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No sabía cómo iba a hacerlo.

Pasó una noche llena de llanto y ansiedad por estar pensando en cómo podía dejar al pelinegro.

A su pelinegro.

No quería hacerlo, por nada del mundo, pero le invadía el miedo por lo que su madre pudiese llegar a hacer.

Él renunciaría a todo lo que le gustaba solamente por seguir viendo a ese pelilargo de colmillos afilados, incluso si ya no eran pareja o amigos, quería seguir viéndole pese a todo.

Sería doloroso y lo tenía muy presente, pero se le haría más doloroso el no poder verle siquiera y por desgracia, si no hacía lo que ella quería, aiko era capaz de mudarse lo suficientemente lejos como para que no volviesen a saber nada el uno del otro en la vida.

Era el último día de sus vacaciones, su madre llevaba distante toda la mañana, para lo único que le hablaba era para presionarle con el tema.

Decidió bajar a la casa del más alto, ya que este le escribió sugiriéndole comer juntos

Llegó a la puerta de baji y se quedó parado mirándola, sus ojos comenzaban a notarse húmedos y su cabeza estaba gacha.

No quería, de verdad que no quería hacerlo.

Pero, a fin de cuentas, no le quedaba más opción.

Dió dos suaves toquecitos en la puerta y esperó a que el azabache abriese.

Baji no tardó apenas en abrir, llevaba unos pantalones grises y una camiseta blanca de manga corta.

Sonrió con felicidad al ver a chifuyu.

—hola peque— le dijo, acercándose a él.

La distancia era casi inexistente, baji se acercaba cada vez más a los labios del rubio, por lo que este solo sonrió con lastima y bajó su cabeza, haciendo que el pelinegro se extrañase.

Agarró la barbilla del ojizaul para subir su cara y hacer que lo mirase, este mantenía la falsa sonrisa mientras intentaba retener las lágrimas que lograban brotar de sus ojos.

—¿chifuyu...?— preguntó, preocupado.

Chifuyu agarró su mano de forma delicada y la apartó lentamente.

—¿podemos hablar...?— dijo el rubio, en voz baja.

Baji tragó pesado, asintió y dejó que pasase a su casa.

Se sentaron en el sofá que habia en el salón, ya que futaba no estaba, no era necesario que fuesen a la habitación del más alto.

Chifuyu se sentó, girando su cuerpo hacia el de baji, este hizo lo mismo, apoyó su codo en la cabecera del sofá y acomodó su cabeza en su mano.

Miraba al rubio con preocupación, la mirada de este solo desprendía tristeza, y por cómo estaba y como actuaba, baji dedujo enseguida que algo no andaba bien.

—¿ha pasado algo, chifuyu?— preguntó con preocupación.

El pequeño lo miró por fin.

En un principio, pensó en contarle a baji lo de su madre, que los había visto y había estado hablando con él, para así buscar una solución, pero por suerte o desgracia lo conocía demasiado bien y teniendo en cuenta lo impulsivo que era, hubiese actuado por cuenta propia precipitándose y seguramente la situación empeoraría, por eso era mejor cortarlo de raíz, por muy doloroso que fuese.

Nuestra otra vida (baji x chifuyu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora