Recuerdos con Balenciaga.

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La habitación se ha impregnado de ese intrigante aroma de Balenciaga que tanto te gusta y que se volvió característico de ti. La primera vez que olí el perfume tenía 17 años y estábamos en casa de Yuuta para festejar el Tanabata. Después de escribir nuestros deseos en los tanzaku decidimos visitar los diferentes puestos, y como había mucha gente, nos separamos del resto, tú y yo. Te vi sonreír mientras comprabas unas luces de bengala. La cadencia de tus movimientos, me hizo perderme en los pequeños detalles de la vida que me hacen sentir lo sublime de la existencia humana. Sobresalías con esa imagen tuya, esplendorosa, vestida en ese tradicional kimono, y aquél perfume de Balenciaga que llevabas puesto lo pintaba todo de azul. Giraba sutilmente en el ambiente.

Incluso ahora cuando lo recuerdo, inevitablemente se desencadena una sensación de nostalgia en mi interior. El aroma de ese perfume me hace evocar aquel amargo recuerdo de ti y de mí juntos, presenciando aquella escena que te rompió el corazón.

—Hay mucha gente —dijiste. Caminabas a mi lado, mirando a un lado y a otro—. Encontremos un buen lugar para mirar el espectáculo de fuegos artificiales. Además, quiero encender las luces.

—Yuuji no atiende mis llamadas —anuncié, mirando la pantalla de mi teléfono—. Con el bullicio será difícil contactarnos. Tendremos que disfrutar de los fuegos artificiales por nuestra cuenta, están a punto de lanzarlos.

—Bien, caminemos hacia allá —Con tu cara señalaste la dirección que querías llevar, y tomaste mi mano.

¡Ah! Fue un tacto electrizante que recorrió cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, erizándome la piel, pero tú no lo notaste porque había mucha agitación, y porque hacía calor.

Volteé a verte, y tus mejillas estaban pintadas de un ligero color rosáceo que te hacía lucir más bella. Fui embargado por una ola de impaciencia que sacudió todo mi cuerpo, despertando en mí algo similar a la pasión. Supongo que ya empezaba a desearte desde ese entonces.

—Así, no nos perderemos —explicaste, apretando mi mano y sonreíste, un tanto tímida. Con tu otra mano agitaste un abanico frente a tu cara—. ¡Qué calor!

Fue maravilloso. Caminar contigo entre el río de gente, tomados de la mano, sintiendo el calor de verano colarse entre nuestros dedos, creando pequeñas gotas perlándonos la piel. Perdidos entre un montón de luces, puestos, música y fiesta, sólo tú y yo, hasta que te detuviste de golpe. Tu cara se transformó en un instante, mostrando una mezcla de enfado, decepción, tristeza y amargura. La sangre había huido de tu rostro. Eras un libro de emociones en ese instante, listo para ser leído, y quise descifrarte, pero fracasé porque no supe identificar el motivo de tu repentino cambio. Hasta que miré hacia donde mirabas. Tu atención estaba completamente en una pareja conformada por un hombre de unos 40 años aproximadamente y una mujer más joven que él. Ambos sonreían, mirándose a los ojos como dos enamorados. Parecían disfrutar del festival tanto como toda esa gente, enajenados en su pequeño mundo de romanticismo estúpido. Y lo vimos acariciar el rostro de la mujer, y tomarla de la mano.

Te giraste violentamente sobre tus propios pies y caminaste en dirección contraria, completamente ofuscada. Te seguí sin dudarlo. Parecía que estabas huyendo de algo a pasos agigantados.

Cuando al fin llegamos a un lugar más tranquilo, bajo el estruendo de los fuegos artificiales, ocultaste tu rostro de mí con un mechón de cabello. Tu respiración era agitada y apretabas constantemente la correa de tu bolso.

—¿Qué ocurre, Kugisaki? ¿Estás bien? —te pregunté.

—No puedo estar aquí —anunciaste hoscamente—. Me voy —dijiste, alejándote de mí repentinamente.

Untouchable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora