Amelia Blight (2/2)

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—Hermana, ¿nos cuentas más historias de mami?

— ¡Sí! ¡Cuéntanos cuando ella ganó las medallas en las Olimpiadas del 2008!

— ¡No! ¡Mejor cuéntanos cómo fue que se recuperó de la lesión de su tobillo!

A pesar de tener un labio partido, sonreí y me dispuse a acurrucar a mis hermanos: Edric, Emira y Amity, en sus respectivas camas, sin olvidarme de darles sus besos de buenas noches porque padre no puede hacerlo. Él está muy ocupado llorando en su habitación con una copa de whisky en la mano, lamentándose nuevamente por el aniversario que debió haber tenido con mi madre Odalia.

Tenía diez años y mis hermanos, a diferencia de mí, aún no lograban comprender correctamente que era lo que sucedía, por qué la mujer que los criaba era puesta bajo tierra, mientras familiares, y compañeras de la disciplina que la inmortalizó como una de las mejores, rodeaban su cajón fúnebre.

Lo intente, no puedo mentirme a mí misma. Intenté cada día cumplir sus expectativas, subir a ese alto pedestal y ser perfecta como ella. Ser buena hija, para que él se sintiera orgulloso de mí; y buena hermana, para que la muerte de mamá no les afecte a ellos.

Mis hermanos eran lo único que en ese entonces me motivaban a despertarme por las mañanas a pesar de solo haber dormido una hora.

Levantarme a las cinco de la mañana, preparar el desayuno porque el mayordomo renunció luego de que padre casi lo matara a golpes. Pasitos llegan corriendo hacia la mesa principal, mis hermanos se disponen a comer mientras plancho sus uniformes y preparo almuerzos para un nuevo día de escuela.

Tomar el autobús, porque padre no se levanta y aún no alcanzo los pedales del Ferrari estacionado en el garaje. Sigo siendo muy bajita. Llegar a la entrada de la escuela más cara del condado, desearles un gran día de clase con un beso en la frente a casa uno, mientras yo me preparo mentalmente para afrontar los casi ocho cursos extracurriculares del día.

Seis de la tarde, por fin soy libre de aquella cárcel de libros. Mis hermanos me esperan afuera de la escuela, no han comido nada desde el almuerzo del medio día y les da miedo tomar el autobús de regreso a casa sin mi presencia. Además, no es muy inteligente dejar a un par de distraídos gemelos de ocho años a cargo de una niña de seis.

Llegar a casa. Pedir comida y apurarlos para que vayan y se encierren en su habitación... padre por fin se digna en levantarse. Me paró frente a la puerta de roble de su habitación, agacho la cabeza y enseño mis notas de los exámenes del día, como si fueran una ofrenda a la recompensa que deseaba con todo mi ser: Que me deje en paz, y que no toque a mis hermanos.

Hoja por hoja, él revisaba con exhaustivamente los exámenes que dí, analizando que mi rendimiento fuera perfecto. Y yo... solo podía resignarme a llorar por ya conocer el resultado. Mi corazón daba saltos con cada sonido del papel, y una lágrima resbalaba por mis mejillas casa vez que se acercaba a la hoja final. Solo levanté la mirada para dar con la de él, aceptando que fallé en ser perfecta por ese día.

No pude ser perfecta como mi madre, nunca lo seré.

No me alzó la voz, ni siquiera parpadeó en esos eternos segundos en los que nuestras miradas chocaron. Amablemente, me pidió pasar a su habitación, que cerró con llave para que no se oyeran mis ahogados gritos por auxilio. Desafortunadamente para mí, él no habla con mujeres desde que madre falleció... pero yo me parecía mucho a ella, con la única diferencia que yo tenía poco más de catorce años en ese entonces.

Así fueron todos los días de mi vida durante más de cuatro dolorosos años.

Always Together/Siempre Juntas - TOH Donde viven las historias. Descúbrelo ahora