X.

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—Ya no hay tiempo. —Natasha advirtió, sabiendo que ni siquiera el cuarto de mando blindado donde estaban resistiría la explosión. —Tal vez debas subir, Jack.

—¿Tanto le debes a Rogers? —Rollins ni siquiera quitó los ojos de la pantalla.

—Y a Winter. —Ella completó y entonces ambos se miraron, reconociendo mutuamente algo que no le revelarían a nadie. Natasha pudo ver más que en nadie, en los ojos verdes de Jack la huella de docenas de misiones en las que debió haber muerto de no ser por Winter y Brock. Él por su parte, no necesitó más información. Lo sabía desde que la miró entrar a la sala de control.

Ninguno de ellos se iba a mover de allí.

—De acuerdo. Casi tenemos los comandos de inactivación, pero hay que hacer lo mismo dentro de la ojiva. Solo nos resta confiar en Rumlow. —Nat declaró.

Al fondo de aquel sótano, el reloj seguía su marcha y Brock estaba preso de la extraña lucidez que sólo viene en lugar del más puro terror. Continuó tecleando comandos, siguiendo el protocolo de desencriptado de Hydra que alguna vez él mismo había ayudado a diseñar. Por fortuna, algunas cosas no habían cambiado, pensó mientras desplegaba ventanas llenas de información frente a sus ojos.

Cuarenta y seis segundos.

Quizás aún había tiempo. Brock introdujo en la consola el microchip que había arrebatado a Steve y vio cómo la pantalla mostraba información a una velocidad vertiginosa... ¡Estaba funcionando! Aguardó en silencio, sabiendo que en la sala de control, Rollins estaba al tanto de su avance. Aún podían lograrlo. Pidió a todos los dioses que el maldito equipo funcionara.

PARTE II FALTANTE.

¡¿Qué?!

El mensaje que apareció repentinamente en la pantalla tomó desprevenido a Brock, quien nunca hubiera sospechado esto. El código de inactivación estaba dividido en dos partes.

Treinta y ocho.

¿Dónde mierda podría estar la otra mitad del código secreto? A estas alturas, era obvio que Lukin no lo tenía. Si estaba entre los objetos que Winter robó de Hydra al escapar, debió haberlo guardado muy bien, aún sin tener la certeza de para qué servía.

Y justo había entregado una mitad al idiota de Rogers... Tal y como había hecho con su vida y su corazón. Maldita sea.

Treinta.

Era hora de jugárselo todo. 

Brock sacó del bolsillo interno de su camisa el diminuto llavero dorado y lo presionó sobre la consola, esperando un milagro más allá de la razón y las probabilidades. Seguramente ni siquiera Winter sabía que esta pieza contenía el código, pero si sospechaba que era importante, el curso de acción lógico había sido dárselo a Brock desde un principio. Bien. Si estaba en algún lugar, más valía que fuera este.

El Nautilus se abrió al contacto con la superficie y liberó un pequeñísimo chip.

—¡Sí!

Veintidos

A miles de kilómetros más allá del radio de explosión, la ansiosa voz de la princesa Shuri resonó dentro de su laboratorio.

—¡Natasha, lo tengo! ACCESO CONCEDIDO. Era el mensaje que mostraba orgullosa.

—¡Ya casi! —Respondió Nat, viendo correr los segundos ante ella.

—¿Lo lograste, Brock? —Rollins exclamó, con los ojos desorbitados, mientras escribía los últimos códigos.

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