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Se pensaría que después de dos años juntas, ya no hay nada que pueda sorprender a Jennie o robarle una sonrisa a Lisa, porque se cree erróneamente que "la costumbre es más fuerte que el amor". Sin embargo, detalles pequeños como una rosa en el florero que lleva Lisa por la mañana en la bandeja del desayuno al cuarto de Mami o, una pequeña canción tocada en aquella vieja guitarra acústica para Lisa, pueden hacer de un día normal algo totalmente diferente.
Más de una ocación se ha encontrado a sí misma riendo a la par que su pequeña revoltosa, mientras la observa jugar cuando piensa que está sola o se entretiene tirando el hilo flojo de algún suéter hasta que sus manitas ya no dan más para seguir jalando. No es de extrañarse que Lisa encuentre alguna forma nueva de sorprender a Mami con sus ocurrencias y travesuras y esta vez, no podía ser la excepción.
Sin embargo, Jennie decide no interceder por el momento, aunque la escena sea desastrosa y seguramente necesite su bebé un baño al terminar su batalla contra aquel cono de helado, más por el gusto de verla que porque no quiera ayudarle.
Lisa, sentada a la orilla de la piscina y con la sombrilla cubriendo su cuerpo de los rayos solares, lucha encarecidamente contra un cono de helado de cereza que se derrite a cada segundo y mancha sus manos. Tiene los pies dentro del agua y con ellos patalea ocasionalmente en pequeñas rabietas cuando, malignamente, el helado decide escurrir por el costado contrario que ya lamió y el ciclo se repite.
Sería muy sencillo simplemente levantarse, dejar el cono en un vaso e ir a limpiarse, pero no. Lisa insistió demasiado en ese helado y no va a rendirse tan fácil de el, no sin al menos haber dado batalla primero. Sopla el flequillo negro que le cae por la frente, intentando inútilmente que este no se llene de helado y abre los labios para succionar esa gota que cae por el costado derecho, haciendo un sonido chirriante y húmedo acompañado de un pequeño bufido cuando siente que entre sus dedos índice y medio escurre más de ese cremoso dulce rosado. Lame el contorno de forma circular y parece que la victoria será suya finalmente, pero ahora es la galleta quien lo traiciona, al romperse por un lado.
La pequeña pone rápidamente sus manos en cuna, recibiendo el desastre que su helado ya representa y finalmente, rindiéndose ante la batalla. El luto no le dura mucho, cuando siente que Mami la toma por un hombro, para sentarse a su lado a la orilla de la piscina. La mayor le mira con un atisbo de sonrisilla en los labios, ojos atentos y una pregunta dulce.
—¿Quién ganó?
Lisa abre la boca, pero de ella solamente emana un pequeño suspiro, un puchero en los labios y los ojitos al suelo.
—Hm... —se recarga en el hombro de Jennie, quien la sujeta de un costado haciéndole círculos en las costillas bajo la camiseta de algodón ligero—. ¿Me compras otro?
—Mmmm... —Jennie alarga el sonido, unicamente para hacer rabiar a su pequeña quien ya ha bandonado su lugar al costado, para verla con esos ojos de cachorro que tanto le gustan—. Te compraré todo el que quieras... —la mirada de la adorable pelinegra se ilumina—, pero con una condición.
Lisa encoge un poco las cejas, formando un pucherito: botón de pétalos rosas húmedos y dulces.
—¿Qué cosa?
—Dame un beso —sentencia Jennie y Lisa se ríe, recordando como una vez en el centro comercial se le cansaron las puntas de los pies por subir y bajar para darle mil besos a Mami, a cambio de una bolsa de malvaviscos que de todos modos le iban a comprar.
—¡Siempre te doy besos, Mami! —se recarga sobre sus rodillas, suejetando los hombros de la mayor.
—Sí, pero no siempre sabes a cereza —Jennie distribuye su peso en una mano, acostándose ligeramente hacia atrás en la orilla de cemento.
—Aah, a Mami le gustan mucho los dulces, ¿eh? —susurra, mientras sube al regazo de la coreana, rodeando con sus brazos el cuello de la misma.
—Eres mi dulce favorito —juntan sus narices, ojos cerrados y brillantes sonrisas que podrían hacerle competencia al más cálido sol del verano—. No es mi culpa que me encantes tanto.
—¿Mucho? —insiste, jugueteando con sus pestañas sobre la mejilla de la mayor.
Jennie la rodea de la cintura, para después limpiar rápidamente una gotita de helado de la comisura de Lisa y llevarla a sus labios.
—Loca y profundamente.
Y con una gran sonrisa, Lisa une por fin sus labios, dejándose besar a gusto de Mami, sólo para dejarle probar su dulce favorito, dulces almohadillas sabor cereza que podrían tomar el gusto de mil caramelos distintos, sin perder el propio: el que Mami ama.
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