DUALIDAD

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Esa noche no dormí, recé, llore, pedí perdón y pensaba de nuevo en Aurora.
Tenia que hablar con ella pero nunca habíamos cambiado números y tampoco parecía importante en ese momento, y no podía arriesgarme a ir hasta su casa ya que todo el mundo se enteraría así.

No sabía que hacer, me sentia culpable pero al mismo tiempo eufórico. Mi cabeza repetia una y otra vez ese beso, como mis manos la recorrieron, como ella tiro de mi pelo, como gemia. La forma tan única que tenía de pronunciar mi nombre.

Y ese recuerdo hacia que mi corazón deseara más, mucho más. Latía como loco recordandola, recordando lo suave de su mirada al verme.
Pero al mismo tiempo mi cabeza pensaba en mi amor por Dios, yo me entregué a él primero, decidí dedicar mi vida a él y falle en la primer prueba. Porque quisera o no, sea como sea que haya pasado sabía que estaba enamorado de ella, estaba enamorado de Aurora.

Di vueltas y vueltas al asunto, por una semana entera. Aurora no había ido a misa, yo me sentía un mentiroso repugnante dando la misa sabiendo sabiendo deseaba a una mujer.

Y ella no se había presentado, creí que de ahora en más me evitaría y una parte de mi no estaba dispuesto a perderla solo así. Al menos tendríamos que hablar aún si yo tuviera que ir a buscarla. Pero ella me ganó, llegó a mi el martes por la noche.

— Perdóname, pero necesitaba verte— me dijo en cuanto abrí la puerta dejándome sin aire. Me aparte enseguida para dejarla pasar, al ser tan noche no había nadie ya en las calles.

Ella entró y yo me dedique a verla, como siempre su cabello se encontraba suelto y esta vez traía puesto un vestido color vino, que parecía más de salir, con unos tacones negros y un pequeño bolso. Se encontraba realmente hermosa, bella.

— Disculpa— dijo apuntándose a ella misma, haciéndome saber que no tenía planeado venir a verme. — Yo... necesitaba, necesito hablar contigo— me dijo haciendo que yo asienta  estando de acuerdo.

— Yo también necesito hablar contigo— le dije tomando su mano para guiarla hacia la mesa para poder sentarnos. —Que bueno que hayas venido Aurora, si hubieras esperado más hubiera tenido que ir a buscarte yo mismo— le confesé.

— Perdon, necesitaba pensar. Y yo... me sentía muy culpable— me dijo con los ojos llenos de tristeza, gesto que hizo que mi mano enseguida fuera hacia su mejilla para acariciarla.

— No tienes que sentirte culpable de nada Aurora, el que te beso fui yo. Yo empecé esto— le dije serio viendo como su ceño se fruncia.

— Si, pero yo te seguí. Yo permití que sucediera porque... porque yo lo quería Nicolas— me dijo logrando así que mi corazón empiece a latir desbocado, ya empezaba a perder el hilo de mis pensamientos.

— Pues yo lo hice porque... lo deseaba, con toda mi alma Aurora— le confesé viendo como cerraba sus ojos y se apoyaba más contra mi mano que seguía en su mejilla.

— ¿Que nos pasa Nicolas? Esto no es correcto, yo no debería... sentir esto por ti— me dijo.

— ¿Y que es lo que sientes Aurora? Dime— le pedí, casi podría decirse que le rogué porque me lo dijera. Ella me miró por lo que me pareció una eternidad, con sus ojos brillosos por las lágrimas.

— Que... que te quiero Nicolas— me dijo haciendo que yo me tense por un momento.

Que yo supiera sobre mis sentimientos por ella no amortiguaba el golpe de saber que ella también me quería. Era una diferencia descomunal, yo era sacerdote y la quería, estaba enamorado de ella pero saber que ella también me quiere inclinaba la balanza para su lado en ese preciso instante.

Y fue por esa misma razón por la cual la bese, no me importaba que tuviera más cosas de las que hablar. No me interesaba en lo absoluto, yo quería sentir sus labios, mi lengua enseguida busco la suya como si fuera cosa de todos los días cuando en realidad había pasado una eternidad desde que nos besamos por primera vez.

Y aun asi la desesperación esta vez parecía ser mayor. Mis labios la besaban sin parar y pronto me vi poniendome de pie, tomandola de la cintura pegandola a mi, haciendonos gemir a ambos por el choque de nuestras pelvis.

Todo paso en cuestión de segundos a mi parecer, Aurora gimiendo mi nombre, yo dejandola sobre la mesa, besando su cuello, tocándola en todas partes, frotandonos ambos mientras ella tiraba de mi cabello con una rudeza que me llegaba a excitar más que a molestar.

Y después, ya me encontraba dentro de ella, embistiendola una y otra vez mientras ella clavaba sus uñas en mi espalda y gemia en mi oído.
Sus piernas se encontraban alrededor de mi cintura como si no estuviera dispuesta a dejarme ir.

Los dos nos acercábamos al climax, mis embestidas eran cada vez más rápidas y duras.

— Nicolas— gimió ella mi nombre en el preciso instante en el que llegábamos, ese momento en el que me dejé ir dentro de ella.

— Te amo— admiti.

—¿Que?

— Te amo Aurora— le repetí esta vez sosteniendo su rostro entre mis manos. Para que vea la verdad de la que no podía escapar ni yo mismo.

Una realidad que me estaba atormentando pero que era real, lo que sentía por ella el amor hacia ella era real, al igual que el amor a Dios y mi devoción eran reales.

Esta era mi nueva realidad, mi dualidad.

𝐃 𝐔 𝐀 𝐋 𝐈 𝐃 𝐀 𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora