Capítulo 3

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**Editado.

El chico lo siguió, sin decir una sola palabra. Martín no le dio oportunidad de empacar. Le compraría lo necesario. Les permitió a los padres despedirse. Y aunque estuvo a punto de arrepentirse, el simple hecho de mirar a Julián no lo dejó. Tenía derecho sobre el niñato, le pertenecía y el matrimonio estuvo de acuerdo. La madre se aferró al chico, era obvio que no quería dejarlo ir, y aunque no tuviera el superpoder de leer la mente, sabía que la madre estaba dispuesta a sacrificarse en nombre de su hijo, al igual que el padre, quien mantenía una calma de hierro pero por dentro estaba igual de deshecho que su esposa. Julián, por otro lado, tenía los ojos rojizos debido al llanto que quería nacer. Continuaba sin saber la absurda razón por la que quería al mocoso cerca, era casi como la imperiosa necesidad de consumir sangre, a la cual jamás podría ganarle, a menos que lo cortaran en mil pedazos. Pero, Julián estaba vivo gracias a él, así que en conclusión, Martín tenía cierto poder sobre el muchacho, solo lo estaba ejerciendo, era lo que le habían prometido. Los padres debieron prepararse para el día en el que Martín cobrara su parte del trato, y aún así, los humanos tendían a abandonar el nido de una forma u otra, por lo que Martín no entendía la reacción. Había vivido lo suficiente para comprender la naturaleza humana y estudiarla, ya que él alguna vez también había sido un frágil humano, pero muy pocos acontecimientos, científicos o sociales, eran exactos y repetitivos, por lo que los sentimientos seguían en el departamento de lo complicado. Martín rodó los ojos. Les regresaría al mocoso cuando se cansara de él, lo que Martín suponía pasaría en un par de días o semanas.

—No tenés que hacer esto, por favor— Julián imploró.

Martín alzó su ceja izquierda, y sus ojos se ensancharon, el aroma peculiar de Julián hacía palpitar su corazón, de una manera literal, por supuesto, pero lo que sentía al oler la sangre que viajaba por las venas debajo de la piel de trigo, le hacía querer morder cada centímetro del muchacho y chupar, no hasta dejarlo seco, porque no quería matar al chico, sería algo irónico. Era un pensamiento tóxico, uno al que Francisco, Valentino e incluso Ezequiel, se opondrían, pero era ese mismo pensamiento que lo perseguía desde que vio al muchacho luego de muchos años. Alzó la barbilla y el escalofrío causado por la frialdad de su toque aumentó las ganas de adornar el cuello con una mordida que estaría allí por días, como una forma de marcar su territorio. Los ojos tan azules como el cielo eran hermosos. Martín se perdió en la tristeza expuesta en el rostro de un chico que pronto se convertiría en un hombre guapo. Pudo oler el sudor, el perfume, el miedo, el aroma del suavizante de telas, el terror. Todo lo que Julián estaba sintiendo en ese momento. Sus labios temblaron cuando Martín acercó el rostro y la distancia formaba parte del pasado. Los latidos se aceleraron y Martín puso su palma sobre el pecho, sintiendo el ritmo. El cabello rubio acarició su fría mejilla. Tal vez, serían meses los que Martín tardaría en digerir la esencia de Julián. Tal vez, quien tenía el poder no era él. Y tal vez, el muchacho lo estaba haciendo sentir, después de casi cuarenta años en los que su cerebro solo tenía espacio y tiempo para el conocimiento, sin embargo, Julián también formaría parte de su biblioteca interior.

—Eres mio. Yo te salvé. Te prometo que vas a regresar, pero será cuando yo lo diga, ahora sube— Martín se alejó, insatisfecho con lo poco que había obtenido, y le abrió la puerta.

—Por favor...— las lágrimas recorrieron las mejillas.

Podría llegar a ser un sádico, sin embargo, ¿no era así como la literatura y el cine pintaban a los vampiros? Martín le sonrió mientras sus dedos limpiaban el camino de agua. Estaba siendo suave con el humano, para así minimizar el gran deseo de morderlo. El chico no se movió, ni siquiera cuando los dedos de Martín bajaron al cuello. Oh, era enfermizo su deseo de beber la sangre del mortal frente a él. No lo haría. No quería perder el control y apagar la flama de vida que surgía en los ojos azules. No quería depender de un humano para mantenerse cuerdo, y esa era la razón por la que se alimentaba de bolsas de sangre. Era un hecho que la sangre de Julián lo enloquecía aún sin tener una probada. Francisco les había contado historias de vampiros que enloquecían por la sangre de ciertos humanos. Era una obsesión que terminaba con el mortal muerto. Martín era fuerte, por eso, las fantasías serían su único alivio. Una vez que su imaginación tuviera suficiente con el muchacho, ambos serían libres del absurdo contrato. En la mente de Julián solo sería un efímero recuerdo.

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