Las buenas de los santos.

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Las castañuelas solían ser odiosas irremediablemente, el pulseo acústico que ocasionaban derretían mentes y colisionaban cuerpos, eran como el tratamiento médico de un enfermo mental en las épocas nazis.

Jules había depositado un par de estas sobre sus manos, y se sentían sumamente lisas, lisas e insoportables como solo ellas podrían ser.

-¿Acaso me estás oyendo? – pregunto el anciano, al niño frente suyo.

Louis alzo la vista y enderezo el cuello, logrando asentir, la verdad es que no podía concentrarse en algo más que en su tacto y en lo que desgraciadamente este percibía, castañuelas.

-Podría quemar este lugar y tú seguirías con la misma cara ¿cierto? – sonrió mientras andaba como un tornado humano por cada milímetro del  salón.

Aún seguía sin creer que aquel hombre era sacerdote, Jules era el ejemplo claro de uno de esos políticos enfermos, materializados por el dinero y la droga.

Era pedante, arrogante y poseía esa sutileza infinita que podría hacerlo quedar como algún galante que arrasa mujeres en su auto.

-Niño deja de idear hipótesis absurdas de mi persona – hablo aquel viejo, sacándolo de sus pensamientos, hablaba y jamás miraba.

-¿Qué...? –Louis tartamudeo y reflexiono mucho antes de responder, pequeñas frases podrían cerrarle puertas – Yo no pienso en nada.

-Si tan solo te fijaras en la cara que llevas… ¿aunque creo que es la misma, no? , bueno puedo asegurar que debajo de ese remolino castaño de paja –dijo señalando hacia sus cabellos-andas ideando un plan para sacarte a este viejo y desbalijar la iglesia.

Louis sintió hasta sus orejas arder, de pronto no existieron castañuelas odiosas en su vida.

-¿Me está llamando ladrón? – se acercó al costado de Jules, insistiendo alguna respuesta, el hombre lo miró unos segundos y volvió a lo de siempre, sin siquiera bajar a despedirse mientras salía por la puerta.

Louis corrió y se puso frente a este, tratando de escuchar palabras, fuera lo que fuera, que se lo dijera ahí, tenía ciertas ganas de discutir de defender su dignidad que a pesar de haber sido pisoteada por muchos, aún seguía firme.

Jules sonrío tal vez más espantoso que veces anteriores- No, niño te estoy llamando inteligente.

Enderezó sus labios, en la misma línea que eran siempre y salió.

Eran casi las diez cuando Luis oyó una voz apagada llamándolo, bajo corriendo las escaleras de madera, eran viejísimas y las sentía vacías por dentro, como si lo que aun las dejaba respirar fuera la carcasa, solamente eso, y acabarían sus días de materia, cuando el polvo o un pie sumamente gordo los atraviese.

-Dígame- contestó cuando estuvo abajo, miro al frente y aquella figura dejo de ahí en más de ser negra.

Jules llevaba una bata blanca, que le cubría totalmente el cuello, no lograba ni distinguir sus zapatos y solo se veían pequeños lomos color piel.

-El tour, ven y te mostraré los 650 metros cuadrados que nos rodean – sonrió una vez más e hizo un gesto colonial para invitarlo.

Louis ya había visto completamente aquel aposento divino, aunque aún no lograba identificar la mayoría de cosas, como los estantes de madera y aquellos ángeles llorones.

-Iniciaremos espectacularmente- el hombre empezó a caminar rápidamente, hacia el fondo aislándose.

Doblo y al fondo, entre las viejas sillas y estatuas  partidas, un pequeño habitáculo hecho en su totalidad de madera, aquella prisión consagrada de cristianos donde confesor y penitente procuraban decirse solo las buenas.

-Y aquí Louis, el mini-espacio donde creen dejar sus males, la caja de idiotas, solo aquí estuvieron la mayoría de los homosexuales varones  casados con mujeres, ancianos encamados con niños y cristianos corruptos como los dos- sonrió – el muy sobrevalorado confesionario.

- Creí que Dios consideraba oportuno la confesión de los males e imprudencias. – agrego el niño mirando y apreciando con lastima al cajón de humanos.

Jules estalló en risa – Tú no podrás saber en vida lo que Dios considera oportuno- trataba de ahogar sus carcajadas en una de sus mangas blancas.

-Aquí vienen corruptos, violadores, asesinos y pecadores como todos- dijo ya más calmado y recuperando lo serio del asunto - ¿Quién diablos dijo que hablar con un tipo como yo, solucionara tu vida?

Volvió a reír, mientras respiraba fuerte, Louis se encontró estático no podía entender aun la mitad de las cosas y Jules solo hacía que aquel mundo entero se viera mal y enfermo, disminuyendo cualquier curiosidad naciente.

Hace unos años creyó encontrarse frente al cielo y hoy veía maderas viejas, y la cruz en su pecho se sentía falsa, las oraciones superficiales y la fe cosa de nada.

-Puedes irte a dormir – hablo por última vez y desapareció.

¿Dormir? No, el ahora solo quería pertenecer a la caja de idiotas y  encerrar sus problemas, creer que se quedaran ahí y pensarlo así por siempre.

Que Jules siempre sea lo que fue y que pedazos rotos concedan milagros que cruces no pueden. 

Leucemia Cardíaca {Larry Stylinson}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora