CAPÍTULO 11

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El chico castaño sigue mirándome de lo más normal en el mundo. Sus ojos chocolate me miran con tanta tranquilidad, que me hace sentir como una estúpida por tomarle tanta importancia al hecho de que uno de mis trabajadores, es también, el amigo del narcotraficante con el que ahora, yo también ando involucrada. Aunque al inicio haya sido contra mi voluntad.

—¿Ustedes se conocen? —interviene Zack, mirándonos de hito en hito a Michael y a mí.

—Me sorprendes Zack. Porqué, por un momento creí que tú eras el causante de que él... —digo, señalando a Michael—. Haya entrado a trabajar en mi cafetería.

—¡¿QUÉ?! — grita el pelinegro, dando grandes zanjadas hasta el castaño—. No me digas, pedazo de imbécil, que ella es la Alexa de la que tanto hablabas estos días.

Para éste momento, Zack se encuentra a sólo unos centímetros del cuerpo de Michael y lo ha tomado del cuello de su camiseta. El pelinegro se encuentra con la mandíbula tan apretada, que parece a segundos de romperse. Su cuerpo entero está rígido; emana peligro y amenaza por cada poro de él, y eso, realmente me sorprende. Digo, sé a la perfección que este hombre es temperamental, pero no creí que se comportara de esta forma con los que dice, son su familia; veo que me equivoque.

—Ay demonios, no tenía idea de que era tu chica. —sus ojos oscuros se posan en mí con evidente temor—. Tú te tienes la culpa —acusa a Zack, mirándolo—. Por hablarnos de la chica misteriosa y no querer mencionar su nombre.

—No creí que la vida fuese tan desgraciada y tú tan idiota como para acabar trabajando para ella. —defiende, soltando las palabras entre dientes.

—Pues lo siento, hermano —se disculpa—. Prometo no tocarla.

Los músculos de Zack se tensan visiblemente ante sus palabras y lo hacen apretar más su agarre acercándolo a su rostro de manera amenazante. Sus ojos centelleando furia y... ¿celos? No estoy muy segura, tal vez solo son ideas mías.

—Sería lo último que hagas. —escupe.

Lo suelta con brusquedad apartándose de él. Michael se limita a pasar sus manos sobre su camiseta queriendo quitar las arrugas que el pelinegro ha dejado en ella.

Se acerca a mi pasándose las manos por su cabello con frustración, es obvio que se está conteniendo, porque algo me dice que, si se tratase de alguien más, no hubiese dudado en molerlo a golpes.

—¿Estás bien? —pregunta, está vez dirigiéndose a mí como si no hubiese estado a segundos de tumbarle un par de dientes a Michael.

Mi cara debe ser un poema porque él me mira ahora con diversión.

—Supongo que sí —murmuro—. Tomando en cuenta que no es a mí a quien casi le quitas la dentadura, pues estoy excelente. ¿Tú estás bien?

Ríe dejando al descubierto esos hoyuelos que están empezando a gustarme más de lo debido.

—Estoy...un poco cabreado —dice—. Pero tranquila, trataré de no descargarme contigo.

—Tampoco iba a alterarme —digo encogiéndome de hombros—. Creo que ya debiste darte cuenta que no soy de las que se intimidan o se quedan calladas.

Ya no.

Ahora no escucho una, sino varias risas.

Ambos volteamos hacia los cinco chicos que nos miran curiosos y divertidos. Por un momento olvidé que nos encontrábamos frente a ellos.

—¿Y ustedes que mierda miran? —suelta con brusquedad el hombre a mi lado.

Los cinco se miran entre ellos, y por sus caras puedo asegurar que no saben que decir para no cabrear más al minotauro.

FUISTE TÚ © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora