☀Capítulo 6. Besos.

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Fui a su casa.

Pasé por la puerta. No llamé.

Solo miré el buzón.

Vi dos nombres. Dos iniciales.

D y A.

Ahí entendí cosas.

Pero se esclarecieron cuando la vi por la ventana. Me quedé absorta mirándola y decidí contemplarla lentamente, porque una parte de mí sabía que sería la despedida.

Dafne estaba preciosa con su cabello pelirrojo por la cintura que era muy muy largo y liso.

Llevaba una camisa larga de estampado a cuadros rojizos. Tenía varios piercings en el oído. De color negro.

Tenía una sonrisa en la cara que me dolía. Y me dolía más ver con quién estaba.

Porque no era yo.

Me había ido un tiempo de la ciudad. Pensando en mí mismo. Sin pensar en ella. Sin pensar en nada.

Regresé, sí. Pero no me sentía listo para llamar a esa puerta y ver su cara.

Ver a la chica que me robó el corazón. Ver a mi primer amor en los brazos de otra.

Así que seguí caminando.

Crucé la calle que conectaba a mi propia casa con tantos pensamientos entrando en mi cabeza. Como espinas que se clavan en la más debil mano que trata de agarrar la rosa más bonita del valle.

Un dolor punzante. Eso era. Algo que ya no tenía arreglo. Porque yo me marché sin dar explicaciones. Yo la dejé sola. Yo hice todo. Me cerré. Me oculté.

Y la verdadera pregunta es qué hago aquí. En Britlia. En mi antiguo hogar.

Una parte ridícula de mí piensa que podrá ver su sonrisa de nuevo. Aunque no sea para mí.

Abrí la puerta de casa con todos esos pensamientos y me quedé de rodillas al ver lo que había delante: un cuadro.

Un cuadro con fecha. De hace 2 años. De Dafne. De mi amada Dafne.

Un cuadro doloroso. Un vistazo que me llenó de dolor. De culpa.

Un cuadro que desgarré. Destrocé. Arañé. Porque no quería verlo. No quería aceptarlo.

No quería darme cuenta de lo inevitable; que la había perdido.

Me quedé sentado en el suelo. Llorando. Por primera vez en mi vida, lloraba.

Con la tela del cuadro en el suelo rota entre mis dedos. Con los recuerdos inundando mi memoria.

Con esas ganas de llorar que te oprimen el pecho. Porque has perdido ese tren que tanto querías. Ya no puedes llegar a la parada. Porque fuiste inmaduro y un egoísta.

Me quedé mirando la calle. Absorto, abstraido en lo que ya no estaba conmigo.

Seguía en mi burbuja hasta que alguien la rompió.

Una chica rubia se me quedaba mirando.

Avergonzado, me levanté y me sequé las lágrimas.

Al tiempo, la chica intentó irse. Pero algo en su cabeza hizo clic. Porque se dio la vuelta en mi dirección.

Me miró. Posó sus pies inseguros sobre el felpudo con huellas de perritos y preocupada se aferró al marco de la puerta.

- ¿Te encuentras bien?- Algo tan sencillo como eso, me hizo romper en llantos.

No sabía ni qué me ocurría. Llorar en frente de una extraña, así, sin más.

Pero la chica solo se acercó.

Rosa negra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora