5. Supuesta venganza y la ira naciente

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No era gran sorpresa que Misa estuviera involucrada, ya sea adrede o involuntariamente.

Mientras la resolución del caso Kira se iba haciendo cada vez más cercana, la rubia no paraba de buscar cualquier excusa para molestar a L en su trabajo.

—¿Qué hacés? —Era fácil apoyar las manos en sus huesudos hombros y la cabeza en su desgreñado cabello.

—Avanzando con el caso, quizás —respondía él, evitando moverse o mostrar algún signo de molestia que contentara a Misa.

—¿De qué trata? —preguntaba a la vez que llegaba a usar el mouse de la computadora de L y navegaba por las pestañas, abriéndolas, cerrándolas y editándolas.

Ignoraba el hecho de que el detective tuviera muy buena memoria o incluso cámaras de seguridad para vislumbrar en qué lugares había estado navegando.

—¿De qué pensás? —preguntó el azabache de manera retórica y bastante aburrido del mismo diálogo.

«Si tengo mil tortas y Watari me compra doscientos cincuenta más...»

—Ese tal Kira, ¿no? —dijo Misa en un tono burlón, creyendo que ya estaba ganando.

—Sí —respondió, distraído.

«¿En cuánto tiempo me las terminaré?» Pensó L, con un dedo en sus labios y la mirada soñadora posada en un punto de la computadora.

—¿Quién es él? —Esa: su última carta.

Anticipadamente triunfante, Misa la tiró, y aguardó con una risa contenida en sus labios temblorosos.

No sin brusquedad, el detective volvió a la realidad.

—No voy a seguirte el juego —aseguró.

—Pero en serio no sé.

Quizás Misa era infantil en su modo de fastidiar, aunque el edificio en el que seguía viviendo limitaba sus posibilidades. Ahora, su imaginación era prácticamente inexistente y su astucia apenas brillaba lo suficiente para recordarle los posibles papeles que podría elegir para actuar en películas y demases tipos de programas.

—¿Cómo no vas a...?

—Te juro —Lo interrumpió Misa—, si hasta tengo un espacio en blanco en mi...

Calló al percatarse.

Por supuesto que Misa sospechaba que algo en el orden de sus recuerdos no encajaba. Al menos así se había sentido durante un tiempo. Esta rareza en su cerebro la había atribuido a algún trauma causado por el pensamiento inicial que había tenido cuando la habían encerrado por casi dos meses: que la habían secuestrado por dinero, por su cuerpo "ideal", o por morbo. Aunque nunca había estado cien por ciento segura hasta que le habían informado que era sospechosa y posiblemente culpable de un caso que le era ajeno a excepción de que había sentido una inmensa satisfacción cuando se había enterado de la muerte del asesino responsable del fallecimiento de quienes le habían dado una última noche, violenta y dolorosa, a sus padres.

Ahora que se le había escapado decirle a L aquella anomalía que tenía, no sabía qué esperar a continuación. Solo le quedó mirar expectante al contemplativo detective, que giraba en sus dedos un cubo de azúcar y lo miraba como si se preparara para atravesarlo con sus ojos y lograr ver el otro lado.

—Misa... —musitó, con poca firmeza.

—¿Sí? —La de cabellos rubios tragó saliva a la vez que con una mano se sacaba el sudor de la otra.

—Cuando terminara todo esto de Kira y la empresa Yotsuba te iba a liberar junto con Light —respondió, sin dejar de observar el cubo de azúcar entre su pulgar e índice. Lo empezó a apretar sin percatarse.

—¿Entonces? —Sus esperanzas subieron y bajaron con la velocidad de una estrella fugaz.

—Te vas a quedar un tiempo más y contrataré a un especialista para que te revise —Los ahora diminutos cubos de azúcar bajaron por sus largos dedos.

—Entiendo —contestó con aire resignado.

[...]

Semanas llegaron y se fueron. Por lo menos habían pasado unas tres desde aquella conversación, y dos días desde que Watari había podido contactar al doctor y programar el turno, que sería el día de hoy, un jueves en el cual Misa no dejaba de extender su sonrisa por toda su cara, asustando a Matsuda, y desenredarse los cabellos dorados que no podían ponerse más rectos, pero sí grasosos por el toque contínuo de sus dedos.

De nuevo se hallaba en un cuarto amplio en desuso que en estas semanas voluntariamente ella, con el fin de ocupar su tiempo libre, había pintado de blanco y organizado los muebles con el fin de convertirlo en un consultorio que cualquier tipo de doctor podría utilizar.

El lío que se le había armado al ordenar todo. Más en los últimos días, cuando finalmente había recuperado sus recuerdos y no sabía qué hacer con ellos.

—Buenos días —Escuchó la modelo.

Ella giró unos tantísimos grados, sin llegar al número ciento ochenta.

Rogaba porque el hombre no notara un pequeño cuadrado gris entre la pared blanca. Se hallaba ubicado en uno de los rincones de la habitación, y había olvidado pintarlo.

—Este... —Lo primero que Misa notó fue que él tenía una lapicera en una mano y unos papeles en la otra.

—Amane Misa —Se presentó con una rara sonrisa antes de detenerse a examinarlo sin demasiado disimulo.

—Tenemos unos largos días por delante, Amane-san —El doctor alzó por unos segundos la mirada, asintió en reconocimiento con la boca media abierta formando una desconcertante expresión, y continuó—: Le voy a hacer, con su predisposición o no, un examen físico general en el que solo se tocará la piel, otro en el que examinaré su sangre para encontrar alguna anomalía en su organismo, y le preguntaré sus antecedentes médicos.

«Bueno, se nota que mereció obtener la especialización...» Evaluó Misa, ya algo aliviada luego de superar la idiota primera impresión que el sujeto le había dado. «Aunque odio que no sea capaz de mirarme a la cara cuando me habla.»

—Y si alguno de sus familiares o ancestros tenía alguna enfermedad física hereditaria.

La rubia volvió a prestar atención.

—Aunque también hablaremos un poco de las mentales como el Alzheimer, y profundizaremos una vez confirmemos en qué condiciones físicas se encuentra —La miró con los típicos ojos entrecerrados y serios, y los hombros volvieron a estar en la algura de su frente al inclinarse sobre sus dichosos papeles.

A Misa el discurso la tocó de manera tan profunda y significativa, gracias a su nerviosismo y cansancio, que solo pudo sonreír más ampliamente.

—No tengo problema, doctor.

Suspiró: estos iban a ser unos largos días.

[...]

Y no se equivocó: entre el examen general realizado aquel día y el siguiente que sería más específico e invasivo, se contaban unas dos semanas, puesto que el doctor tenía su buena demanda de clientes.

En aquel tiempo, llegó a transcurrir la finalización del caso... Kira había muerto.

El significado de una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora