La expedición
Pocos encantos ofrecía la mañana a los dos madrugadores. Negros nubarrones obscurecían el firmamento amenazando tormenta, el viento soplaba con furia y llovía torrencialmente. La lluvia, que debía datar de muchas horas, había inundado las calles y convertido en mares los caminos.
Débiles resplandores anunciaban por Oriente la proximidad del día, pero lejos de tender a disminuir la tristeza lúgubre de la escena, contribuían a hacerla más sombría, pues aquéllos tenían intensidad lumínica bastante para debilitar la de los faroles públicos y no para inocular un átomo de vida al ambiente y menos para iluminar los húmedos tejados y las calles solitarias. Ni un alma se veía por aquel distrito de la ciudad. Todas las puertas y ventanas estaban herméticamente cerradas, el reposo era absoluto, el silencio completo.
Cuando Sikes y Oliver llegaron al camino llamado Bethnal Green, el amanecer se había declarado abiertamente.
Gran parte de los faroles del alumbrado estaban apagados, algunos carros rodaban perezosamente en dirección a Londres y de vez en cuando, pasaba saltando sobre los baches del camino una diligencia, cubierta de fango, cuyo mayoral dispara a una lluvia de imprecaciones sobre el carrero que, por no haberle cedido a tiempo la derecha, sería causa de que llegase a su destino con un cuarto de minuto de retraso. Estaban ya abiertas las tabernas, en cuyo interior lucían los mecheros de gas, poco a poco se iban abriendo las demás tiendas y gradualmente salían a la calle algunas personas. Grupos nutridos de obreros se dirigían a sus fábricas, y no tardaron en aparecer hombres y mujeres llevando sobre sus cabezas anchas canastas llenas de pescado, carretas cargadas de hortalizas tiradas por borricos, vehículos portadores de ganado vivo o de carne muerta, lecheras portadoras de enormes cántaros del rico líquido, y al fin compactas muchedumbres conduciendo víveres y provisiones de toda clase a los suburbios orientales de la ciudad.
Cuando el bandido y Oliver llegaron a las inmediaciones de la City, el ruido y el movimiento ensordecían y mareaban, y al enfilar las calles situadas entre Shoreditch y Smithfield, la algarabía era atronadora. Era día claro y la mitad de los habitantes de Londres habían dado comienzo a las faenas diarias.
Después de dejar a sus espaldas las calles del Sol y de la Corona y de atravesar la plaza de Finsbury, Sikes entró en la parte conocida por Barbacana pasando por la calle de Chiswell, y luego tomando por Long Lane, llegó a Smithfield, que era la fuente de la horrible algarabía de ruidos discordantes que tanta sorpresa y temor produjeron a Oliver.
Era día de mercado. El suelo desaparecía bajo una capa de inmundo y mal oliente fango en la que se hundían los pies humanos hasta el tobillo, y la atmósfera era mezcla negruzca formada por los vapores que constantemente brotaban de los cuerpos de los animales y la neblina que semejaba fúnebre cortina tendida sobre las chimeneas que coronaban los edificios. Todos los corrales situados en el centro de aquella dilatada explanada y muchos otros instalados con carácter provisional en los huecos vacantes estaban atestados de carneros, y a uno y otro lado de los mismos, en hileras interminables, veíanse bueyes y reses de toda clase formadas en filas de a cuatro en fondo. Lugareños, campesinos, carniceros, carreros, arrieros, muchachos, ladrones, raterillos, ociosos y vagabundos de toda clase se mezclaban, confundían y apelmazaban en revuelta masa. Los silbidos de los carreros, los ladridos de los perros, los bramidos y mugidos de los bueyes, los balidos de las ovejas, los chillidos y gruñidos de los puercos, los gritos de los cocheros, los juramentos, blasfemias y vocerío que se alzaban por todas partes, el repicar de las campanas y el estruendo que se alzaba en las tabernas, los apretones y encontronazos de aquella masa humana que se apretujaba y revolvía semejante a alborotado mar, el horrible desconcierto de alaridos que llenaba los ámbitos todos del inmenso mercado y el tropel de hombres y mujeres astrosos, escuálidos, sucios, sin afeitar los primeros y sin peinar las segundas, que se arremolinaban codeándose sin piedad, eran más que bastantes para aturdir y desconcertar al hombre de ánimo más sereno.
ESTÁS LEYENDO
Oliver Twist
AventuraOliver Twist es una de las novelas más célebres de la literatura universal. Es la novela más conocida del escritor inglés Charles Dickens. Oliver, desde la muerte de su madre, es un pequeño huérfano que pasa por mil y una penurias. Desposeído de su...