Capítulo 5

56 7 0
                                    




De camino al restaurante pensamos que quizás estuviera cerrado, quizás con un cartel que indicara "por motivos personales", o algo del estilo. Sin embargo, al llegar allí, nos encontramos con que no solo está abierto, sino que, además, hay como mínimo 15 personas fuera esperando a que les den una mesa para almorzar. Reviso mi reloj y compruebo que es únicamente la una y media. Es muy temprano para que esté tan lleno.

Echo un vistazo a la carta y a mi alrededor y enseguida me doy cuenta del porqué. Los platos son muy abundantes y bastante económicos. Ese lugar es una mina de oro.

- Vamos a comer aquí. -afirmo.

- ¿Con la cola que hay? Ni de coña, prefiero ir a comer a un Burger King. - La molestia en los ojos de Jorge es evidente y eso me hace sentir algo satisfecha.

-En el Burger King no vas a descubrir nada sobre el asesinato de Diana.

- Si queremos saber algo, preguntémoslo. No es necesario esperar dos horas en la cola. ¿No ves que se multiplica por segundos?

- ¡Claro, Einstein! Entremos ahí, preguntemos por los padres de la pobre chica a la que encontraron muerta y cuyo asesino no han pillado todavía. Hagamos eso y, en cuanto los veamos les preguntamos directamente y sin pensárnoslo dos veces por su hija. Y, por supuesto, si se preguntan de qué conocíamos a su hija les decimos que la besaste borracha el día de su asesinato. - tomo aire, para tratar de calmarme un poco - Podemos hacer eso y cuando nos denuncien y la policía quiera interrogarnos le decimos que, por casualidad, no nos acordamos de nada. Anda ya, J.

- ¿Crees que la maté?

La verdad es que ni siquiera me lo había planteado. Si lo piensas bien, podría ser; pero, lo cierto es que no lo creo. Confío incondicionalmente en él.

- La única persona a la que vas a matar es a mí y será a base de disgustos.

Finalmente lo convenzo para probar el restaurante ruso, así que él va a apuntarse en la lista de espera, mientras yo me coloco en un sitio estratégico desde el cual veo bien todo el restaurante y a su gente.

El local es grande y está hasta arriba, por lo que me es muy difícil tratar de analizar al personal, para analizar si cualquiera de ellos podría darnos información sobre la fallecida. El único al que consigo ver bien es al chico que apunta a la gente en la lista de espera, porque no se mueve. Está parado anotando en una hoja todo el rato.

Es rubio, pero no luce la melena, ya que la lleva rapada casi al mínimo. No es muy alto, ni muy bajo y se nota que va al gimnasio de vez en cuando. Tiene los ojos entre azules y verdes y se le achinan cada vez que le sonríe a sus clientes. Parece simpático, pero eso es lo de menos, lo importante es que parece ruso.

Corro hacia donde está Jorge. Ya le llega su turno de apuntarse y yo quiero formar parte de esa conversación. Lo cojo de la mano y me mira extrañado, pero le digo que me siga la corriente.

- Hola, buenas tardes. ¿Mesa para dos? -nos dice con una amplia sonrisa y un marcadísimo acento ruso.

- Sí, por favor. Hoy hace 2 años que empezamos a salir y queríamos probar este sitio. Nos han dicho que es maravilloso. - se ríe mientras apunta en su libretita.

- Está usted en lo correcto. No se arrepentirá. ¿Me dan un nombre de referencia?

- Por supuesto, soy Verónica. ¿Y usted?

- Me llamo Edgar, es un placer.

- Ohhhh ¡Edgar! ¿Es usted ruso? ¡Perfecto! Puede hacernos alguna recomendación de lo que comer.

Edgar empieza a mirar de un lado a otro, nervioso. Empieza a agobiarle la cola que se está formando detrás de nosotros.

- Me encantaría ayudarles, pero tengo que seguir atendiendo a la gente. - se gira a comprobar algo y nos dice: - ¿Por qué no se sientan en aquella mesa de allí donde están las dos muchachas morenas? Díganles que vienen de mi parte, ellas sabrán qué recomendarles.

Las veo. Están sentadas, charlando y haciéndose fotos, probablemente para subir después a las redes sociales. Una lleva un top lila y la otra camiseta corta de color blanco. Las dos son muy guapas, pero ninguna de ellas parece rusa. Como dijo Edgar son morenas, de pelo y de ojos.

Una de ellas es un poco más morena de piel y el pelo, que le llega casi a la cadera, se le torna rubio por las puntas, al estilo californiano. Además tiene en la parte de arriba del pecho un lunar, que podría estar en cualquier parte, pero, al mismo tiempo, da la impresión de que no encajaría en nadie más ni en ninguna otra parte de su cuerpo. La chica no va muy maquillada pero se nota que cuida su aspecto físico. Cada pelo de su cabeza está perfectamente situado y peinado, su cejas son de revista y la cadenita que cuelga de su cuello no se desplaza ni un centímetro de donde debiera.

A la otra muchacha no parece preocuparle su aspecto. No parece dejada, pero tampoco tan perfeccionista. Su pelo ondulado y cae, más o menos, bajo su pecho. Delante de ella veo un libro, lleno de póstits. Cuando hable con ella, me fijaré en el título del libro. Necesito tener algo más con lo que distraerme o voy a volverme loca. Gastarme los diez mil de mi mochila en libros me parece una opción tentadora.

Asiento con la cabeza, le doy las gracias a Edgar y quedo en que nos llamará cuando se quede libre nuestra mesa.

- ¿Qué estamos haciendo? - dice Jorge mientras caminamos hacia ellas.

- Cállate, J. Sígueme la corriente.

Las chicas nos ven llegar cuando estamos a unos metros, y al percatarse de nuestra presencia, dejan el móvil en la mesa y fijan la mirada en nosotros.

-¿Podemos ayudaros en algo? - nos pregunta la chica del pelo más largo.

Le digo que nos manda Edgar y, rápidamente, nos dejan sentarnos y nos recomiendan cantidad de platos, de acuerdo con nuestros gustos. Rusas no son, pero saben mucho de este sitio y conocen a la familia y quiero saber por qué.

- Muchísimas gracias por todo. ¿Cómo podéis saber tanto de comidas rusas? Ni siquiera sé yo tanto de comidas españolas, y es mi nacionalidad. - No estoy mintiendo, mi cabeza recuerda las cosas relativas a conocimientos, pero no debe dárseme muy bien la cocina, porque la única receta que recuerdo es la de un sándwich. Ellas se ríen y la chica del libro, que he observado que se llama "A través de mi ventana", habla.

- Son muchos años formando parte de esta familia. Yo soy Irina, y ella es Eva, cuando Edgar y su familia llegaron a España, él cayó en nuestra clase y le acogimos. Somos sus mejores amigas de toda la vida.

Bingo. Ellas deben de saber muchas cosas sobre la vida de Diana. Me dispongo a preguntarles algo más, pero justo en ese momento, Jorge se levanta y sale del restaurante lo más rápido que se lo permiten sus piernas, de repente temblorosas.

No entiendo nada de lo que acaba de pasar y me pienso dos veces la opción de seguirle, pero me digo a mí misma que no debo alejarme de mi prioridad: averiguar qué me hizo perder la memoria y si tiene algo que ver con la muerte de esa pobre chica.

- Olvidadlo, a veces le pasa. ¿Decíais que sois amigas de la infancia? - digo, con una sonrisa un tanto hipócrita.

Mantén la distancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora