Alex
No asistí a clases el resto del día. Me sentía terriblemente mal como para moverme siquiera.
Terminé mi libro mucho antes de que acabara el día, así que ahora sólo me dedico a observar cómo las personas hacen su día como si nada inusual hubiera ocurrido. Pero bueno, aunque lo supieran, a ellos no les importa.
Salgo un poco antes de que suene la última campana. Mi casa no está tan lejos de la escuela como para necesitar transporte. Se encuentra a unos 2 kilómetros (normalmente no tomo el autobús, pues sería gastar el poco dinero que consigo de mi mamá en algo, hasta cierto punto, vano), pero con el dolor en mi abdomen puedo jurar que será un largo camino.
Trato de caminar lo mejor posible, pero no es suficiente; algunos voltean a verme gracias a mi andar.
No puedo caminar muy deprisa, como es obvio, así que no me he alejado mucho de la escuela cuando todos comienzan a salir. Sigo caminando y disimulando el dolor lo mejor que puedo, cuando un auto reduce la velocidad a mi lado.
Trato de ignorarlo, pero el chico detrás del volante me llama.
— ¡Hey, Alex!
Oh, no. No él de nuevo.
Finjo una sonrisa lo mejor que puedo y volteo hacia él, que ya ha detenido el coche.
— Hola Mikey.
— ¿Quieres acompañarme? Vamos, te llevo a tu casa.
— No… Este… No gracias. Puedo caminar hasta mi casa.
— Vamos, a kilómetros se ve que no puedes caminar bien. — Eso sólo hace que me sonroje y volteé hacia otro lado para evitar que lo note.
— No quiero molestarte
— No seas ridícula, vives a lado de mi casa, no es ninguna molestia. Además, no me vendría mal un poco de compañía.
Espero que ni Ángela ni alguna de sus amigas me vea. Me aseguro de ello volteando hacia todos lados.
— Ella está obsesionada con Frank, no conmigo- me recuerda, adivinando mi pensamiento.
Sonrío levemente y asiento, aunque sé que él es el platónico del chicle de Angie: Jazz. A juzgar por su actitud él no tiene ni idea de eso –aunque no veo como eso puede ser posible-, así que decido no atormentarlo; abro la puerta y subo en el asiento del acompañante.
Dentro reina un silencio un tanto incómodo, hasta que él habla primero, un poco vacilante.
— ¿Por qué…? Huh… ¿Qué te pasó?
— Me caí. — contesto en tono cortante. Él se muestra incrédulo. Volvemos a guardar silencio durante un tiempo y, cuando pensaba que ya no hablaría el resto del camino, dice:
— No te creo
Desconcertada, volteo a verlo.
— ¿Por qué habría de mentirte? Te digo que me caí.
— ¿Y por eso no entraste a ninguna otra clase? Debiste caer de muy alto— me quedo boquiabierta. — Alex, — detiene el auto unas cuadras ante de nuestras casas y me mira con dulzura, con esos ojos color miel. — estoy casi seguro de que fue Ángela quien te hizo esto. La vi saliendo del baño antes que tú.
Me quedo helada ante eso. Él lo sabe.
— Bueno… Lo que pasa es que no debía hablar con Frank. Tampoco debería estar contigo, tú eres su amigo y no sé qué pasaría si…
— Yo ya no soy más su amigo. Ni de él ni de ese cerdo de Arnold.
Muy bien, son muchas emociones para un tiempo tan corto.
— Aún así, no deberías hablarme. Ignórame como todos los demás.
— ¿Por qué lo haría?
— No te hagas, sabes muy bien porqué.
Él sabe perfectamente que si me habla, Angie y su grupo se dedicarían a inventar rumores sobre él, y nadie le hablaría a él porque se arriesgaría a lo mismo.
— Bien, si sé a lo que te refieres, pero no me interesa. Me gustaría ser tu amigo.
— ¿Por qué? — es todo lo que puedo responder, un tanto anonadada.
— No necesito ningún motivo.
— Ninguna chica además de mí se te acercará. No tendrás más — hago una mueca de desagrado — sexo.
— Eso no me importa. — Se remueve en su asiento, notablemente incómodo.
No sé cómo sentirme al respecto. Esto es algo tan… ¿Inesperado? ¿Lindo? ¿Considerado? ¿Estúpido?
— Sólo piénsalo.
Pone el coche de nuevo en marcha.
El resto del camino ninguno de los dos dice nada. Puedo notar como me mira de reojo, pero ignoro ese hecho lo mejor que puedo.
Llegamos y se estaciona frente a su casa. Bajo del auto, le doy las gracias por el aventón y me dirijo a paso lento hacia mi casa.
— Alex. — Llama a mis espaldas. Volteo hacia él — sé que está de más que te diga esto, pero aléjate de Frank. Mantente lo más alejada posible de él.
— No te preocupes Mikey, no pienso acercarme de nuevo a él.
— Está bien. Por cierto, mañana te vas conmigo a la escuela.
— ¿Qué? No, no es necesario. En serio.
— ¿Estás loca? Apenas y puedes caminar, no dejaré que vayas caminando en esas condiciones. Y espero que al menos tomes un analgésico.
Iba replicar algo, pero solo me limito a decir: “Gracias Mikey”. Sonrío -esta vez no es una sonrisa forzada del todo-, y entro a mi casa.
****************
Por suerte mi mamá no está en casa. Seguro se encuentra en el trabajo. O emborrachándose por ahí. La verdad, a estas alturas no estoy segura de donde está en ningún momento del día… o de la semana. Tampoco es que me importe mucho, ya estoy acostumbrada.
Subo a mi habitación y me tiro en mi cama mientras escucho música. Al poco tiempo me quedo dormida.
No estoy segura de cuánto tiempo fue, pero estoy segura de que no me habría despertado si no hubiera sido porque tocaron a mi puerta.
¿Quién sería? Nunca nadie viene a mi casa. Nunca. Jamás.
Entonces se me ocurre que sólo es mi imaginación. No tendría porqué haber alguien tocando a la puerta de mi casa. Además, quizá me confundí por la música que está sonando. Intento regresar a mis sueños, pero los golpes en la puerta, esta vez más fuerte, me convencen de que son reales.
Me levanto a regañadientes, tratando de quitar mi cara de sueño. Cepillo mi cabello con mis manos mientras me dirijo hacia la puerta.
Al abrir la puerta lo encuentro ahí, con una sonrisa arrogante en su cara. ¿Acaso este día no podría ser más extraño?
-Hola.
-¿Eh? Ah, sí, hola.- balbuceo estúpidamente.
-Mmm… ¿Puedo pasar?
-No creo que sea una buena idea.
-Bien, sí, entiendo. Yo sólo…-lo noto algo nervioso.
-Habla ya, ¿quieres? ¿Para qué estás aquí Frank?