XXI. No culpa

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—Ithuriel

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—Ithuriel.

Envuelto en una espiral de dudas y perdido en algún lugar de su mente, el ángel apenas fue consciente de la voz conocida que intentó traerlo a la superficie. Sabía quién era. Sabía lo que quería, y aun así pasó un buen tiempo hasta que pudo ser capaz de mirarlo y reaccionar.

Estaban en casa.

La realización le llevó a pestañear, sorprendido. Las paredes eran las mismas, el sofá en el que estaba sentado también, y Nikolai esperaba arrodillado en la alfombra que no había cambiado desde la última vez.

¿Cuándo llegaron?

Recordaba...recordaba haber salido de la habitación, de esa habitación dónde se volvió el traidor más grande de la historia y luego esperar en el auto. Recordaba haber esperado por horas sin poder creer el rumbo que tomaban sus pensamientos, sin poder creerse en lo que se había convertido. Y luego, el aroma de Nikolai mezclado con sangre y pólvora inundó el camino de vuelta a casa. El amanecer ya despuntaba en el horizonte. No sabía si había pasado algo de por medio, o si Nikolai le dijo algo al respecto, pero hasta ese momento se negó a prestarle atención.

Y quizás su demonio pensara que era por el shock de lo que acababa de pasar, la realidad era muy distinta y era la culpable de su estado.

La verdad era que Ithuriel no se arrepentía en lo más mínimo de la sangre que se derramó por intervenir.

Su cabeza se lo recordó al fijar la mirada sobre Nikolai, vivo, y por fin apretó sus manos, asintió para él, pidiéndole en silencio un poco más de tiempo mientras ponía en orden sus ideas.

Lo único de lo que se arrepentía y dolía de verdad era mirar esos ojos y saber que estaba vendiéndolo. Pero...ahora se preguntaba cuánto de ello estaba bien. Era por su familia pero, lo que acababa de pasar le decía que Nikolai confiaba en él ¿no? Habían sido cómplices de algo mucho mayor. Había sido testigo de un asesinato.

Y tanto Ithuriel como Angelo Ricci, no encontraban arrepentimiento en ello. Tampoco el deseo por ir corriendo a la policía. Y contra todo pronóstico, más le asustaba el Dios al que fue corriendo a contarle todo, que el demonio que había apretado el gatillo y al que estaba condenado sin saber a qué.

Porque ahí estaba Nikolai, mirándolo con preocupación, con cariño y con demasiadas dudas grabadas en sus iris. Las mismas que él, quizás más.

Sin embargo no hizo preguntas, se mantuvo en silencio hasta que fue Ithuriel quien respiró hondo, sintiendo la saliva atorarse en la garganta como una gruesa piedra y una vez que logró pasarla con tensión, y pese a la boca pesada y pastosa, habló por fin.

—Estoy bien.

¿Lo estaba?

Sí, para sorpresa de ambos. Él mismo no cabía en esa impresión ¿cómo podía estarlo? Se imaginó que ante una situación así cualquiera saldría directo a vomitar, a llorar, a ponerse histérico. Pero Ithuriel...solo había hecho lo que debía hacer, era esa idea la que lo calmaba, que no hizo nada malo. Fue mucho peor el día del tiroteo.

Como viven los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora