Capítulo 2

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Me encontraba feliz e ilusionada con el pensamiento de poder abandonar este calvario para al menos intentar obtener una vida mejor.
Junto mis manos pidiéndole a Dios que por favor me ayude porque necesito salir de este país donde he nacido y que tantos bellos recuerdos me trae.
Sin embargo, debo de huir si deseo vivir y tener una vida digna y un futuro mejor.
Con esos pensamientos me quedo dormida  escuchando a los niños llorar, las mujeres sufriendo y los ancianos mortificándose por todo lo que estaba ocurriendo y ellos no podían hacer nada. Todo era horrible, cada persona era una historia y todos teníamos algo en común. Tener que soportar las injusticias y pagarlas con nuestras vidas. Lo que estamos a salvo debemos llorar por la pérdida de nuestros seres queridos o preocuparnos por su paradero.

Los días han pasado lentos, aquel hombre amigo de mi padre se reúne conmigo dándome notas de todo lo me puede pasar y lo que debo hacer me da dinero, me dice que lo acompañe fuera del campamento donde salimos del campamento de madrugada sin ser vistos nos montamos en coche sin matrícula y sucio. El miedo comienza a surcar en cada poro de mi piel solo puedo rezar en silencio para que todo salga bien mirando hacia atrás  donde llego a ver  un camino lleno de polvo dejando atrás un país de miseria y guerra.

Al llegar al lugar acordado,  dos hombres salen del coche  comienzan a hablar mientras miran al frente. Una luz como aviso hace que me baje del coche, me reúno con otras mujeres y varios hombres. En total vamos a subirnos a una patera 27 personas entre hombres, mujeres y niños menores de diez años.
La cuenta atrás comienza, todos estamos en silencio mientras nos acoplamos en nuestros asientos por llamarlos de alguna forma. Me siento entre dos mujeres mirando a mi alrededor adiestro de algún modo mi pánico observando a las demás personas que pronuncian nada, todos miramos hacia ese mar azul esperanzado con un futuro mejor.

La brisa del mar se nota con ese aire frío que se va adentrado en mi cuerpo.
Las horas van pasando lentas y el terror de que el mar se agite es cada vez mayor.
La comida va escaseando y apenas queda agua. La desesperación aumenta, los hombres hablan sacando sus propias conclusiones y yo siento cada vez más frío, percibo como mi cuerpo se va tensando castañeando mis dientes, pido que me ayuden pero nadie hace nada salvo Benazir, una mujer me socorre. Entre las dos nos abrazamos para darnos calor donde el cansancio comienza hacer mella y apenas hay comida y el agua ha desaparecido.
Mi burka está mojado, el frío ya se adentrado en mis huesos y yo comienzo a sentirme frágil, mareada...miro al cielo con la esperanza de llegar viva.

Turquía. Todos salimos corriendo nada más pisar tierra, yo apenas puedo sostenerme en pie varios hombres me agarran y caemos al suelo para escondernos de la policía. Saco mi dinero y se lo entrego a uno de los hombres de la mafia porque si deseo cruzar la frontera hay que pagar.
Mientras tanto seguimos esperando respuesta pero al parecer hay un problema con la policía fronteriza.
Desesperados por salir de ese entorno en un grupo de 7 personas salimos corriendo escuchando como la policía dispara pelotas de goma contra nosotros. Casi sin aliento, agotada, con mis fuerzas al límite caigo al suelo. Entre Benazir y otra mujer me agarran para intentar caminar por un camino lleno de piedras apenas llego a ver debido a que todo está oscuro. Un hombre nos guía hasta una casa abandonada donde nos no queda de otra de pasar las tres abrazadas y sentarnos en el frío suelo  tiritando de miedo.

Debe pasar un par de horas hasta que nos traen mantas, comida y agua. Sentadas en el suelo nos miramos unas a otras con el miedo reflejado en nuestros ojos me llego a imaginar que todas nos hacemos la misma pregunta. ¿Qué harán con nosotras?

Sin poder salir de esa casa, permanecemos tres días hasta que el mismo hombre que ha estado sirviéndonos de guía por llamarlo de alguna modo, nos dice que todo está solucionado.
Algo más tranquilas pero sin despegar el miedo de nuestra piel seguimos en fila llorando por el pánico que estamos pasando y la angustia de no saber nada y mucho menos si nos harán algo malo.
Avanzamos caminando durante horas hasta que de nuevo paramos en mitad de un camino escondiendo nos entre rocas para que otro hombre se acerca hasta nosotras  pronunciando nuestros nombres dando la orden de ir con él.
Yo y Benazir  nos vamos con él. Las demás se quedan paradas esperando para saber que va ser de ellas mientras nosotras caminamos en silencio siguiendo las instrucciones de ese hombre que nos guía por caminos de piedras dejado por la mano de Dios.

Los días pasan, nuestros cuerpos huelen mal, no tenemos ropa y los alimentos son justos y mis pies sangran de caminar tanto y la preocupación de que nos puedan lastimar aumenta  hasta que de nuevo llegamos a la frontera de Turquía.

De nuevo está todo preparado para nuestro viaje, miro a mi amiga que sin soltarnos de la mano volvemos a sentarnos en otra patera. De nuevo al mar.
De nuevo a sentir esa sensación de hipotermia y miedo.
Un miedo que ha estado ahí conmigo acompañándome desde que salí de mi país.
Los días son tortuosos y las noches malignas donde el mar se agita, varias personas caen al agua, la lluvia cae con fuerza y el viento nos pone las cosas aún más difícil. Como podemos nos agarramos a ese trozo de madera sollozando y rogando a Dios que se apiade de nosotras.
Horas después la marea se calma y nuestras respiraciones también.
El grito alarmante de un hombre nos pone de aviso.
Tierra firme por fin.

Antes de llegar a tierra, la gente comienza a tirarse al agua para huir sin ser arrestados por la policía. Benazir y yo apoyadas en la patera nadamos como podemos sintiéndome cada vez más fatigas de sentir como el agua tapa mi rostro haciendo que me cueste respirar, grito a Benazir de quitarnos el burka. Ella me convence de no hacerlo por nuestras costumbres debemos seguir ocultando nuestro rostro aunque nos lleve la vida en ello.
Al llegar a tierra, lo primero que hago es tirarme a la arena sin fuerzas, derrotada y agradeciendo a Dios por haber llegado sana y salva.
Es de noche, la policía nos detiene y la cruz roja nos atiende, nos dan de comer y beber agua, ropa seca y mantas y  un rato después tanto a mí como a mi amiga nos llevan al hospital. Siento como esas personas intentan decirme algo, no entiendo nada de lo que me quieren decir hasta que vencida por el cansancio y con un fuerte dolor que se esparce por todo mi cuerpo caigo desplomada en la camilla.

Al despertar me sentía mareada, confusa y dios mío no tengo mi burka. Comencé alterar me, un hombre vestido de blanco me decía cosas consiguiendo que yo me alterarse aún  más de pensar que un hombre ha visto mi rostro.
Chillo, pataleo, incluso me quito los cables totalmente fuera de mí.
Entre dos personas me agarran y me pinchan en el brazo para minutos después sentir como mis párpados se cerraban.

Los días en el hospital fueron tortuosos y malignos. No dejaba de llorar,mi cuerpo lo sentía más frágil, sólo quería morirme. ¿Cómo había llegado a esta situación?

-—Hola, Soy Emel.
Giré mi cabeza al escuchar una voz de una mujer hablando mi idioma. Sonreí. Le respondí, ella siguió hablándome y contándome que iba a pasar conmigo cuando saliera del hospital. Todo lo que me contaba me horrorizaba.
Reconozco que me sentí algo más aliviada cuando me dijo que podía quedarme en Alemania al no tener familiares y ser menor de edad el estado se haría cargo de mi quedándome en un centro de menores sin poder salir a su vez siendo vigilada por las encargadas del centro. Por un lado tenía ganas de saltar de felicidad, sin embargo sentí un dolor en mi pecho debido a que me encontraba tan sola en un país muy distinto al mío y sin saber el idioma con unas costumbres muy distintas a las que yo conozco.
De Benazir no volví a saber nada. Sólo me quedaba confiar en Emel preguntándome: ¿Qué será ahora de mi vida?

Debo Ser FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora