Capítulo 11 "Sobre no arreglar lo que no se ha roto"

10 7 54
                                    

Nathaniel

Llevaba días anhelándolo, fuesen cuales fuesen las fuerzas que me mantuvieron alejado, y sin importar su intensidad e importancia, en el fondo; No, no en el fondo. Muy a flote de mis pensamientos rondaba el hermoso querubín que sin llegar a imaginarlo había echado por suelo todas mis defensas.

Los pintores, tienen musas. Los escritores tienen sus personajes creados a la medida de sus deseos, todos ellos tienen amor, pero el arte es amor por si sola.

Yo, por mi parte, no aspiro a nada mejor pues soy minero, trabajador, maderero, hombre multifunción y con ninguna otra motivación en la vida, que dedicar, hasta mi último respiro a cuidar de mis pequeños tesoros.

Los hombres como yo no conocen de amores, al menos no de aquellos únicos y especiales que se conocen una sola vez en la vida. Sólo conocemos de esfuerzos.

Aquel que es pobre no tiene permitido soñar con nada lejano de multiplicar de sol en los días para que el sudor que corra por su frente sea suficiente para llenar los platos que pone sobre la mesa. Los pobres no tenemos derecho a soñar ni de lejos con la sensación que dejaría conocer del amor más que palabrerías, porque cuando no tienes seguridad de que al día siguiente habrá con qué alimentarse, el amor es la menor de tus preocupaciones.

Pero un día llegó ella, tan sutil, inesperada, tranquilizante y sencilla. Era bella, demasiado bella y de un modo en el que nunca había imaginado, rompió todos mis esquemas.

¿Qué los pobres no sueñan?

Quien sea que dijo eso es porque nunca había presenciado una sonrisa de Angeline Thompson.

Ella era el desastre natural más  perfecto, de esos, que aunque sepas que arrasarán con todo no puedes hacer más que quedarte observándolo, cautivo, porque aunque es todo lo que no debería ser, resulta imposible no admirarlo.

Así me sentí la primera vez que la vi, anonadado y desarmado ante la creación más perfecta que hubiese observado.

No fue hace poco tiempo, al contrario. Probablemente lleve observándole mucho más tiempo del que ella algún día llegue a registrar su mente. Siempre de lejos, como a los monumentos, pues era imposible que dos mundos tan diferente convergieran de tal modo que ella girase siquiera a verme. O eso solía creer, cuando tenía prohibido soñar.

No es que las cosas cambiasen tanto desde esos sucesos, o quizá sí, han cambiado demasiado. Se podría decir que soy el mismo, al menos posicionalmente hablando. Sigo teniendo tan poco que ofrecer que ni para mantenerme alcanza, sigo llegando lleno de mugre en todos los sitios a los que ella llega brillando.

La diferencia es que ni el más incrédulo de los bárbaros sería capaz de negarse a un milagro cuando lo roza con sus manos.

Ahora pregunta por Monick, y no entiendo que pudo haber pasado para que el ser más perfecto que ha pisado la tierra me mire con algo roto en sus ojos, provocando que quiera sacrificar lo que sea por arreglarlo.

Monick Backery, la señorita que creí podría ahuyentar esos sueños que no eran correctos, pero que terminó atrayéndolos viene a un tema en el que no pinta nada, pues no hay ser en este mundo por el que un ángel como Angeline se deba sentir amenzado.

Cuando tienes frente a frente ambos conceptos que demuestran que las antítesis existen, te resulta imposible no compararlos. Eso sucedió conmigo, y quizá es el motivo por el que debo agradecer eternamente a la señorita Backery el haberme engañado.

Monick tiene guardado en su interior todo lo que jurarías que alguien con su posición no llegaría a necesitar nunca, donde hay belleza exterior de sobra por dentro solo encontrarás odio, rabia y maltrato. Esa satisfacción al imaginarse en lo alto con la capacidad de aplastar las ilusiones y sentimientos de los otros.

A 13 Otoños de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora