Quiero que te vengas a vivir todos los días conmigo.

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Te vestiré de estrellas, y así, contemplaremos la creación de nebulosas y constelaciones. Te besaré los labios, y entonces mi boca será como un cuásar engullendo cada partícula de tu ser. En nuestro encuentro, seremos como dos cometas, orbitándonos bajo la influencia de nuestro deseo. Seré incandescente como el sol y arderemos, aunque yo sea sólo una luna. Y te voy a vestir de estrellas, sentirás a Venus robarte la cordura. Seremos tan bellos y caóticos como una colisión galáctica, y yo, en un momento dado, dejaré que nuestro encuentro se convierta en una supernova.

Termino de escribir la última línea y cierro la moleskine, un poco hastiado de la vida y de que cada que quiero verte no pueda tenerte. Hace un mes que regresaste a Tokio, y sin embargo, yo sólo soy un pobre individuo impaciente hasta las entrañas por desear lo improbable a ratos. Quizá tú seas mi vicio, y si es así, entonces soy un vicioso enloquecido y decadente esperando su muerte, consumido por tu mirada ámbar impregnada de melancolía dulce, mirada de ninfa corrompida, con gráciles movimientos y gestos que van desde el más puro desdén hasta el más delicado erotismo. Me declaro estar loco, y escribir sobre ti, usar las palabras, destinándoles un orden para describir la inmensidad que habita en ti me permite mantener la cordura. Pero siento que no es suficiente. Ni todas las palabras del mundo podrían hacer justicia a lo que provocas en todo mi ser. Eres el arte convulso que más adoro observar, sentir, pensar.

Y entonces, siento que envejezco cuando el horrible sonido del tiempo lastima mis oídos. Vaya ilusión la del tiempo. El reloj solo es un somero instrumento que pretende medir una ilusión. Y sin embargo, el humano así se siente tranquilo pensando que los números le otorgan sentido. Y así, pensando en lo desconocido es como ha llegado el tiempo en que te veo abrir la puerta de mi departamento, entrando como si nada, como si fueras parte de este espacio. Me miras fugazmente y cuelgas tu abrigo en el perchero y caminas hacia mí, dejando ver tu esbelta figura envuelta en la tela vaporosa de un vestido color turquesa. No sabes cuánto amo ese color en ti.

—¿Qué has estado haciendo? —me preguntas, gesticulando un puchero y frunciendo levemente el entrecejo—. Te estuve llamando para decirte que vendría.

—He estado escribiendo, suelo apagar el teléfono cuando lo hago —respondo.

—Por cierto, olvidé decirte que la última vez me llevé tu duplicado de llaves. Lo lamento —dices soltando un suspiro, mostrando un ligero sonrojo—. Bueno, pues ya estoy aquí. Te las devuelvo.

Te observo de pie delante de mí dejando las llaves sobre la mesita junto al perchero. ¡Ah! Me gusta tanto perfilar tu figura con la mirada; logras hacer que en mi entrepierna se desencadene un agradable cosquilleo.

Me acomodo sobre el respaldo del sofá, disfrutando del bello espectáculo, sintiendo cómo la sangre de mis venas se calienta con el pensamiento de tus ademanes juguetones, como si los escogieras malignamente para mí. Si lo piensas bien, justo ahora podría morir de un ataque cardíaco, y tú serias la responsable.

—¿Por qué me miras así? —preguntas, llevando un mechón de cabello detrás de tu oreja y entornando los ojos. Inmediatamente después, caminas hacia el pasillo que conduce a la cocina.

—¿Así cómo? —Aprovecho la vista para contemplar tu perfecta espalda, adornada con la belleza de tus delicados omóplatos.

—No lo sé, como si yo fuera una clase de atracción en algún aparador —contestas, sacudiendo ligeramente la mano en el aire, como restándole importancia.

—Yo... no fue mi intención. —Me aclaro la garganta y me acomodo en mi lugar. La verdad es que me resulta imposible apartar mis ojos de ti—. Ya deberías saberlo... —murmuro.

Desapareces de mi campo visual y te escucho abrir el refrigerador.

—¿Dijiste algo? —preguntas, y entonces te veo venir a mí, comiendo un trozo de sandía, esa que procuro tener lista todos los días para cuando pienses en venir, aunque yo no sea precisamente fanático de ella. El movimiento que haces con tus labios para saborear el melifluo jugo de la fruta, es simplemente exquisito.

Untouchable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora