Desde pequeña, la vida de Samantha fue como un largo escalo-
frío, el carácter duro de su padre la había privado de los placeres más simples de la infancia. Sin embargo, eso no impidió que ella viviera sus primeros años de manera muy peculiar; tenía gran espí- ritu e inteligencia única: era buena en la lectura, la ortografía y otras áreas, aunque no le gustaba la competencia ni nada similar. Siempre fue buena estudiante. En su casa, siempre destacó como una niña ejemplar, compartía muchas cosas con su hermano y nunca le había dado dolores de cabeza a sus padres, era el proto- tipo de hija modelo.
Al llegar a los dieciséis años Samantha seguía siendo la mis- ma persona. Su carácter, su inteligencia y su don de gente le ha- bían hecho ganar un espacio en el círculo de amigos y familiares. Vivía con su madre y sus hermanos Samuel y Britney. El padre hacía tiempo había desaparecido en condiciones misteriosas en un país extranjero.
Con la llegada del otoño de sus dieciséis recién cumplidos entró a su escuela un chico nuevo. Pudo haber sido un alumno más puesto que Samantha ni siquiera imaginaba qué tan impor- tante podría ser la aparición de Brian en su vida. Sencillamente llegó. Se hicieron amigos y, sin saber cómo ni por qué, empiezan a compartir más cosas juntos, y a ser más cercanos. Y, por supues- to, todo seguía su ritmo normal en la vida de Samantha: sus altas calificaciones que la convertían en un modelo juvenil no sólo para la escuela, sino también en la comunidad. El 23 de octubre tenía toda la pinta de ser un día igual a to- dos los demás. Samantha despierta igual que siempre. Entra al baño, después de tomar una larga ducha se viste y sale camino a clases, a su llegada nota que su mejor amiga Katherine no está en el aula. No asistió. Eso la hace sentirse rara. Ellas comparten todo. Siente como si le faltara un ala, alguna parte de sí.
En el primer receso, sale al patio algo alejada a la realidad; camina inmersa en su pensamiento. Sin darse cuenta, choca con Brian. Cosa de nada, apenas unos segundos.
Se encuentra frente a frente con él, sonriente, con sus grisá- ceos ojos brillantes y algo sonrojado.
—Hola Brian —le dice con algo de pena.
—Hola Sam. Justo iba a buscarte —responde Brian, sonro- jándose aún más—, quería hablar contigo de algo muy importante.
Samantha, llena de curiosidad, lo mira y le pregunta:
—¿De qué se trata?
Algo nervioso, Brian le pide que lo siga a un lugar aislado del
instituto. Ella, ansiosa e intrigada, lo sigue.
Cuando llegan cerca del campo de fútbol, Brian, apoyándose
al tronco de un árbol, más nervioso que en el momento del en- cuentro, provoca que aumente la curiosidad de Samantha.
Ella vuelve a preguntar:
—¿Qué me querías decir, Brian? —lo dice casi en tono de súplica.
Brian, estancado en las palabras, como si lo torturaran, como si le costara soltar la parrafada, miraba de un lado a otro; se pasaba frenéticamente la mano por el cuello, por la nuca. Con voz tem- blorosa, se decide:
—Me gustas, Sam.
Fue repentino. Del mismo modo que salieron las palabras sa- lió el impacto que las mismas provocaron en Samantha. No era emoción, ni enojo. Era confusión, al parecer, no entendía el por- qué de aquellas palabras.
—¿A qué te refieres Brian? —pregunta ella algo desconcer- tada y con los ojos en blanco.
Después de unos segundos, que parecían años, Brian repitió:
—Me gustas, Sam; y, antes de que digas algo que quizás me destroce, debo decirte todo lo que siento. Me gustas y siempre me has gustado; me gustas, y no para ser amigos ni nada parecido; me gustas para cuidar de ti, para llenarte de risas y de enojos; para ha- cer que me odies tanto que termines amándome intensamente, con cada parte de ti; porque eres como una parte de mí que siem- pre estuvo ahí, tan cerca y a la vez tan lejos; porque siempre esta- bas a mi lado, pero nunca antes me atrevía a decirte todo esto, hasta que empezaste a meterte en mis sueños y en mis pensa- mientos. Eras como el aire, sentía necesitarte, verte y sentirte cer- ca, con eso bastaba, y por eso y por muchas cosas más, me gustas y quiero que seas mi novia —terminó diciendo con los ojos crista- lizados.
Aquellas palabras, más que alegría, crearon confusión. Era la primera vez que Brian le hablaba así, y Samantha no sabía qué decir. Podía pedirle tiempo, lo que quizás le daría esperanzas, o lo que era peor, podía decir que también él le gustaba.
—¿Desde cuando tienes esos sentimientos por mí? — inquirió ella, como tratando de alargar el tiempo.
—Desde que te soñé —dijo él, entre dientes, como un susu- rro—. Desde el día en que mis miedos se alejaron de mí y pude volver a dormir tranquilo porque sabía que al cerrar los ojos te encontraría.
Esas palabras aumentaron la confusión de Samantha, y antes de que ella pudiera decir algo, después de al menos cinco minutos de silencio, sonó la campana y Samantha salió con la excusa de que tenía que ir a clases, prometiéndole hablar del tema por la noche.
El día de Samantha transcurrió más extraño de lo que ya iba. Horas después seguía en shock por las palabras de Brian, no sabía si la confusión se debía a que quizás ella también sentía cosas por él, o a que jamás esperó escuchar algo así de boca de uno de sus mejores amigos.
Después de la escuela, Samantha llegó a su casa más centrada. Las palabras de Brian no rondaban tanto en su mente, dejaba pasar el tiempo mientras jugaba con Britney. Para ella, esa pequeña era algo más que su hermanita, era como un pedazo de sí misma y no sólo por el gran parecido que existía entre ambas. Cuando estaba junto a ella no pasaba el tiempo, no pensaba en nada; no había problemas ni culpas, ira o soledad; nada que la atormentara. Era como si el mundo todo se concentrara en esa niña de cabello ru- bio y unos enormes cachetes que la llenaba de ternura y energía.
Después de jugar un largo rato con Britney, Samantha decide tomar un baño antes de hacer la tarea. Su madre había preparado la cena, así que pensaba cenar antes de enfrentarse a la tarea. Se dirigió a su habitación, se desvistió muy lentamente y, justo antes de entrar a la ducha, la distrajo el tono de su celular, era un mensa- je de Brian:
¿ESTÁS DISPUESTA PARA HABLAR AHORA?
Aunque a Samantha se le había olvidado por un rato, de in- mediato recordó todo y, por supuesto, la confusión volvió a inva- dir su ser. Tomó un largo baño que, además de agua, trajo más dudas y confusiones. Después de un rato, salió, se vistió y bajó a comer, tratando de ignorar el mensaje de Brian. Pero con la duda en su cabeza. La cena con su madre incluyó un diálogo sobre el día de Samantha. Por supuesto, ella no le contó sobre la declara- ción de Brian; no por miedo, porque de buena cuenta, Brian y su madre se llevaban bien; no le contó nada porque aún no tenía claro cómo enfrentarse a la nueva realidad a la que tenía que en- frentarse.
Así paso la primera noche desde que Brian se le declaró. Era raro, no sólo porque no lo esperaba, sino porque además no sabía cómo reaccionar; era como una sensación física, que ni ella sabía cómo describirla.
Al día siguiente, Samantha se presentó a clases y, aún confusa sin respuestas y casi sin piso, decidió confiarle todo a Katherine, quien afortunadamente había retornado a la escuela. Albergaba grandes esperanzas de que su gran amiga le diera algún consejo que pudiera ayudarla. Pero no fue así. Después de escucharla, Katherine, emocionada, el único consejo que le dio fue recomen- darle que aceptara la proposición de Brian. Algo que, en el fondo, a Samantha ni le agradaba ni le incomodaba. Se sentía como en un estado de confusión incomprensible. Ella misma no sabía qué decir.
Así pasaron 3 semanas, Samantha seguía confundida. Brian, ahora con la ayuda de Katherine, continuaba insistiendo, pero ella no se decidía, mantenía una especie de actitud neutral, ambigua, ante la decisión de iniciar un noviazgo con Brian.
Llegaron las vacaciones de Navidad, la época favorita de Sa-
mantha. Ella adoraba ver la decoración de cada casa, decorar la suya a su antojo, preparar la cena de Nochebuena, ver la nieve caer, hacer ángeles de nieves, sentir el frío en sus mejillas. Eran cosas únicas para ella. Sin lugar a duda, Samantha no era como las demás chicas, valoraba más las cosas simples y sencillas que algo muy elaborado; para ella, un libro valía más que un ramo de flo- res, ella era de las chicas que no conocía el término medio: era todo o nada, porque para ella era más interesante ser algo rara, que ser muy común.
Esas, precisamente, fueron unas vacaciones que Samantha disfrutó la soledad a plenitud. Ella disfrutaba al máximo esa sole- dad que le brindaba la oportunidad de pensar, tener un diálogo consigo misma; Samantha sabía aprovechar la soledad y, las vaca- ciones navideñas tenían momentos que le permitieron aclarar du- das, salir de problemas de inseguridad, entre otras cosas. Pronto debía volver a clase, y Samantha no encontraba la forma para en- frentar la realidad que, aprovechando las festividades y la unidad familiar, había tratado de poner en pausa, posponer el encuentro con Brian.
Al volver, recibió con alegría las demostraciones de cariño y amistad de sus amigos más cercanos. De parte de Brian, lo mis- mo. Él continuaba insistiendo. Firme. Ella no sabía qué había pa- sado. Fue sólo verlo, algo, no sabía qué, pero al regresar, lo encon- tró diferente. Más atractivo, más bonito. No sabía por qué, pero sentía que algo en él le atraía, le llamaba demasiado la atención. Él, por supuesto, estaba más cariñoso de lo normal. Aun así, nada cambiaba, ella se mantenía neutra, no encontraba la fórmula para dejar salir un sí o un no.
En esa burbuja de indefinición, los sorprendieron las compe- tencias anuales de Matemáticas y Lengua Española. A Samantha le gustaban ambas, pero nunca había tomado la decisión de parti- cipar. Esta vez optó por vivir la experiencia, participó y resultó ganadora. En matemáticas quedó en segundo lugar, pues el pri- mero fue ganado por Brian; en español ganó el primero. Fue una gran experiencia para Samantha, le agradó competir junto a Brian. Cada día disfrutaba más la compañía de ese chico; cada vez pasa ban más tiempo juntos. Algo que le provocaba una agridulce sen- sación a Katherine quien, sin lugar a duda, al igual que Brian espe- raba que llegara el definitivo momento de Sí,

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El diario de Samantha
RomantizmEscribía sobre las cosas bonitas del amor, incluso antes de haberlo conocido; escribía como era el amor, aun cuando nunca se había enamorado, y relataba sobre los falsos amantes que buscaban solo sexo y no entendían que la vida tiene sus privilegios...