Capítulo 6 (Jorge)

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Giro a la izquierda en la siguiente calle, para intentar darle esquinazo; pero no logro librarme de ella. Me persigue y estoy cansado. Va a pillarme, me va a atrapar. Me siento acorralado y no sé cómo escapar. Sé que me queda poco para llegar a casa y estar a salvo, sin embargo, es como si el camino fuera cada vez más largo. ¿Por qué viene a por mí? ¿Por qué me molesta? Siento que esta vez será la última, porque va a matarme. Es más, si me atrapa, dejaré que me clave el cuchillo en el pecho. Será más fácil que forcejear. Siento como mil manos me agarran y en mi cabeza escucho voces que piden que me calme. Al final, veo el portal y logro volver a la tranquilidad. No me ha matado. Menos mal.

Abro los ojos y los veo a todos a mi alrededor, preocupados, con sus manos sobre mí y pidiéndome que respire. ¿Acaso no van a felicitarme por haber escapado de la ansiedad otra vez?

Claro que no. Ellos no saben lo que es la presión en el pecho, el nudo en la garganta y la sensación de asfixia. Los únicos recuerdos que tengo son relacionados con ataques de ansiedad en los que lo pasé terriblemente mal o con el asesinato de una pobre chica rusa. ¿Cómo puedo ser tan desgraciado?

Al menos, no me siento solo. La tengo a ella. Cuando me desperté esta mañana y no recordaba nada, me agobié y me pasó lo mismo que acaba de pasarme hace unos minutos. Mi respiración se aceleró, las lágrimas se me saltaron y las piernas me temblaban tanto que no pude sostenerme de pie. Fue entonces cuando noté su presencia, mientras estaba tirado en el suelo, con los ojos hinchados, la vi. Ella estaba allí, semidesnuda, descansando. Pensé mil veces qué le diría cuando se despertase. No sabía nada de ella, ni de mí, ni de nadie, pero todo lo que pasase me apetecía pasarlo con ella, aunque no la conociera. O quizás sí. ¿Quién iba a saberlo? Lo único que sé es que verla a ella me hizo calmarme.

Quisiera poder contárselo todo, sincerarme con ella; pero no puedo. Si lo hiciera, ella se alejaría de mí y no puedo llevar todo esto yo solo. Sé que debiera haberle dicho, al menos, lo de mi ansiedad, y puede que lo del cuchillo, pero un par de mentiras no le hacen daño a nadie. Es todo por una buena causa.

Si le cuento que me dan ataques de ansiedad en los que me agobio, me estreso y acabo perdiendo el control sobre mí mismo, pensará que estoy loco, que debo ir a un manicomio. Y, si seguidamente después se me ocurre decirle que en mi mochila había un cuchillo escondido, pensará que maté a la chica. No me extraña, la verdad es que soy bastante sospechoso, hasta yo desconfío de mí. No puedo dejar que eso le pase a ella. La necesito de mi lado, y no solo porque sea una chica superinteligente y tenga los mismos objetivos que yo, sino porque creo que me gusta. Aún sin saber mucho de ella.

Además, confío en mí. ¿Qué más da que llevara un cuchillo, tenga ansiedad y coincidiera con una difunta la noche de su muerte? Pueden ser hechos aislados, no me convierten en un asesino, no hay pruebas. Voy a encontrar a quién realmente la mató. Vero y yo vamos a hacerlo juntos, hacemos un gran equipo.

Aún estoy algo aturdido del ataque y permanezco sentado en el suelo, aunque la gente que vino a atenderme ya se ha dispersado. Los pensamientos me aturden y me doy cuenta de lo psicópata que debe sonar todo lo que da vueltas en mi cabeza. Afortunadamente, nadie puede leerme la mente. Dejo a un lado todo lo que se refiere al asesinato de Diana y pienso otra vez en Verónica.

Es maravillosa. Da igual cuántas veces lo haga, nunca me cansaré de llevarle a la contraria y ver la mueca que hace. Es preciosa. Y me pone muy nervioso. Cuando entré a la habitación esta mañana y vi que se había despertado, me entró el pánico. "Bizcochito" fue lo primero que se me ocurrió. Aunque sea ridículo, le pega. Ella sería un bizcocho de limón, la mezcla perfecta entre dulce y ácido.

En ese instante recuerdo que la he dejado sola con esas chicas. Ella no salió a buscarme. No sé si debería hacerme el enfadado, pero solo quiero verla y comer algo. Lo que es perfecto, porque la solución a mis problemas está cruzando la puerta de "El Pelmeni". No me llamaba nada la atención probar comida rusa, pero ahora me comería un trozo de carne crudo y un vaso de agua de un estanque mugriento, si fuera mi única opción.

Recuerdo algunos ataques pasados, aunque bastante por encima. Un día agobiado y solo, en un ascensor que no se abría; delante de un espejo, que golpeé y me rajé la mano; y uno llorando, junto a un árbol de Navidad en el salón de una casa acogedora - que espero que sea la mía -, donde una niña, de unos doce o trece años me abrazaba y me decía: «No pasa nada, Jorgito. Vamos a arreglarlo juntos».

Si esa niña me quería así, entonces es que soy buena persona. Ese pensamiento me da fuerzas para levantarme e ir a buscar a Vero. Paso cerca de Edgar, que está hablando por teléfono, ya que la cola ha disminuido considerablemente. Me dirijo directamente a la mesa donde está sentada ella, pero escucho algo que me llama la atención.

- ¿Y qué más da? Decidle que deje de llorar y que haga su trabajo, ahora soy su jefe. - finjo que me ato los cordones y escucho con atención lo que dice Edgar - Eso no es motivo... ¿Y a mí que me importa el testamento? ¿Qué? Ni de coña. Dile que me llame más tarde, tengo clientes. - Acto seguido, cuelga y atiende a una señora que parece venir de trabajar y quiere una mesa.

¿De qué hablaba? Me da mala espina. Estoy casi seguro de que está involucrado en la muerte de Diana. Menudo psicópata. Este sitio me da miedo. Me apetece irme, pero enseguida me doy cuenta de que eso no va a ser fácil. Vero no está sentada donde debiera; de hecho,la única que sigue sentada a la mesa es la muchacha castaña que está leyendo un libro.

- Hola, ¿eres Jorge, verdad? - me dice rompiendo un silencio incómodo que se acababa de formar. Por una parte preferiría no tener que entablar un conversación, pero por otra necesito saber dónde está Verónica, para sacarla de aquí cuanto antes.

-Sí, soy yo. ¿Sabes dónde está Vero?- Soy consciente de que suena algo borde, mas es lo único que me interesa saber.

- Está en el baño con Eva. Tu novia se ha manchado de la regla y mi amiga tenía compresas. Yo debería ir yéndome, tengo una clase de ballet en un rato. - Cierra el libro y lo guarda en una mochila negra que está colgada del respaldo de su silla. - ¿Te importaría decirle a Eva cuando vuelva que la recojo a las siete para ir al cementerio?

Intento que no se me note lo mucho que me alegra que haya dicho eso. Ahora puedo sacarle información.

- Oh, lo siento mucho por la pérdida. No te preocupes, yo se lo diré.

- Bueno, la verdad es que es una desgracia, era una chica muy joven; pero tampoco éramos muy amigas. Simplemente es la melliza de Edgar, iremos por respeto a la familia.

- Pues sí que era joven... Lo siento mucho, te doy mi pésame. Aunque no seáis grandes amigas debe de aparecer en muchos de tus recuerdos.

- Sí, es cierto. Coincidí con ella en muchas ocasiones, pero pertenece a un grupo distinto, se junta con otro tipo de gente. Últimamente estaba bastante perdida. Era muy buena chica, pero se dejaba influenciar. - suspira y mira hacia otro lado- Si quieres mi opinión, creo que la mató su novio. - Genial, encima tenía novio, el único beso que recuerdo fue con una muerta con novio.

- ¿Su novio?

- Exacto. Era algo mayor que ella y fue quién la introdujo en el mundo de la bebida. Desde entonces, se emborrachaba muy a menudo. Estoy segura de que ambos llevaban cuernos.- Yo también - No sé, me parece el único con tan poca cabeza y alguna razón para asesinarla. Me transmites confianza, por eso, aunque sé que te da igual, quiero enseñarte algo.

Busca en su móvil y me muestra un vídeo.

- Esto es de la semana pasada. En casa de los Sokolov. - me susurra.

En el vídeo se ve a un chico alto, con el pelo rizado y negro, tonteando con una chica a la que reconozco como la que está en el baño con Vero, Eva. Luego, una chica rubia y bajita, sale de una habitación y los ve. Le da un beso al chico en los labios y se sienta a charlar con otro chico, cuya cara también me suena, aunque no sé de qué. El chico del pelo rizado se levanta de repente, y se acerca a la cámara, más bien a lo que haya detrás de ella. La chica rubia lo nota y va detrás de él, poniéndose en primer plano. Le veo la cara y la reconozco, es Diana. La chica a la que besé, la fallecida.

Se la escucha diciendo: "Amor, no te enfades", varias veces. Acto seguido se escucha un portazo y la voz de Irina preguntando quién ha puesto su móvil a grabar. El vídeo acaba.

Mantén la distancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora