💜Capítulo 1. "Témperas".

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Querer a alguien puede significar una perdición sin salida o el roce del cielo en tus mejillas.

Esas dos emociones sentí cuando vi por primera vez al chico que me gustaba, Cyan.

Un joven bastante alto, de cabello azul como el cielo, con un piercing en el labio y en la lengua y una expresión fría que te dan ganas de querer saber todo de él. O al menos, ese era mi objetivo.

Íbamos juntos a la clase de Pintura y Artes plásticas que impartía el profesor conocido como Le Noir, en la academia de Bellas Artes, en Francia.

Él se sentaba en la tercera fila, en la esquina, cerca de la ventana. Siempre se quedaba mirándola como si algo le faltase.

Yo, por el contrario, siempre me sentaba atrás, detrás suyo, hasta que tuve que llevar lentes y en vez de estar detrás, estaba delante suyo.

La emoción que me daba sentirle detrás era impresionante, tanto, que solo escucharle moverse para buscar pintura, en este caso óleo y un lienzo, me hacía sentir en el mismísimo cielo.

Elegí esta asignatura en un principio por él, porque llevaba en secreto años pillada por él, pero terminó enganchándome la materia y me volví una perfeccionista con el gouache o témpera, como comúnmente se le conoce a la pintura.

Bien, pues llegó el inicio de otoño, por la mañana y ese día Cyan no estaba en clase.

Le busqué como una loca por todo el aula, como si fuera el centro de mi existencia verle.

Pero mis búsquedas fueron en vano, pasaron 20 minutos (incluso me quedé como una tonta mirando el reloj de pared que siempre nos apuntaba) y mi misterioso ángel seguía sin aparecer.

Ya perdiendo la paciencia, decidí dejar mis pinturas en la mesa junto a mi bolsa y salir corriendo, ¡sigo sin creerme que hoy no venga!

Así que sí, prácticamente acosaba a alguien que no estaba hoy. Busqué por todos los lugares donde solía verlo, hasta parar en la biblioteca del tercer piso, la que nadie menos él y yo visitamos.

Y allí estaba, durmiendo. Con el libro entre sus manos, un libro sobre Historia del Arte y sus Fundamentos.

Reí, viendo cómo se detuvo en una parte que podría interesarle, porque hablaba de sus amados óleos.

Rápidamente me tapé la boca, ¡Dafne, no le despiertes en su siesta, seguro que está agotado!

Pensé mientras me agachaba para mirarlo y podía sentir cómo los latidos de mi corazón se aceleraban. Mis amigas podían decir lo que quisieran prejuzgándole y diciendo que ya encontraría a alguien mejor, pero este momento lo confirma; una imagen vale más que mil palabras.

Hablando de imágenes, aún no conté cuál es mi verdadera pasión, la fotografía.

De hecho, siempre llevo colgada al cuello la cámara Polaroid que me regalaron por mi cumpleaños.

Así que, esperando a que no se despertara, le tomé una de las fotos más preciadas de mi galería.

La foto salió disparada al suelo al pulsar el botón, mostrando el flash seguido de imprimirse.

Y la miré con ternura, sonriendo.

Hasta notar un bostezo y unos ojos grisáceos mirarme con una sutil carita de odio.

Como un actoreflejo, escondí la foto en mi espalda, avergonzada.

Cyan me miró frotando sus ojos con sus manos y con una voz ronca adormilada dijo:

- ¿Qué? ¿Salí bien, como mínimo? Si vas a acosarme, al menos, déjame reaccionar a tiempo, quería descansar un rato. -

Ante lo que dijo, mis mejillas enrojecieron rápidamente, ¿estará ahora molesto conmigo?

Pensé por un segundo y disculpándome por despertarle, salí corriendo. Me paré en la columna que delimitaba el acceso al siguiente pasillo, la de nuestra clase.

Me quedé quieta pensando en todo lo que acababa de pasar, hasta escuchar pisadas fuertes acercarse, cláramente eran de Cyan, así que seguí corriendo y corriendo, hasta llegar a clase y taparme la boca para no emitir ningún ruido y pegarme a la pared más lejana de la puerta.

Quería evitar contacto visual. Quería evitar que me hiciera preguntas incómodas o que hiciera que esta relación que yo tenía con su sombra se esfumara.

Pero el tiempo no fue piadoso y antes de que me diera cuenta, le tenía en frente.

Me quedé paralizada mirándole a los ojos.

Me sentía fuera de este universo, había roto la lente oscura que me invadía de pensamientos pesimistas, llenándola de una inocente esperanza al verle acercarse.

Se empezó a reír. Me quedé confusa. Hasta que dijo:

- No pensé que tendría que perseguirte para hablar contigo, cuando parece que quien lo hace en secreto eres tú, ¿o me equivoco?- Sus ojos grises me miraron intensamente, su expresión se volvió seria, su voz se empezó a tornar gruesa y los latidos de mi corazón solo aumentaban.

- Y...Yo... En ningún momento pretendía molestarte. Solo... Me... - Ni supe qué decir, presa de los nervios.

Entonces vi cómo apoyó una de sus manos en la pared y con la otra me levantaba la mirada, empecé a temblar de la nada y mis piernas parecían perder el equilibrio en cualquier segundo.

- Dime. Yo te gusto, ¿verdad? Se te nota en la cara. Eres como un espejo, a través de ti se puede ver todo. - Dijo, sin dejar de mirarme.

Negué con la cabeza, estaba asustada, estaba temblando, estaba avergonzada. De que la persona que más quería supiera lo que siento realmente.

Así que con todo el dolor del mundo, le rechacé. No quería hacer que sus esperanzas se depositaran en alguien débil como yo, ni darme esperanzas erróneas, sabiendo lo popular que es.

Y diciendo eso, me soltó.

Se dio la vuelta, crispó la mandíbula y empezó a caminar hacia la salida.

- Nos vemos mañana, Dafne. No me hagas otra foto, tengo mucho que procesar hoy. -

Y diciendo eso me dejó sola.

Me quedé pensativa. Me quedé con la cabeza enterrada en mis rodillas tras sentarme en el suelo, sollozando.

¿Cómo fui tan tonta de dejarle escapar, de rechazarle cuando por dentro estaba gritando por decirle que sí, independientemente de que se asustara de mi emoción loca y enfermiza?

Ese pensamiento me dejó rota, sollozando hasta que pasaron las horas y fui caminando hacia mi casa.

Sola. Defraudada de mí misma. Con una yo de hace años criticándome en mi cabeza.

Pero no podía exponerme a él de forma tan fácil. No podía dejar que franqueara ese espejo como si nada.

Y ni siquiera, podía dejarle a él que viera todo lo que oculto bajo estas palabras sinceras.

Rosa negra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora