Capítulo 13 (En edición)

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El perro gigantesco quebró la ventana. Y sucedió como en esos videojuegos de terror que eran tan populares. De la nada, el animal descomunal estaba frente a él, como si hubiese venido de otra realidad, pues Felipe estaba seguro de que los lobos no alcanzaban ese tamaño, y los lobos ya eran grandes por naturaleza. Además, la duda persistía: ¿Pertenecía a la familia de los cánidos? Esto podría ser una pesadilla. En los sueños no se podía leer, por lo que Felipe dejó su estado de conmoción, y buscó una caja de cereal. Pudo leer la información nutrimental. Su ingesta de azúcar iba a matarlo, de todas formas.

-No es un sueño- Felipe dejó ir lo poco que quedaba de su esperanza.

Deseó con toda su alma que Ezequiel apareciera justo como el lobo lo había hecho, repentinamente. Ezequiel sería su príncipe en armadura dorada, y Felipe le debería su vida, y si eso significaba pertenecer al vampiro, a Felipe no iba a importarle. Se había quedado quieto, asustado a muerte. Sus latidos los podía escuchar en sus orejas, haciendo eco. Bueno, su muerte saldría en las noticias y sus padres sabrían de su paradero. No sería un número más de una estadística.

Cuando el animal le mostró los masivos colmillos, Felipe supo que si Ezequiel aparecía, sería tarde. Pudo correr, huír, esconderse, pero al final, el animal lo alcanzaría, y los colmillos entrarían en su carne violentamente. De un mordisco, sería devorado.

Lo que no esperaba era que el animal lo lamiera. Le faltó poco para orinarse en los pantalones. Pero eso no significaba que Felipe tuviera el don de domesticar y menos a semejante criatura y entonces, como supuso con anterioridad, el inmenso animal le enterró los colmillos en el dorso. El dolor era diferente al que sentía cuando Ezequiel se alimentaba de él. El dolor era placentero, y sobre todo cuando Ezequiel lo besaba y lo tocaba antes de enterrarle los colmillos y extraer su sangre, Felipe se sentía entre el cielo y el infierno. Pero este dolor, era horrible y Felipe lo sentía en cada rincón de su cuerpo, en su piel, en sus huesos, en sus músculos. Y tal vez no estaba muriendo cómo lo deseaba, para terminar con su suplicio, pero así lo sentía, y en su mente, alguien más con una voz tosca y rasposa dijo: Estás renaciendo.

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Felipe recordaba que nunca había andado a cuatro patas, ni cuando había sido un bebé, a menos que la posición favorita de Ezequiel contara. Pero, por alguna manera, había adquirido habilidades de película, y al parecer, no era el único. No sabía cómo o porque, pero reconocía a sus compañeros de equipo. Nakamura era el lobo de pelaje café, y su tamaño no era tan abismal como el de Pedro, quien era el lobo negro que parecía un oso erguido, mientras que Igor era el lobo más pequeño de los cuatro con el pelaje blanco como la nieve.

De su boca, u hocico, salió un sonido como el lamento de un canino. Igor le había mordido la cola. Felipe rodó los ojos.

No sabía porqué sus compañeros y él habían sido transformados por Julián, ni porqué él tenía esa condenada habilidad, que a los demás les parecía asombrosa. No lo habían encontrado, a pesar de que seguían su rastro. A Felipe le gustaba pensar que era un horrible sueño del que no podía despertar, pero la voz ronca que ahora vivía en su cabeza se reía de él y Felipe le gruñía a la nada.

Había tratado de cambiar a su forma humana. Pero, no sabía si podría hacerlo o sería permanente. A veces, cuando el hambre estaba presente, Felipe perdía el control de su poca humanidad, y terminaba con el hocico lleno de sangre y carne entre sus dientes. Pero solo de esa manera podía seguía andando. Pedro resultó ser un buen cazador, y con ese tamaño, cómo no.

Todavía esperaba que Ezequiel lo salvara, incluso si la voz en su cabeza le decía que no había vuelta atrás.

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