Capítulo 3

70 8 0
                                    

Hemos pedido a un señor muy amable que nos hemos cruzado que nos recomendara un buen sitio para desayunar chocolate con churros. El señor nos recomendó varios, pero finalmente elegimos el Tejeringos. Cuando mencionó el nombre de aquella churrería, algo se encendió en mi cerebro y recordé haber estado allí antes, así que obligué a Jorge a ir.

—Tejeringos es una gran franquicia de churrerías—dice Jorge mientras sus ojos marrones se concentran en la carta—.La mayoría de la población habrá estado aquí alguna vez.

Está enfadado porque quería desayunar algún sitio que no hubiera en cualquier lugar de España. O quizás porque he tenido una traza de recuerdo antes que él. ¿Quién sabe?

—¿Qué más te da? Ya has desayunado, los churros son para mí.

Sonríe.

—¿Eso te crees? Yo también quiero churros. Tengo hambre.

—¿Cómo puedes tener hambre? Has comido hace muy poco.

—¿Y? Ser guapo consume energía, bizcochito.

Empiezo a acostumbrarme a que sea tan prepotente y ligón. Me pregunto si no se acuerda de mi nombre y por eso solo me llama "bizcochito".

Un camarero interrumpe mis pensamientos:

—¿Han decidido ya qué van a tomar?

—Yo quiero...- sonrío, visualizando los churros que me comeré en unos minutos.

—Aún no lo hemos decidido, gracias—.Odio cuando me interrumpe. ¿Por qué siempre lo hace? ¿Se cree que puede hacer conmigo lo que le venga en gana?

Me entran ganas de abofetearlo, pero me contengo porque tengo al camarero delante. Este nos hace un gesto cordial y nos dice que volverá en unos minutos, cuando nos hayamos decidido.

—Llevas como siete horas mirando la carta. ¿Cómo es posible que no sepas aún lo que quieres tomar?  Además, ¡pensaba que querías churros! —se puede percibir la indignación en mi voz a kilómetros.

—Quiero un chocolate y tres churros—me sonrojo al darme cuenta de que es lo mismo que pensaba pedir yo—.Pero no quiero que nos atienda ese.

El comentario me pilla desprevenida, el camarero ha sido muy majo y no nos ha faltado al respeto. ¿Por qué carajos no quiere que nos tome nota? Este chico es tan imprevisible. Me giro a ver al resto de camareros y entonces creo haberlo comprendido.

—Tú lo que quieres es que nos atienda la morenaza—.Una de las camareras que saca platos a las mesas es muy guapa. Es delgadita y tiene el pelo rizo. Parece amable.

-—Ya veo la opinión que tienes de mí—. Si cree que así me hará cambiar de opinión, se equivoca. Sé que le gusta una chica más que a un tonto un lápiz.

De repente, una señora mayor, de unos setenta años más o menos, entra al local con quien parece ser su marido. Luce ropa típica de abuela y una cadena dorada con una cruz cristiana colgando de su cuello. Llama mi atención y la de toda la gente que está desayunando allí, por su tono de voz excesivamente alto.

—¡Menuda desgracia! ¡Una chica tan joven! ¡Dios la bendiga!—. Su marido la mira mientras exclama de esa manera tan llamativa, no parece avergonzado, sino bastante acostumbrado.

—Quizás se lo mereciera, hoy en día las jovencitas van con faldas cortas por la noche provocando a los borrachos—.El comentario del señor provoca una mueca de horror en los rostros de todas las personas que lo oyen.

Su mujer le atiza con el bolso.

—Como sigas diciendo cosas así, me divorcio—.Eso me hace sonreír.

La camarera morena acompaña a la pareja a una mesa al otro lado de la sala, junto a los servicios, y el camarero que nos atendió en primer momento vuelve a nuestra mesa. Le sonrío a Jorge con autosuficiencia.

—¿Han decidido ya que quieren tomar?

—Sí—me apresuro a decir para que mi acompañante no vuelva a interrumpirme—. Queremos...

—Disculpe, lamento interrumpir, – esto debe ser una maldición. Tengo hambre. – pero me gustaría hablar con la señorita.

La señora de los gritos está delante de mí, mirándome con preocupación. La analizo y pienso que ahora está un poco estropeada, pero de joven debió ser guapísima.

El camarero se va a atender otras mesas y nos dice que volverá en unos minutos. Otra vez.

La señora coge una silla de la mesa de atrás y se sienta, como si nos conociera de toda la vida. La mujer me da buenas vibras, me siento cómoda con ella.

—Buenas tardes, preciosa. ¿Cómo te llamas?—intento que no se me note el pequeño esfuerzo que hago para recordarlo.

—Vero, me llamo Verónica.

—¡Por el amor de Dios! ¡Qué nombre más bonito! —vuelve a gritar y eso me hace sonreír otra vez—. Yo soy Lola, me llamo Dolores.

Me hace gracia como repite exactamente la misma estructura que yo he usado.

—Quisiera disculparme por el comportamiento de mi marido, el comentario ese ha sido muy feo y se siente muy avergonzado. A todas os quedan genial las falditas cortas y ojalá pudiera volver a tener un cuerpazo como el tuyo.

Me siento muy halagada, pero al mismo tiempo no sé por qué me ha elegido a mi para decirme esto. Todo el mundo ha puesto una mueca de enfado.

—Y la verdad es que el vestido amarillo te quedaba precioso, pero cariño, ten cuidado, hay mucho loco suelto.

Vestido amarillo. ¿Cómo lo sabe? Esa mujer me ha visto antes. Necesito conseguir información.

—Disculpe, ¿cómo dice? —creo que Lola lee la confusión en mi rostro, porque comienza a reírse.

—Soy la mujer de anoche, la que ayudaste a llevar la compra a casa. ¿No me has reconocido?

Entonces lo veo, en mi cabeza, el recuerdo. A Lola y a su marido se les averió el coche y se les iban a derretir los congelados. Yo llevando bolsas por calles que no reconozco hasta la casa de la señora que me da un caramelo de regaliz como agradecimiento. Vistiendo mi vestido amarillo, pero sin mancha.

—¡Por supuesto! —exclamo contenta— No la había reconocido, lo siento.

—No te preocupes, mujer—se gira hacia Jorge—.Si ya veo que tienes otras cosas en mente...

Por primera vez desde que lo conozco, (es decir, desde esta mañana) Jorge parece incómodo.

—¿Tú eres su novio? —. La pregunta de ella me deja muerta, pero su respuesta aún más.

—Sí, Vero es el amor de mi vida.

Mantén la distancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora