Tú. Los arañazos, las cicatrices, los pensamientos y las sensaciones con sabor a nuevo. Las sonrisas, las pasiones y los colores sin gastar. Las lágrimas. Tu olor. La verdad.
El vacío.La nada. La oscuridad, o quizá luminosidad, de los lugares que no existen. Esa parte de mi cerebro que se enciende cuando tengo tiempo para pensar. El dolor de que no haya nada más. La angustia existencial. Lo típico, lo cínico, lo insustancial.
El papel. Reflejar mi alma, derramar mi sangre, trasnochar en los folios describiendo lo que a veces me obligo a sentir. Si no soy yo, al escribirlo lo seré.
Yo. Y ese problema mío de convertir todo en un problema. Querer morir a cada tramo de escalera. Suspirar por cualquier alma que me de cobijo, dar mi vida entera por un poco de cariño. Mi manera de desgarrar, de soñar, de querer crear lo imposible. De vivir menos de lo que quiero y querer todo lo que no vivo. De tener la culpa, de no conocerme.
De abstraerme.
De no quererme.
La muerte. Termine ganando la batalla de no seguir en este infierno para convertirme en lo que ahora soy, no tengo dolor, ya no necesito dañarme, porque ahora, bajo tierra, soy lo que nunca fui sobre ella, feliz.
Mate a quien más odiaba.
