3. Ensimismamiento

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La luna brillaba más alto que en la cúspide de sus sentimientos floridos e intensos, alegraba sus ojos celeste cielo y apartaba sin disimulo aquel mal presentimiento que la perseguía desde las primeras horas de la mañana.

Solo tuvo ojos para el enérgico y tierno de su esposo, cuyo cabello se alargó a un ritmo antinatural, cuya sonrisa pura se transformó en una afilada y lista, y cuya altura creció y creció imposiblemente, de la misma manera en que, parecía, los años se encontraban contándose en segundos.

Tenía sentido describir tan particular escena en aquel momento, en un fondo rojo y negro que le apretaba el cuerpo y su interior hasta asfixiar de la misma manera que la sombra que en algún momento había sido Mako se acercaba dando pasos estridentes y significativos para Ame, quien temblaba y, sentada, abrazaba sus piernas y susurraba palabras ininteligibles en un orden ilógico.

Pronto la persona de cabellos largos y sonrisa maliciosa se desvaneció con el resto del paisaje y ella misma para dar lugar a las sensaciones que le provocaba la luz de la mañana y el toque de su esposo sobre la cintura a la que no se acostumbraba.

Ame sudaba profusamente, jadeando por aire y enfocando sus ojos en el techo hasta despertarlos por completo.

Dirigió su mirada hacia su estómago grande y redondo que estiraba las sábanas y ocupaba su visión.

Una repentina duda la invadió y se preguntó si todavía habría tiempo de cambiar de opinión.

—Mako-kun —llamó, y le sacudió los brazos. Le miró a su cara profundamente dormida que se escondía en el hueco entre su cabeza y hombro.

Ame lo sacudió más fuerte.

—Mm, ¿Misa-Misa? —murmuró él, adormilado, llevando inconscientemente la mano izquierda, que estaba en su cintura, hacia su estómago redondo.

—Aún no vuelve a patear —avisó, algo vacilante, casi temerosa de romper tal momento.

Afortunadamente, Mako no retrocedió ni se apartó, o se dio la vuelta como Ame esperaba que hiciera cuando se diera cuenta que su esposa lo despertaba para hablar de algo que no tenía nada que ver con su futura hija.

El de pelo negro abrió levemente los ojos y la miró con esa expresión que le advertía que escucharía y que más le valiera que fuera importante lo que le tenía que decir tan temprano en el día.

—¿Misa…? ¿Estás seguro de quererla?

—Es nuestro sol, Ame —contestó Mako de manera casi instantánea, receloso de su pregunta—. Desafió todo lo que dijeron los doctores y llegó más allá de los ocho meses... Ya falta poco, no te preocupes —La animó. De seguro aquella era la preocupación de su esposa.

[...]
 
Misa abrió los ojos y se encontró con el techo, tan oscuro y aburrido que la retó a levantarse.
Con esfuerzo, lo logró.

Después de ir al baño y cambiarse de piyama luego de usarlo solo ayer y no tres o cuatro días seguidos como lo había estado haciendo durante estas semanas, Misa se colocó frente al espejo y se lavó el rostro.

Pasó sus manos por sus cachetes que, en un día en el que verdaderamente estuviera contenta, inflaría por aburrimiento. Hoy estaba demasiado pensativa, acerca de la pista que hacía días había encontrado Light, para que aquello sucediera.

Pasó sus dedos por sus labios, a los que podría haber utilizado para formar una mueca burlona si hubiera estado de mal humor, pero no lo hizo. Mas bien los dejó tal cual estaban en aquel instante y se dedicó a limpiar sus ojos de lagañas y pestañas que de seguro se le habían juntado.

Viendo la manera en la cual sus cejas fruncidas yacían sobre sus ojos sin brillo, viendo su nariz arrugada en concentración, solo le costó un poco acordarse de su madre, cuyos ojos y expresiones solían decir más que sus palabras. Incluso sus sonrisas eran pocas pero siempre necesarias en su momento.

En aquello Misa se diferenciaba de ella, ya que había llegado a creer que sus sonrisas salvaban al mundo y mejoraban todo. Aunque hacía unos años, luego de la muerte de sus padres, lo supo mejor, todavía las había creído necesarias para pretender que todo seguía bien y no necesitaba ayuda para poder seguir adelante.

A pesar de que daba una imagen que enorgullecía a los adultos y cegaba a los jóvenes, animándolos a enfrentar la vida con una sonrisa en la cara, a Misa no le había sucedido lo mismo en su interior.

En aquellos años, numerosas lágrimas bañaban su alma y un aparentemente permanente sollozo se atascaba en el nudo de su garganta por el esfuerzo que ponía por retenerlo.

Durante la mayoría de su vida, había entendido como si de una ley se tratara que si sonreía evitaba escenas horribles y hacía sonreír el corazón de su padre, aunque por dentro rompiera a su madre que, ahora ella comprendía, no quería eso para su hija, no quería que se tomara la responsabilidad de retrasar lo inevitable que, en un día de venganza por parte de enemigos de Mako que se encontraban en una empresa que competía con la suya, se evitó.

Actualmente Misa se preguntaba qué era lo que había pasado por la cabeza de su madre en sus momentos de serenidad: de felicidad por las payasadas que hacía su hija; de tristeza y enojo por su esposo, y de disconformidad y resignación cuando todos en familia comían en un silencio solo interrumpido por las nimiedades que la menor contaba sobre su día.

Nada tenía que ver con Misa, pero su madre no podía evitar que sus emociones se demostraran de otros modos poco usuales que ella distinguía como la perspicaz que era.

Una de unas pocas veces, la madre de Misa le había confesado algo que la había carcomido durante varios años.

Claro que ella le había explicado a una Misa de quince años, de manera más resumida pero a la vez detallada acerca de aspectos como los sentimientos y pensamientos, una conversación que había tenido con su padre hacía más de década y media.

Misa solo había imaginado y terminado de llenar los huecos.

Y de formas iguales o similares, en ocasiones se preguntaba y empezaba a crearse una película en su cabeza sobre cómo su madre había llegado a amarla.

El significado de una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora