penthouse, elegante y de colores opacos. La ciudad se veía a través de grandes ventanales en el salón principal.

Wentworth entró ayudado de su bastón, se deshizo la corbata y dejó colgado el abrigo sobre el perchero como si fuese cualquier otro día y no llevase a sus espaldas un prostituto asustado bajo amenaza.

—Por aquí, Ithuriel.

Visto así, parecía un hombre como cualquier otro. Un hombre que rentaba un prostituto para su diversión, que lo llevaba a casa para tratarlo bien o pretender que lo hacía y luego pagarle una buena suma de dinero. No se veía amenazante en absoluto. Aunque su sola presencia intimidaba.

Se dejó llevar por la casa, no reparó en ella. Estaba ocupado mirando el suelo y tratando de no morir de los nervios, pero levantó la cabeza cuando Wentworth le señaló el paso hacia el interior de una oficina.

Como viven los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora